miércoles, diciembre 25 2024

Me lo Contó la Luna
Por Claudia Luna

Daneyis es cubana y vive en Miami desde hace dos años. No pertenece al primer grupo de cubanos que huyeron de las bayonetas producto de una revolución triunfante. Tampoco es parte de los ciudadanos que salieron debido a la represión y falta de libertad. Ella es mi manicurista y como me explicó, mientras me pintaba las uñas, emigró porque en Cuba sólo quedaba miseria y hambre.

Desde la revolución en 1959, diferentes países, en especial Estados Unidos, han recibido un flujo masivo y sostenido de inmigrantes cubanos, ya sea por motivos políticos o económicos. Alrededor de tres millones de personas han salido del país, esto equivale a más del veinte por ciento de la población. Lo han hecho de todas las formas imaginables y las no imaginables también, algunas veces arriesgando su vida y la de sus seres amados. La causa de este fenómeno, que es tan clara para los que lo han padecido, no parece serlo para los que observan desde el exterior.

Para algunos analistas y observadores el régimen en la isla ha sido un fracaso. El nivel de bienestar para el pueblo ha sido nulo y, como lo dijo mi manicurista, el pueblo sufre todo tipo de carencias y falta de libertad. Antes del año 59, su PIB ocupaba el tercer lugar en América Latina. A partir de entonces cayó vertiginosamente, sin embargo, valdría la pena mirar su sistema político y económico desde un ángulo diferente, para entender por qué para sus dirigentes es exitoso y por qué muchos otros gobiernos latinoamericanos se interesan en copiarlo a pie juntillas.

Es exitoso porque es un sistema dictatorial que ha sobrevivido durante sesenta años y su máximo líder, Fidel Castro, un autócrata que vulneró los derechos humanos del pueblo por cincuenta y siete años, murió en su cama. Y no en una prisión ni en el exilio. Cuba aprovecha al máximo dichas peculiaridades y, hoy en día, exporta al mundo el “manual detallado” de cómo arrasar con un país hasta dejarlo en la miseria, entretener al pueblo en sobrevivir, desarticular a los oponentes y conservar el poder.

El socialismo llegó a la isla como ha llegado a todas partes, demoliendo lo que había y negando cualquier reconocimiento al sistema político anterior. Reescribieron la historia y borraron todo antecedente a la revolución. Como parte de lo que había que desmantelar estaba su intelectualidad. El sistema que llegó no invitó a participar a los intelectuales en el nuevo diseño del país, por el contrario, eligió ignorarlos y aislarlos. La revolución tenía un esquema en el que no se toleraba una opinión ajena, un juicio diferente, por tanto, la clase pensante no fue bienvenida.

Después de estar casada veintisiete años con un cubano y de visitar la isla en diferentes ocasiones, he sido testigo de la falta de libertad, la represión y la carencia que viven sus ciudadanos. He presenciado cómo unos guardias pateaban a un muchacho que insistía en entrar a un lugar exclusivo para turistas. He escuchado a la gente del pueblo murmurar sus quejas con miedo de que se les acusara de “diversionismo ideológico” (término inventado para marcar y castigar al que tiene un punto de vista distinto al del régimen). He caminado las calles que anda la gente de a pie y me ha parecido que estoy en una ciudad bombardeada porque, en sesenta años, el gobierno no les ha dado mantenimiento alguno.

También en algún pueblo de Cuba me he sentado junto a una vieja a limpiar el arroz que consiguió después de hacer una cola de horas. Un arroz quebrado y sucio que en nuestro país se deja para alimentar a los animales. Pero nunca he sentido la desesperación que ha llevado a miles de cubanas a lanzarse al mar en balsas endebles, embarazadas o con sus hijos pequeños para alcanzar una costa de libertad y oportunidad.

Al igual que Daneyis hay millones de cubanos que han salido de su patria para buscar, en otro suelo, lo que el sistema de su país les ha negado.

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