martes, noviembre 5 2024

por Marianna Mendívil 

Uno de los tipos de violencia más normalizados en nuestra sociedad es, sin duda, la violencia obstétrica. Está a la vista de todos, la mayoría de las mujeres la padecen, con sus parejas y familias como testigos. Pero muchas veces sin darse cuenta de que están siendo víctimas de éste tipo de violencia. El derecho de las mujeres para decidir sobre su cuerpo es cuestionado y negado todos los días.

Mi primer hijo acaba de cumplir siete años. Desde que me enteré que estaba embarazada sabía que quería tener un parto natural, busqué una doula y compré algunos libros sobre el tema. Pero no tenía idea de lo complicado que sería lograr que mi decisión fuera tomada en cuenta.   

Cuando tenía algunas semanas de embarazo llegué a la primera cita con el ginecólogo que me habían recomendado en la búsqueda de alguien que fuera pro parto. Lo primero que me dijo fue: “Crees que estás embarazada, podría ser un tumor. ¿Lo habías pensado?” No lo había pensado, gracias. Después me contó sobre las decenas de casos de bebés que habían nacido con terribles complicaciones y como él y su gran equipo los habían salvado. “Así es que no te preocupes, estás en las mejores manos.”

Salí de ahí aterrada. Había planeado dar la noticia de mi embarazo esa tarde y preferí cancelar la reunión, para descartar eso del tumor.

Llegué con el siguiente doctor, ya segura de que era un embrión y no un tumor, y le dije que quería tener un parto natural

“Eso dicen todas, (jajaja) ya veremos a la mera hora.”  

Una amiga que había tenido dos partos me recomendó a su doctor de México, el señor venía a Puebla algunas veces al mes.  Después de hablarme un rato sobre las bondades del parto, me dijo en que semana podría nacer. El doctor solo hacía partos inducidos, lo estresaba no saber el día y hora en la que el niño iba nacer. Claro, no es fácil hacer planes cuando una parturienta puede hablarte en cualquier momento.

Así pasé por ocho doctores más. Cuando por fin elegí a uno ya tenía siete meses de embarazo.  El doctor estuvo de acuerdo, aunque no con buena cara, en que la doula entrara al parto conmigo, que la mayor parte del trabajo de parto sería en mi casa y en que no quería episiotomía por rutina.

Todo pasó como lo planee. Estuve doce horas en mi casa y llegué al hospital con casi diez centímetros de dilatación. Entre directamente al quirófano, pero el bebé no había bajado, los doctores estaban impacientes.  Beatríz, la doula (quien ya había sido tachada de loca por los doctores y era víctima de constantes miradas de desaprobación)  llevaba una silla en forma de herradura en la que me senté durante casi una hora. Ese fue el peor momento de todo el trabajo de parto, estaba segura que no iba a aguantar una contracción más. Ella y yo estábamos de un lado del salón y a unos metros estaban el doctor y dos ayudantes hablando sobre un partido de futbol entre risas. Quería callarlos, pero no encontraba la fuerza.

Me acosté en la camilla y unos minutos después el doctor me hizo la episiotomía. Me aseguró que era la única manera y literalmente no había nada que yo pudiera hacer en ese momento. La episiotomía tiene un impacto mucho mayor en el perineo y la vagina, además de que puede tener consecuencias a largo plazo, como: incontinencia urinaria, dolor al tener relaciones sexuales, riesgos de desgarros vaginales más graves etc. Las episiotomías sin consentimiento son consideradas violencia obstétrica.

Unos meses después, mi esposo me contó que mientras me cosía le cerró el ojo y le dijo “está última puntada es para ti”

Lo que estoy relatando es tan común que muchos no ven absolutamente nada malo en mi historia. De hecho, fue difícil convencer a mi gente cercana de que algo estuvo mal, ya ni hablemos de violencia obstétrica. “Pero si te fue muy bien, tu bebé está sano ¿Qué no querías un parto”

Lo que me pasó fue a pesar de saber qué era lo que quería, de estar informada y de haberlo pedido de manera explícita. Y no está ni cerca de compararse con el tipo de maltrato que viven muchas mujeres durante su embarazo y parto.

México tiene una de las tazas de cesáreas más altas de mundo. Más del 45% de los nacimientos son por cesáreas, aun cuando la OMS no recomienda más de 10% de cesáreas. En la gran mayoría de los casos las mujeres piensan que no tienen otra opción. Tienen miedo de que todas las complicaciones que sus doctores les han anunciado durante meses se hagan realidad, y aceptan ser“salvadas” por sus ginecólogos. La autoridad incuestionable de los médicos ante un proceso natural, como es un parto, infantilizan a la mujer.

Parir acostada boca arriba es conveniente solo para el doctor, que está sentado cómodamente frente a ti. Muchas prácticas son obsoletas, pero hay poco que las mujeres puedan hacer para ser escuchadas dentro de los sistemas de salud.

Tres años después de mi primer parto encontré un doctor que estuvo dispuesto a respetar lo que le pedí. No me hizo episiotomía, y mi bebé nació sin ningún problema. El cuarto en el que nació estaba en silencio y con la luz tenue. Tampoco estuve acostada boca arriba. La experiencia de haber estado en control de mi parto, de haber sido escuchada y respetada influyó también en el postparto.  Las vivencias traumáticas durante el embarazo y el parto influyen mucho en cómo te sientes después, y puede provocar depresión postparto.

El derecho a decidir sobre nuestros cuerpos aplica también al parto. Y NO es siempre no.

 

 

 

 

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