lunes, noviembre 4 2024

Tala
Por: Alejandra Gómez Macchia

Hay dos palabras horribles que se han puesto de moda en estos tiempos: empoderar y sororidad. La primera tiene que ver con el proceso por el cual una persona (hombre o mujer) –por lo generar vulnerable– aumenta su participación y es reconocida dentro de la sociedad, pero en estas épocas en las que las feministas se volvieron feminazis, se utiliza más para el sexo femenino, pues el hombre lleva “empoderado” desde que dejó de ser simio.

Sororidad, en cambio, sí es un término que se le adjudica sólo a las mujeres. Es un neologismo para referirse a la solidaridad entre mujeres en un contexto de discriminación sexual.

Ambas palabras, a menos a mí me parece así, suenan mal. Al pronunciarlas se escucha uno forzado. Empoderar se parece a «empollar» y sororidad me remite a un corro de monjas huyendo del convento al casino.

Estas dos palabras se usan a menudo en los discursos políticos por una suerte de inclusión. En España se oyen hasta el hartazgo, y ya el escritor Javier Marías escribió una columna al respecto. A él (que ha sido tildado de misógino y macho) también le parecen espantosas y no entiende cómo se han incorporado a la RAE.

Ya que hablamos de la Real Academia de la Lengua Española, permítame el lector comentar que un término del que echamos mano cotidianamente (de unas semanas para acá) no existe.

En noticieros, en artículos de opinión, en columnas, en la calle, en conferencias de prensa y hasta en chismorreos de café, hemos venido repitiendo (febrilmente) que el desabasto de la gasolina es una monserga.

Que si AMLO tiene la culpa de ese desabasto porque implementó mal su plan contra el huachicol.

Que si nuestros amigos chilangos están sufriendo el desabasto.

Que ¡cuándo terminará el desabasto, Dios mío!

Que si en Puebla no hay desabasto porque se acercan elecciones.

Y así hasta el infinito.

Todos hemos pronunciado la palabra «desabasto» al menos una vez durante esta crisis de combustible.

La hemos dicho tranquilamente, llenándonos la boca de razón y/o arbitrariedad, cuando… les tengo noticias: el desabasto no existe.

Al menos la palabra no figura en entre la kilométrica lista de palabras que la RAE da por buenas.

Suele suceder: una palabra se pone en boga al ser repetida hasta la ignominia, y de tanto mentarla, un día llega a engrosar las filas de los vocablos del diccionario, sin embargo, a la fecha, “desabasto” está mal aplicada. Es una tergiversación del lenguaje.

La palabra correcta para nombrar la “falta de…” es DESABASTECIMIENTO.

Es más complicado decirla, ¿no?

Sí. Pero es la forma adecuada si queremos dárnosla de muy versados.

Así que ojo: el desabasto, como algunos franceses, no existe.

Ni son los papás.

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