martes, noviembre 5 2024

Por: Claudia Luna

Pasábamos una noche en casa con amigos. Después de comer, platicar y contar chistes, Miguel, que es dominicano, con su acento característico y como respuesta a alguna historia que se discutía, comentó: “Mira eso, hay gente que se quiere morir y yo luchando por vivir”. Entonces, nos contó que él era un sobreviviente de un trasplante de corazón. En ese momento, se hizo un gran silencio y todos los que estábamos sentados a la mesa nos quedamos helados. Algo que parecía un cuento lejano en nuestro mundo, de pronto, se hizo presente.

A través de los años, el corazón es el órgano del cuerpo que se ha mantenido como favorito en diferentes culturas. Los mesopotámicos pensaban en él como en un asiento para las emociones. Para los egipcios, el corazón alberga la consciencia y moralidad de la persona. En las culturas mesoamericanas ofrecían el corazón a sus dioses porque creían que era la fuente de la valentía. En las prácticas meditativas del shivaismo se le percibe como el centro del cuerpo y así sucesivamente.

La historia de Miguel es casi inverosímil, a los 33 años su corazón estuvo a punto de colapsar. Los médicos le indujeron un coma para mantenerlo con vida en lo que se encontraba a un donador. Antes de eso, le habían practicado dos cirugías a corazón abierto y llegó el momento en el que tenia un corazón mecánico que su cuerpo rechazaba, y una esponja que le tapaba el pecho abierto. El corazón del donante llegó en el último minuto posible.

Cuando Miguel cuenta su historia, siempre enfatiza lo importante que fue para él recibir esa donación y el mar de posibilidades que le brindó. Entre sus bendiciones cuenta el haber aprendido a cocinar paella, visitar Paris con Zulema, su esposa, y poder trabajar en la profesión que ama. Es prostodoncista.

Desde la operación, ha regresado muchas veces al hospital, algunas en estado crítico. No puedo imaginar la incertidumbre de no saber qué va a suceder, una y otra vez, como si fuera un cuento maldito que se repite. Tampoco el indescriptible dolor físico que ha pasado, sin embargo, tengo una idea bastante clara de cuánto ama la vida cuando preside la mesa en su casa con la familia y amigos alrededor. Cuando levanta la copa y brinda por la vida con una sonrisa que le nace en los ojos. Siempre es por la vida.

Una noche, después de la cena, todos estábamos de buen humor, de pronto, Miguel empezó a hacer una parodia y a hablar como un hindú. Hacia gestos exagerados a la vez que repetía las mismas palabras con un acento excesivo y gracioso. Zulema se había hecho un chongo extraño en la cabeza y abría mucho sus hermosos ojos color avellana. Carlos se reía a carcajadas, mientras que yo imitaba los movimientos de Miguel sin perderme un solo gesto. Todos estábamos ahí, disfrutando un momento de vida que nos había regalado el donador del corazón de Miguel.

En una ocasión, tras reponerse de una severa crisis, Miguel le dijo a Carlos: “Yo aguanto más golpes que Lomachenko”. Sin embargo, no todos los días están poblados de esperanza, hay unos más obscuros o indescifrables que otros. Pero, como en los grandes equipos, cuando Miguel se cansa, Zulema, que es una muchacha menudita y de espesa cabellera negra, coge la batuta y, con un amor sempiterno, lo toma de la mano y lo lleva de vuelta. A veces me parece que ella tiene una bolsa llena de recursos.

Hace poco los visitamos en el hospital. Una vez más de regreso. Miguel estaba desanimado, pude percatarme de cómo Zulema buscaba la manera de alentarlo. De pronto, dijo: “Acuérdate, Miguelito, que todavía no conocemos Nueva York y vamos a ir juntos”. En un par de minutos se formó un alegre grupo de amigos dispuestos a manejar a la Gran Manzana y es que, como sucede con los grandes proyectos, todos queremos ser parte.

Miguel ama la vida y la abraza con fuerza. Planea viajes y siempre tiene algún proyecto en marcha. Un par de meses atrás construyó un jacuzzi en el patio para meterse a tomar tragos con los amigos, cuando llegue el verano. Es de sonrisa fácil y siempre está listo para celebrar y reunirse con la gente que quiere.

En mi vida he conocido a grandes hombres que emprenden empresas formidables, pocos como Miguel, quien, sin importar lo incierto o injusto que parezca el futuro, se levanta todos los días y honra el regalo de vida que recibió. Su recorrido es un canto a la vida, él empuja a la muerte hacia afuera, con tenacidad, con paciencia y de corazón.

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Claudia Luna

Escritora y Directora creativa en www.carlosluna.com y Diseñadora Gráfica.

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