El día que tuviste que desaparecer
“Me iré y no sabré volver”
Alejandra Pizarnik.
“Let me not mar that perfect Dream
By an Auroral stain
But so adjust my daily Night
That it will come again”
Emily Dickinson
Por Aldo Cortés
¿Qué decirte? ¿Con qué ojos puedo mirarte, sino los de decepción? Te he orillado a perder todo, te he obligado a no tener miedo. No quiero reconocerlo, intento excusarme en mis falsos desdenes, en decirte que voy a cambiar, que no debes preocuparte, que será la última vez que pierdo el control.
Te convencí de mi vano discurso, te manipulé, aprendiste a tener miedo y sonreír como si no pasara nada. Aprendiste a esconder lo inconfesable, a normalizar lo criminal, hiciste de tu silencio una mentira de paz. Hoy has decidido no salir.
Has tomado las riendas del destino que siempre ha sido tuyo. Estás en todas partes, tu huella es imborrable, has dejado atrás las labores domésticas -impuestas por otros-, te has apoderado de las calles, del trabajo, has conquistado las alturas de la política, te has apoderado la poesía, de la ética y la estética.
Esta lucha no es de mis congéneres ni mía y, sin embargo, es imposible no emocionarse. Admirar la dignidad de su talento, la fuerza de su convicción, el respeto por sí mismas, el hálito de su voz. Mujer, eres una conocedora, una visionaria, un oráculo, una inspiradora, un ser intuitivo, una hacedora, una creadora, una inventora y una oyente que sugiere y suscita una vida vibrante en los mundos
interior y exterior. Las palabras “mujer” y “salvaje” hacen que las mujeres recuerden quiénes son y qué es lo que se proponen. Personifican la fuerza que sostiene a todas las mujeres.
El nueve de marzo de dos mil veinte se convertirá en un hito, uno igual de plausible que, movimientos predecesores encarnados por mujeres que estuvieron dispuestas a cruzar la línea, a no dar vuelta atrás. Cosas así no se improvisan. Requieren de una necesidad extrema, de un carácter inusitado. Sólo queda mirar, aprender, respetar, atestiguar la fuerza de una casta que, siempre ha estado, y hoy más que nunca se hace notar. Quiero ser empático antes de perder a alguna mujer que quiero. Quiero ser leal antes de olvidar que tengo un hermano. Sin duda, quiero ser alguien mejor donde los malos están ganando.
¿Las razones? ¿Los alcances? ¿Las maneras? Siempre serán motivos de discusión. Las grandes misivas no terminan por convencer a nadie hasta que están hechas. Sólo cuando el umbral de la victoria cierne el ocaso, la gente incrédula recula y se pronuncia a favor de la causa. Nadie puede ni podrá callar la voz de las mujeres. Sólo tú, sólo ustedes, tienen la gran oportunidad de esta eminente misión; es dura y duro será su destino si deciden aceptarlo.
Hoy has dicho basta. Tu talento robustecido de dignidad no te dejó claudicar. Te habías olvidado de ti misma confundiendo el amor con el horror. Muchas mujeres no fueron escuchadas, nadie quiso ayudarlas, las renegaron al olvido. Las hicieron marcharse. Y no pudieron volver.
Razón lleva Ayanta Barilli, no hay dignidad en la falta de amor. No hay atenuantes para el maltrato. No hay excusas, ni justificaciones, ni ambigüedades. Siempre hay un culpable y una víctima. Un verdugo frente a un inocente.