viernes, noviembre 22 2024

No es una it girl, pero podría serlo. Lo de Lety Torres es una combinación rara porque está alejada de los cartabones políticamente correctos de todas las presidentas del DIF que han pasado por nuestro estado.  

Se le ve siempre impecablemente vestida, a la moda y con un desparpajo inusual dentro de la clase política.  

Ha sido criticada en algunos medios de comunicación, pues desgraciadamente para que una mujer sea considerada inteligente y capaz debe seguir las normas estéticas que han imperado desde siempre: recato, trajecitos sastres, zapato Flexi, pañoleta al cuello… lo que nos lleva a concluir que la belleza es, junto con la vejez, un crimen imperdonable.   

Sin embargo, Leticia Torres ha demostrado que la vocación no tiene por qué estar peleada con el jabón ni con el tacón. Ha comprendido y asumido el espíritu de nuestro tiempo. Sabe que vivir fuera de las redes sociales es vivir en el error. Su tránsito por los medios le enseñó que las imágenes hablan más, pueden golpear más, incluso, que las palabras. 

Lo que está haciendo la presidenta del DIF de San Pedro Cholula es escribir una narrativa propia, se ha confeccionado a la medida un personaje que permee en la sociedad. Que conecte. 

Ser cabeza de una institución como el DIF requiere estómago, músculo y sobre todo, corazón, ya que es la parte más sensible, más noble de cualquier gobierno.   

Lo que Torres está haciendo es, guardando proporciones, lo que en su momento hicieron mujeres como Eva Perón o Jackie Kennedy, quienes aprovecharon el impacto de sus respectivas personalidades glamorosas para llegar a más gente.  

Para muchos la moda no es más que frivolidad y exceso, y esos muchos están equivocados.  

La moda, el vestido, el manejo de una imagen son recursos que potencian el contexto en el que se mueve el personaje.  

Lety es una mujer sobrexpuesta en redes, lo que para cualquier político tradicional podría parecer una banalidad, sin embargo, estamos viviendo la era de la imagen, de los impactos cortos, de los mensajes a bocajarro en una historia que dura 24 horas en Instagram.  

La “Presidenta”, como la llaman en las calles de San Pedro, es una figura visible, una mujer que muestra y expone lo que hace en un escaparate;  lo hace sin recelo, sin temor a la crítica ramplona de aquellos que siguen sin atreverse a ser ellos mismos.  

La vemos haciendo ejercicio, la vemos saliendo a trabajar, la vemos llegando a un acto, la vemos entregando apoyos, la vemos oyendo la gente (que se acerca a ella a voluntad), la vemos comiendo, la vemos con filtros de corazones, perros, vamps y calacas, la vemos de la mano, estoica, acompañando a su marido, Luis Alberto Arriaga. La vemos cuando va a comer o a cenar, la vemos tomando cerveza… en pocas palabras, lo que ve la gente es a un ser humano con deseos, con preocupaciones, con apetitos.  

Lo que vemos en redes es a Lety Torres en su estado natural. 

Lo que no se alcanza a ver es esa otra parte que pocos conocen: la hora en la que llega a su casa, abre el Twitter y lee columnas o escucha a sus ex colegas.  

La presidenta entonces añora estar de este lado; un lado completamente opuesto. Parada en la estación del crítico, con la adrenalina de reportear, de escarbar, de hacer preguntas.  

Lety estudió literatura, entonces algo sabe de los claroscuros de la vida, que es comedia y drama a la vez.   

Nada es completamente luminoso, ni nada es completamente oscuro, simplemente es, como decía Ortega y Gasset, el hombre y su circunstancia.  

En el caso de Lety, la mujer y sus decisiones.  

Ella decidió acompañar a su esposo a una aventura desconocida por el lado de la experiencia, pero conocida desde la trinchera de la especulación. 

Y parece gustarle.  

Y a la gente parece gustarle ella.  

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Dorsia Staff

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