sábado, noviembre 2 2024

Por María Rebeca Orta de la Garza

Diecinueve horas con treinta minutos y Melany Vianney Hernández, en el esplendor de su belleza de ojos y cabello azabache, sale de la iglesia de Teocalco. Es el decimoctavo día de enero, hace frío. La cobija el cielo polícromo de Hidalgo que está a punto de oscurecerse y no más; su madre no le permitió usar abrigo. El vestido rosa pálido que le obsequió Elvis, el padrino de ajuar, debe lucir en todo su diámetro y escote en forma de corazón. Melany Vianney lo quería negro.

Diecinueve horas con cuarenta y tres minutos y Melany Vianney desciende de una limusina Hummer del mismo color de su vestido. Está molesta, discute con su madre. Quería pasar su cumpleaños con los amigos, como había planeado. No le confiesa que “amigos” es el eufemismo de “Walter”, el muchachito al que se quiere agarrar a los besos y a las caricias. La madre le ordena que sonría, pues Elvis, también padrino de coche y gasolina, quiere verla bajar como princesa del potente y ramplón vehículo. Melany Vianney tiene ganas de llorar.

Diecinueve horas con cincuenta y tres minutos y a Melany Vianney la tienen esperando afuera del salón de fiestas. Dentro suena Dame más gasolina; a la madre se le antoja boato, pero al mismo tiempo moda. También quiere cumplir a rajatabla con el itinerario: la quinceañera debe presentarse a las veinte horas en punto. No puede adelantarse siete minutos a lo que ella considera un obligado empujón a la adultez. Tampoco se le permite resguardar del frío su piel de niña de diez más cinco para que en unos momentos Elvis, padrino de bautismo, se regodee en sus reflejos cetrinos a la hora de bailar el vals que la convertirá, por arte de magia, en una mujer. La quinceañera ha oído que el baile es la expresión vertical de un deseo horizontal. Le envía un WhatsApp a Walter. Melany Vianney no quiere que la madre inmole su pubertad.

Diecinueve horas con cincuenta y cinco minutos y Melany Vianney se regocija. Walter le sonríe montado en su Chevy verde pistache. Ella se acerca a la ventanilla. Él la lisonjea, la invita a pasear. Malany Vianney no lo piensa dos veces y accede, es el pretexto ideal para escapar de las voces masculinas que oyó sin querer. No le gusta que se refieran a ella como “cancha reglamentaria”. Walter conduce mientras la escucha despotricar contra su madre que la ha vestido de niña novia para salir de pobre en vez de evitar el gasto en un festejo que ella no pidió en primer lugar. Le confiesa que no se acostaría jamás con Elvis ni siquiera a cambio de sus dos gasolineras. Walter la escucha, se conmisera. Quiere desvirgarla. Ella quiere ser desflorada por él. El joven aparca al borde del camino rural. Le propone un plan para hacerse de mucho dinero en poco tiempo y así poder estar juntos sin problemas. Melany Vianney está dispuesta a todo con tal de huir con Walter.

Veinte horas con trece minutos y Melany Vianney goza de una libertad que se siente prestada. Walter le ofrece un bidón de cincuenta litros y le dice con una sonrisa limpia, “ora sí, chula, ¡dinero no nos va a faltar!”. Ella siente temor, huele mucho a gasolina. Walter la besa en los labios. Embriagada de romanticismo y hormonas, la quinceañera sigue a su nuevo novio. El sabor a aventura adormece sus instintos de conservación. La ambición de una vida como la que ponen en la tele los hace obviar el peligro. Embeben sus brazos en el río amarillento de combustible mientras llenan los tanques. Melany Vianney podría conformarse y huachicolear por siempre.

Veinte horas con diecisiete minutos y Melany Vianney no aparece para el vals. Su madre llora de angustia. A Elvis le duelen las pelotas de resignación. En el salón crece el cuchicheo al son de “dame tu cosita”. Los chambelanes imberbes y escuálidos aprovechan el tiempo muerto e intentan cortejar a las jovencitas. En el pueblo aledaño de Tlahuelilpan, la llama quiere acariciar el cielo tras el estruendo. Melany Vianney, mientras se desploma, observa a Walter corriendo; grita envuelto en un halo de fuego idéntico al que la está consumiendo a sus diez mas cinco. Melany Vianney se consuela adolorida al saber su vestido negro y se despide de su breve adultez.

Instagram: @mariarodelaoficial

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