Memorial
Por Juan Manuel Mecinas
Después de varios acontecimientos que sacudieron la política nacional en las últimas semanas, seguimos mirando en la dirección equivocada. Seguimos fijando nuestra mirada en asuntos menores, como si el gobierno dijo una cosa u otra en el caso Culiacán, cuando para todos es claro que ha dado muchas versiones y que aún no queda claro quién negoció con el cartel la liberación del hijo del Chapo Guzmán o cómo fue que el Presidente le dio seguimiento al operativo cuando estaba volando en un avión comercial.
Y es igual de claro que el gobierno tampoco ha tomado medidas para sancionar a los responsables de un operativo fallido desde su diseño: la cabeza de Durazo ya hubiera rodado en cualquier democracia que se precie de serlo.
Lo de Culiacán no es menor, pero el tema de fondo es más trascendente:
tendríamos que preguntarnos cómo fortalecer al Estado mexicano. La radiografía no deja lugar a dudas y solo los necios siguen negándola: en muchas ciudades del país, en regiones enteras, el narcotráfico es quien manda. Lo sabe el gobierno y lo sabemos todos. El punto no es “combatirlo”, sino cómo hacerlo. Fox, Peña, Calderón y AMLO no han atinado a la estrategia, entre otras cosas porque no es su estrategia, sino es la que dicta Washington.
Descabezar a los líderes del narcotráfico deja muchos menos dividendos en términos reales que, por ejemplo, recuperar espacios que las organizaciones criminales han arrebatado a la sociedad. Esos espacios no solo son físicos (los parques, las escuelas, los centros de diversión donde opera impunemente el crimen organizado), sino también sociales y culturales (basta ver la cantidad de debates, series, música y moda impregnada por el tema). El narcotráfico como estilo de vida: amenazante e influyente.
Necesitamos al Estado de vuelta. Pero, para fortalecer al Estado, lo primero es aceptar que el Estado no está en óptimas condiciones para operar y proteger a los ciudadanos en distintos puntos del país. No lo está ahora y no lo estará mañana. No es una cosa de días. Es cuestión comenzar a poner la primera piedra. La edificación de ese nuevo estado es un proceso lento.
Hasta ahora, el Estado mexicano está lejos de admitir que su lucha contra el crimen organizado –en específico contra los cárteles de droga- no funciona. Esa aceptación está lejos de sus discursos –cuestión entendible- y aún más lejos de sus acciones –cuestión preocupante-. Es esa ceguera que ha llevado al gobierno a aceptar el Plan Mérida y ni qué decir de “Rápido y Furioso”, programas alentados por Estados Unidos para mantener el control de las acciones del gobierno mexicano en esa lucha y que sea la DEA quien decida a quién castigar. El resultado, es por todos conocidos: pudieron haber caído 20, 40, 60 capos en los últimos tres lustros, pero nadie puede negar que los cárteles de la droga gozan de su mejor momento y obtienen ganancias récord.
La receta es un lugar común, pero tendría que ser el primer paso: no se puede jugar a lo que Trump, Obama, Bush o el inquilino en turno de la Casa Blanca disponga. Y mucho menos se puede seguir con recetas que lo único que logran es un efecto mediático, pero que de ninguna forma benefician al ciudadano, quien ni se siente más seguro ni se siente que vive en un mejor país cuando capturan a un líder del narcotráfico
La apuesta pacifista –pero ambigua- de AMLO es la que toma en cuenta que los “Ninis”, la pobreza y la deserción escolar son reflejo y causa del crecimiento del crimen organizado. Pero es ambigua porque en el corto plazo aún no se sabe qué pretende hacer con las policías locales, no combate financieramente a los cárteles y no se entiende porqué perseguir a los capos, cuando el problema no está en una persona, sino en un conjunto de circunstancias que poco tienen que ver con quién dicta las órdenes en la organización criminal.
En ese sentido, no puede haber Estado fuerte si la constante es la marginación, la pobreza, la desigualdad, la falta de oportunidades. La política de AMLO es un buen brochazo, pero se pierde aún en los detalles. La captura de los capos nunca será una solución. Una agenda distinta puede dar mejores resultados. Lo malo es que el Presidente aún no la delinea plenamente, más allá del clásico “combate a la corrupción”.