viernes, noviembre 22 2024

Memorial
Por Juan Manuel Mecinas

El gobierno de López Obrador no pierde oportunidad alguna para reafirmar que no está en una guerra contra el narcotráfico y que no cometerá los errores de otras administraciones. Sostiene que hará las cosas de manera distinta, pero aún no se sabe si su estrategia de “abrazos y no balazos” dará resultados. A juzgar por el número de homicidios, la política de López Obrador no se aleja de los resultados de otros gobiernos. La realidad es un México que se desangra.

El problema es la debilidad del Estado. Con Fox, el Estado se vio rebasado porque el monstruo del crimen organizado lo superó evidentemente: hizo suyo territorios donde ya no gobernaba en los oscurito, sino reinaba campante; con Calderón, se militarizó la lucha contra el crimen organizado sin que los resultados fueran positivos, lo que terminó por arrasar con la poca credibilidad y confianza que se tenía en las policías (estatales y federal); con Peña, el Estado se debilitó al extremo, tanto que se mimetizó con el crimen organizado; y, con AMLO, todo indica que el Estado entra en un coma inducido en la lucha contra el narcotráfico. El Estado ha decidido entrar en un “momento zen”. En otras palabras, López Obrador decidió extender la mano del Estado al crimen organizado. Nunca mejor ejemplificado como con la liberación de Ovidio Guzmán y el saludo a la mamá de Joaquín Guzmán Loera, el Chapo.

Sin embargo, la realidad es cruel y la respuesta de una parte del crimen organizado no ha sido la que espera el presidente. El Marro, en Guanajuato, así como el Cartel Jalisco Nueva Generación, con el atentado contra el Secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, no solo mandan un aviso de su fortaleza, sino un mensaje de que ellos no están en el momento zen que pregona el presidente. Para ellos, es balazos y no abrazos; business is business, y para hacer negocio hay que controlar territorios y si para eso es necesario matar, no tienen empacho en hacerlo.

Esto pone en una disyuntiva al presidente en su narrativa y en su política para disminuir los delitos del crimen organizado: no puedes extender la mano a quien trata de cortártela.

En ese sentido, la respuesta del crimen organizado, más que un desafío, debe ser vista como una llamada de urgencia a reconsiderar la política del presidente; en todo caso, a enmendarla. No se puede esperar a que exclusivamente los programas sociales del presidente convenzan a los jóvenes de alejarse del crimen organizado. No se le puede ofrecer la cabeza de la víctima al verdugo. Se le debe atacar financieramente y con el uso de la violencia legítima que tiene el Estado. No se deben violar los derechos humanos de los criminales (aunque a algunos les cueste entenderlo); se trata de salvaguardar los derechos de los ciudadanos y servidores públicos que están en peligro por las acciones emprendidas por el crimen organizado.

AMLO está en el momento adecuado para mandar un mensaje de paz, cierto, y a su vez un mensaje de fortaleza. Lo que ha realizado el crimen organizado no es menor: está poniendo en riesgo a miles y miles de ciudadanos y está peleando por territorios como si fueran de su propiedad. Si el Estado no actúa es el ciudadano quien termina perdiendo porque está a merced de quienes entienden la vida como “plata o plomo”. Es necesario ofrecer un discurso de reconciliación como lo sugiere el presidente, y a la vez un mensaje de determinación: no se debe mandar el mensaje equivocado de que el campo es de ellos (de los cárteles) y que el ciudadano está desprotegido.

Abrazos sí, pero también balazos (en caso necesario) y la ley, sobre todo la ley.

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