jueves, noviembre 21 2024

“Nacer es una explosión: la conciencia se abre al mundo exterior. Envejecer es lo contrario: una implosión”.

Fernando Sánchez Dragó

Por: Aldo Cortés


No quería culminar la semana de mi natalicio sin escribir nada. Desde que reconozco la dualidad en mi memoria, quiero decir, el “yo” que recuerda y el “yo” que revive la memoria, la literatura siempre ha estado presente. Escribo todo esto mientras la nostalgia que produce envejecer me rodea. Y como dice la Milonga de Manuel Flores: Morir es una costumbre que saber tener la gente.


Es la vida con sus pequeñas manías, con sus pequeños detalles, con sus rarezas predecibles. Decidí ver el mundo desde afuera un 17 de junio de hace veintidós años, desde entonces, las cosas se han dado. Cuesta advertir los estragos que produce el devenir del tiempo, mirar el espejo y el único reflejo visible es el carácter. Porque, sin duda, nuestro rostro es la medida del tiempo, pero la identidad, el carácter, la afinidad, son estigmas que difícilmente cambiarán; y aun cuando Mefistófeles oprimiese el botón y nos situara en cualquier momento del orbe, no seríamos reconocibles para nosotros mismos por el aspecto físico, las heridas o las cicatrices, sino por el carácter, el sello impreso en las ideas, no ideologías, que evolucionan constantemente y, sin embargo, el origen sigue siendo el mismo.

En pasadas entregas he sostenido –hoy afirmando– que la vida son caminos que siempre se bifurcan y, en determinadas encrucijadas de la vida, elegir un camino es abandonar otro. Esto es así. Uno tiende hacer lo posible para recorrer la mayor cantidad de estaciones, pero la vida deflagra y tienes que escoger un tren. Envejecer es advertir como las personas se marchan, la vela eventualmente pierde su llama, pero algo de su brillo queda.

A tiempo de ser certero, hoy la vida está aquí. Mis bisagras son sólidas y nada chirría. El único defecto de la juventud es que las lecciones cuestan, pero, por otra parte, perdiendo se aprende. No pasa nada. Al cabo, nada nos debemos. Y mientras escribo estas líneas la nostalgia me invade, las lágrimas se asoman. ¿Llorar? Llorar de alegría, llorar por haber cumplido un sueño de pequeño, de escuchar tantas sandeces, tantas tonterías, la confianza que nunca llega. La felicidad tiene la cualidad de justificarse por sí misma, de ahí que, sea sinónimo de estar menos triste cada día.

Afable lector, se dice cumplir años; que nunca sea un deber, y sí un placer. Somos afortunados de estar aquí. No importa lo que estés haciendo, no dejes de creer. Cree. Y como dice Don Jorge: Que el paraíso exista, aunque nuestro lugar sea el infierno.

Nosotros, los de entonces, volveremos a ser.

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