Memorial
Por Juan Manuel Mecinas
Todos los gobernadores sienten que el suelo no merece que ellos lo pisen. Barbosa no es la excepción. En esta aldea llamada México, los gobernadores se sienten virreyes. Se saben virreyes.
Pero el tiempo los va desmintiendo.
Solo el final de su sexenio les hace ver que los ciudadanos los juzgan de manera distinta a lo que sus colaboradores les cuentan. Porque en ese aspecto casi siempre les cuentan mentiras.
Hoy,, a más de medio año de haber asumido el control político del Estado, el gobernador se muestra como un pésimo líder. Pero nadie en su equipo se lo dirá. Temen perder su puesto. Nadie le dirá que cinco cambios en el gabinete -seis, si se cuenta el que renunció antes de asumir- es un promedio peor que el de su archienemigo, Rafael Moreno Valle.
No es solo culpa de Barbosa; quienes lo acompañan también se equivocan.
Por ejemplo, Barbosa dejó a Fernando Manzanilla como secretario de Gobernación y lo único que causó esa decisión fue un inicio de gobierno desastroso. Fernando no resolvía; nadaba de muertito porque le impusieron colaboradores a los que hoy llama inexpertos, pero a los que durante meses fue incapaz de liderar. La salida del otrora morenovallista fue una mala crónica de una muerte hiperanunciada. Si a Fernando realmente le importara el beneficio de los poblanos, debió abandonar el barco del gobernador desde que le impusieron a esos que critica por su inexperiencia. Pero el cobro de la nómina es importante y la ansiedad de poder lo es aún más. El resultado lo conocemos: seis meses prácticamente perdidos. Y apenas salió del gabinete, Manzanilla llora como víctima de un gobierno en entrevistas a modo y que dejan ver a un personaje que sabía que le quitaban poder, pero al que le faltaba dignidad para renunciar. El cálculo político es lo que interesaba al tres veces secretario de gobernación. Ni más ni menos.
Algo similar podría decirse del Secretario de Cultura, Julio Golckner. El gobernador lo ha puesto en una encrucijada que en cualquier democracia tendría como resultado la renuncia del secretario. Le ha mandado a decir a través de la prensa que, si algo le incomoda, puede renunciar. La discrepancia del gobernador y el secretario surge a partir de la idea de mover de sitio la “Estrella” de Puebla. Después de varios días, es incomprensible que el Secretario no tome sus cosas y deje el gabinete de Barbosa, ya no porque el gobernador le haga saber quién manda, sino por un dejo de dignidad. Glockner debería entender que le hace peor daño a los poblanos quedándose que renunciando. ¿Por qué mantenerse en un gabinete donde si discrepa se le enseña la puerta? Si el secretario no puede discrepar, es un pelele del gobernador. Una foca aplaudidora..
El gobernador se equivoca porque necesita que su gabinete tenga acuerdos y desacuerdos. Si un secretario discrepa, es precisamente el momento de convencer y de que internamente se discuta si la decisión, la política o el programa sobre el que existe el desacuerdo es la mejor opción. La última palabra es de él, pero decirlo frente a la prensa y mandarle el mensaje al secretario suena más a bravuconería y menos a democracia. Barbosa se equivoca porque las renuncias no se deben dar a partir de las discrepancias, sino a partir de la ineficiencia. Porque si fuera un reclutador de talentos, al Gobernador ya le hubieran dado las gracias en cualquier empresa. Cinco bajas en el gabinete son muchas. Se equivocan los secretarios y también quien los nombró.
Bajo la idea de que el gabinete debe aplaudir, el gobernador está en serios problemas. Las cortes de los virreyes están llenas de bufones. Y el gabinete puede que haya entendido que, sin importar la realidad, lo que verdaderamente interesa es la risa del virrey, hoy llamado Luis Miguel Barbosa. Y eso no le conviene. No, si lo que busca es transformar. No, si lo que busca es trascender. No, si lo que busca es dejar de ser virrey.