martes, diciembre 24 2024

Por Alejandra Gómez Macchia

El chef Enrique Olvera publicó el pasado domingo un texto muy controversial en Reforma titulado “no sabes quién soy”, en el que básicamente quería mandar un mensaje llano: hay que usar cubre bocas en los restaurantes. Punto.

Lo que convirtió en viral la columna no fue la nuez del texto, es decir, que la gente TIENE que usar cubre bocas en los restaurantes, sean pozolerías barriobajeras o establecimientos de primer nivel como el Pujol.

Lo que causó escoriaciones fue que acabó enredado en sus propias trampas verbales, en su exquisitez (que para fines periodísticos es innecesaria) y en esa tan recurrente forma que tienen los esnobs para demostrar que saben un chingo y que los demás no sabemos nada.

Confieso que yo misma he abusado de la pedantería literaria a la hora de escribir un artículo o una columna, sin embargo, he notado que a pocos les importa si soy experta en la vida y obra de Thomas Berhnard (que en su casa y en Viena lo conocen) o si me he mamado toda la cuarentena las obras de Karlheinz Stockhausen.

Está bien que todos estemos ya saturados de textos y artículos que se publican a diario sobre el coronavirus y sus vertientes, pero desgraciadamente la otra pandemia es la desinformación y la precariedad de los que nos mendigan a cuentagotas lo que debemos de hacer para detener esto.

Para fines prácticos, Olvera pudo escribir el mismo choro, pero sin excederse en ponerle escarolas, huevecillos de beluga y escamoles a sus letras y a su consabido alto nivel culinario.

En lo particular también me parece aberrante que la banda le quiera echar limón hasta a los tamales, sin embargo, los jarochos lo hacen, hayan nacido en cuna de oro o en las cuencas de alguna ría de Alvarado.

Vivo en Puebla, una de las ciudades más fantoches de las que se tienen registro. Y justo este fin de semana reabrieron los restaurantes. ¿Qué pasó? Lo que se esperaba, los poblanos pasaron lista en sus bares y comederos de confianza para poder ser vistos por los demás comensales.

Pese a que la indicación del uso del cubre bocas ha tomado auge en las últimas semanas (no porque las autoridades lo avalen, sino porque el ejemplo de otros países es el botón de muestra), para mis coetáneos es mucho más importante no pasar desapercibidos frente a sus camaradas al extremo de poner su pellejo en riesgo. La vanidad es la vanidad.

Qué le hacemos. Lo malo es que esos pellejos no dan buen chicharrón.

Olvera construyó un texto a manera de chile en nogada. Churrigueresco, barroco y elitista.

Raro, dados los lineamientos que tiene a la hora de cocinar platillos deliciosos, pero a mi gusto bastante minimalistas. Su carta es lo opuesto a la manera en la que escribió, es decir, platillos construidos con sujeto-verbo y complemento; que para los glotones insaciables como yo (o para aquellos que piden chiles amashitos y pico de gallo hasta cuando ordenan mouse de pato con trufa y morillas)  es insuficiente, pero sus lectores son otra cosa: más en un país en el que la gente no acaba de entender que el cubre bocas es un accesorio que llegó para quedarse y que probablemente nos salve la vida en aras de seguir haciéndole el gasto a los miembros de su selecto club.

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