lunes, noviembre 4 2024

El juicio del Chapo Guzmán debería ser televisado. Las historias que van revelándose conforme los testigos hablan son alucinantes.

No hay serie de Netflix que se acerque un poquito a lo que está sucediendo del otro lado de la frontera con el narco más famoso de México y el mundo.

Lo que llega a nuestros oídos es apenas un “tráiler” de la gran trama de lo que seguramente un día se convertirán en  película. Una vez más, por donde volteemos, la realidad supera a la ficción.

El Chapo es un personaje complejo pese a ser un hombre muy básico. Está lleno sombras, de grietas, de matices, de dobleces. Es como uno de esos tremebundos y horribles cuadros de Leonardo Nierman que tanto adoran los políticos nuevo-ricos.

Sólo quien lee los periódicos y va más allá de las escuetas notas que se presentan en los medios tradicionales de comunicación puede estar al tanto de la historia, que a mi parecer se está convirtiendo –sin querer– en una tragedia o una comedia shakespereana cuyo hilo conductor es, sin duda, la danza de las deslealtades y las traiciones.

Entre narcos, ya se sabe, hubo algún tiempo ciertos códigos de honor. Así pues, se guardaban respeto en tanto un bando no se metiera en las parcelas y en los bisnes ni con las familias de los selectos miembros del otro bando. Sin embargo, como dice Cantinflas: de generación en generación las generaciones se degeneran con mayor degeneración.

Si es que antes existía eso que paradójicamente se acercaba al concepto de ética laboral (¿ese disparate existe?), ahora las nuevas generaciones de hampones van por todo sin ver a quiénes atropellan.

La generación de narcos “nivel Chapo” respondía frente al ataque. Era una especie de pacto tácito, al igual que los pactos que hacía en su tiempo Pablo Escobar en Colombia. Si me matas a un hijo, te mato a un hijo. Si intentas apañarte mi mercado, me apaño el tuyo y te tuerzo de paso. Así operaban los cárteles. Con leyes del Talión.

Por eso resulta fascinante el seguimiento de un juicio como el del Chapo, y nadie debería perdérselo si está interesado en comprender los cómos y los porqués de la descomposición de nuestro tejido social, porque recordemos que el narco jamás ha operado solo. Ha necesitado siempre de la colaboración de altos mandos del gobierno, con los que se reparten el botín; de no ser así, cómo se podría explicar que el cártel del Chapo pudiera andar en aguas internacionales en sofisticados submarinos sin que la marina los detectara, ¿cierto?

Como ya lo mencioné arriba, el juicio va desgranando tramas alucinantes, como la historia que “cantó” ayer el colega del Chapo, Jesús el “Rey Zambada”, en la que narra cómo tras un encuentro entre líderes de los cárteles, Rodolfo Carrillo Fuentes (quien fuera en representación del las cabezas de “el negocio” en Juárez) dejó con la mano extendida a Joaquín Guzmán Loera; cosa que lo enfureció a tal grado que, en cuanto pudo, mandó a matar al pelado que osó a desplantarlo.

Tras el asesinato de Rodolfo Carrillo y su esposa, el cártel de Juárez reaccionó como la ética de entonces dictaba: yendo a matar a Arturo Guzmán, hermano del sinaloense agraviado. Y de ahí, la guerra.

Por escenas como estas (que parecen sacadas de una película chabacana de rancheros orgullosos) vale la pena seguir puntualmente el juicio del Chapo: un hampón de primera al que el masaje alienado admira gracias a la caricaturización de su personaje en las series televisivas.

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