viernes, noviembre 22 2024

Por Alejandra Gómez Macchia

Desde hace muchos años, en diferentes tipos de teorías místicas y conspirativas,  pasando por las antiguas profecías mayas, las iluminaciones de visionarios new age, charlatanes de televisión y pitonisos de Twitter, se hablaba de un cambio de paradigma.  

Corría el año 2012 y nuevamente se esperaba un fin del mundo serio con su respectivo espectáculo multimedia para no perdérselo. Sería algo serio porque sobrevendría de los cálculos en la cuenta larga maya: la regeneración de la tierra, un cambio de consciencia colectivo. La venganza de Pachamama. El reinado de Gaia.  

No sucedió.  

El mundo siguió su curso natural y la tierra continuó dando la vuelta sobre su eje imaginario en un tiempo aproximado de 24 horas y el tradicional recorrido de traslación no se movió de 365 días.  

Los días fueron iguales a los de siempre, con sus mínimas variaciones: cada uno con su amanecer, su atardecer, su anochecer. Gente en la calle, gente bebiendo, gente bailando, gente delinquiendo, gente sufriendo y gente gozando.  

Los humanos no dejamos de ser humanos: con hábitos buenos y malos. Llenos de apegos, apetencias y rebasados por la frivolidad. 

Las mujeres seguimos teniendo hijos y peleando con los hombres (cada vez más). Los niños iban al colegio para aprender las tablas, las letras y los nombres de los héroes y los villanos de la historia.  

Todos gastábamos como de costumbre. Se abrieron nuevas tiendas y restaurantes cada vez más exclusivos y extravagantes.  

La desigualdad social se acrecentó como de costumbre.  

Los bosques perdieron árboles, el mar no paró de producir olas en complicidad con la luna.  

La nata de smog a veces se presentaba más densa, a veces se disipaba.  

Los perros ladraban por las mismas razones: para ser mimados, para exigir un hueso, cuando veían gente muerta en la oscuridad… 

Asteroides, meteoros, huracanes, temblores, malas decisiones gubernamentales, pésimas declaraciones de sedicentes líderes mundiales.  

La entronización de los idiotas en Instagram, la irrupción de los influencers como nuevos estandartes morales, la aparición de ramificaciones bizarras del feminismo, los espantosos crímenes de odio normalizados, la nueva cartografía del narco…. ninguno de estos fenómenos nos movieron de nuestras respectivas terquedades.  

 

La especie se creía invencible. El deshielo de los polos dejó de ser noticia de alarma.  

A este mundo lo uniformó un microscópico ente casi invisible.  

Oriundo de un mercado chino, el Coronavirus viajó en avión y hundió en severos problemas a toda la humanidad.  

Covid 19, el bicho representado por una especie de esfera verde con picos, llegó para quedarse.  

Es un inquilino no deseado, pero tendremos que aprender a vivir y a morir con él.  

La especie tendrá que adaptarse, conversar con él; pactar inmunidad a cambio de permanencia.  

Éste, y ningún otro, es el verdadero cambio cambio de paradigma.  

Como suele suceder, uno nunca está preparado para el cambio, sin embargo, acá no es lo que uno quiera o no hacer. El COVID nos metió a todos en una nueva dinámica. Cerró escuelas, calles y quebró negocios. Evidenció lo inoperante de los políticos. Nos llevó a revalorar la escena científica.  

COVID 19 nos pilló infraganti con las bragas en las rodillas.  

Desnudos y completamente expuestos.  

A su merced, nos separó de nuestros viejos.  

Este es el nuevo mundo de los hombres solos; de las parejas que, aunque ahora quieran, ya no pueden abrazarse.  

La realidad superó a la ficción.  

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