El método Bielsa, uno no tan lejano al de Borges
por Aldo Chilaca
Dedicado al licenciado Carlos Meza; o como prefiero llamarle, “el míster”. Con gratitud, cariño y afecto.
Afable lector, el camino de la literatura -como el de la vida- se hace al andar. Ya en otras entregas he denunciado los males del ostracismo. Hoy regreso a por todo. Es aquí, es ahora…
Tendría unos veinte años cuando comencé mis azares en la tierra de lo jurídico. Muy pronto supe que, el camino sería arduo y arduo ha sido el trabajo para intentar llegar a donde quiero. Hoy el que no es diferente es invisible. Por fortuna, los ejemplos han permeado en mi vida de tal forma que, lo que aquí cuento, trae aparejado a un buen amigo que hoy, a tiempo de ser certeros y precisos, considero oportuno felicitar por una vuelta más al sol a quien considero un maestro, pero sobre todo, un amigo. Enhorabuena míster, lo bello de envejecer es que solo el tiempo disuelve lo superfluo y, sin embargo, conserva lo esencial. Nosotros, los de entonces, volveremos a ser.
Antes de sacar conclusiones con un título tan laxo, permítanme explicar:
Hace no muchos años escuché por primera vez una entrevista realizada a Marcelo Bielsa; para quien no lo conozca, ‘el Loco’ -como lo apodan- es un entrenador, en el sentido más amplio, de fútbol. Hoy por hoy se encuentra sin dirigir, al menos por ahora, la selección Uruguaya ha alzado la mano y todo pareciera que, se harán de sus servicios. Enhorabuena. Justo por eso, a expensas de que el tiempo me lo permita, me gustaría escribir unas cuántas palabras.Aquella entrevista fue cuando menos un atisbo de luz en medio de tanta oscuridad. En ese entonces, el covid, el confinamiento, la soledad, y la muerte se habían cogido todo. Todo se redujo a nada. Las palabras faltaban -me faltaban- para describir fenómenos que hasta la fecha aún no tienen explicación. Las cosas han cambiado y no nos ha quedado más remedio que también hacerlo nosotros. No obstante, lo que procede no es un tema nostálgico, sino por el contrario, es esperanzador.
Marcelo lleva puesto consigo la indumentaria de un “old fashioned”: peto Adidas, tenis amarrados meticulosamente, lentes que rayan en lo cristalino, un silbato que simula la aureola de un santo; es preciso, es tajante, es expresivo. Guarda la mesura de quien pareciera que lleva toda una vida repasando el discurso que reclama. Cosas así no se improvisan.
“Las evaluaciones no deben hacerse en función de lo que se obtiene, sino en función de lo que se merece…”, los espectadores quedan estupefactos ante tal aseveración. Pero, ¿por qué? ¿No es este el tiempo del resultadismo? ¿Del tanto tienes tanto vales? ¿Del pragmatismo salvaje? Marcelo sonríe, mira con cierta timidez a sus interlocutores; por momentos pareciera un soliloquio. Después de cada oración, ‘el Loco’ se toma unos segundos, intenta acotar cada pensamiento; al igual que, el corazón de un futbolista, sus ideas emergen a tope.
Existe el otro escenario, el que pareciera un espejo perpendicular…
Jorge no necesita presentación. Es el mejor de todos; sé que tal aseveración le sería fútil y, sin embargo, no dudaría en decírselo. Ciego, pero vidente de su tiempo. Borges sostiene su bastón; recita versos en alemán, francés, latín. Su memoria pareciera un monumento apócrifo, capaz de recordar incluso lo que nunca llegó a hacer. Su tema, inherente, la poesía. Su público son estudiantes, universitarios, neófitos… Borges es cariñoso, cada palabra es un mimo, pareciese que en esa aula el tiempo ha dejado de existir.
Ambos, ‘el Loco’ y ‘el Inmortal’, desde su muy particular punto de vista, hablan de un solo tema: la pasión. Un idioma en común los separa. Los dos hablan desde la épica, su cadencia es tal que, permiten a los espectadores coger una bocanada de aire, porque lo que escuchan los deja atónitos. Nadie parpadea ni por un segundo, nadie sugiere eliminar la incomodidad por medio de un bostezo; todos respiran el mismo credo: el amor por algo.
Alguien tuvo la osadía de preguntarle a Jorge Luis Borges: «¿para qué sirve la poesía?”. Y contestó con más preguntas: ¿Para qué sirve un amanecer? ¿Para qué sirven las caricias? ¿Para qué sirve el olor del café? Y cada pregunta sonaba como una sentencia: sirve para el placer, para la emoción, para vivir.
A Marcelo le cuestionan que su discurso no termina por dar vuelo, que en un mundo donde impera el marcador, lo único que importa es el resultado, el fin, el éxito deformado. ¿Qué fue de la ilusión? ¿Del juego que camufla la esperanza? ¿De los valores que convencen por lo que somos y no por lo que fingimos ser? Tiene razón Bielsa… ser el mejor conlleva un precio muy alto. El éxito te quita la posibilidad de ser feliz. Y eso, también es una lección. “Si vos elegís que no querés ser el mejor del mundo, ¿qué problema hay? No hay ningún problema. Pero debes saberlo”.
Hay un proverbio Zen que reza: «No existen maestros, sino una larga cadena de discípulo a discípulo». «Traditio», de donde tradición, significa en latín eso: cadena. Es decir, añadir algo al mundo, no algo que lo refleje. Es verdad, no debe existir mayor legado que el de heredar una manera de entender la vida, de sentir, de apasionarse, de vivir…
¿Será que la obsesión siempre vence al talento? No hace falta ser el mejor para poder transmitir un mensaje. Una persona verdaderamente apasionada por lo que hace, convencida de sus sueños, consciente de sus límites, puede ser importante desde cualquier lugar.
Lo verdaderamente importante es encontrar nuestra vocación, y entre más rápido encontremos lo anterior, más rápido se canaliza el talento; siendo este último un diferenciador; todos sirven más para una cosa que para otra, y cuando se perfecciona, ocurre aquello que se llama vocación.
Es fundamental rodearse de personas diferentes, porque de esta manera el talento encuentra su propio lugar. Se trata de situar a cada persona allí donde pueda hacer la mayor cantidad de veces posibles lo que hace muy bien. Esto trae consigo confianza, para que las personas no se sientan acartonadas ni heridas en momentos de crisis. Es fundamental premiar el atrevimiento -a pesar de las equivocaciones- porque es el único correcto para crecer. Pero fundamentalmente la confianza y el talento necesita de libertad; y, por último, el talento necesita de otros talentos, para retroalimentarse. Razón lleva Roberto Gómez Junco cuando dice que, si donde estás parado eres el mejor, estás en el lugar equivocado.
Yo sé que, todo esto pareciera sacado de una novela romántica, que sobran las palabras tenues, cursis y melosas; pero, son las cosas en las que un soñador puede creer. Después de todo, algunos más cándidos entienden que, la vida -el fútbol- es un espectáculo y, por tanto, debe vivirse como tal. Sí creo en otras cosas, aunque muchas han dejado de existir. Esto es lo que soy ahora.
Gracias Marcelo, Gracias Jorge… no entiendo mucho de la vida, pero sé que oculta una rosa amarilla, y que la pelotita seguirá rodando. Lo de más suele ser lo de menos.
Gracias míster, y como diría usted, lo digo sin acritud, pero lo digo…
Escribir consiste en poner lo negro sobre blanco.
Fino ad allora…