domingo, diciembre 22 2024

Tala
Por: Alejandra Gómez Macchia

En el caso de Helmut Newton, el medio no es el mensaje.

Zoom in: al incipiente fotógrafo se le velaron sus primera fotografías captadas en el metro. Todas, excepto una.

¿Quién salía en esa foto?

¿Qué fantasma no pasó a los anales de la historia?

¿En dónde quedó?

No se sabe.

Ya no importa.

El pequeño judío que huyó del horror de la guerra hacia Australia no sabía que años más tarde iba a convertirse en EL fotógrafo.

Su destino natural, por herencia, era pegar botones.

Helmut el botonero, la víctima propicia de sus circunstancias.

La guerra lo salvó, y no de morir.

Lo salvó de caer en las redes de ese viejo tramposo llamado destino. Helmut juega entonces al ajedrez con el diablo, y le gana por default.

Cuando uno ve sus fotografías se agolpa en la mente una marca: “Vogue”.

Una relación simbiótica.

Otra excepción a la regla: la frivolidad no está peleada con la genialidad.

Newton igual a moda. A modelos altísimas; vestidas, desnudas o con medio cuerpo descubierto entre prendas impagables.

O rockstars: un Bowie trasnochado, Jagger con traje a rayas, Sinatra enmascarado entrando a equis fiesta con su Mía casi adolescente.

El verdadero arte de Newton no consiste en que todos esos cuerpos sitiados en prendas onerosas sobresalgan.

Valentino no valía una misa.

Newton era un cazador de historias negras.

Dotado con un fino ojo de voyeur, el fotógrafo captaba la soledad de sus personajes; Keith Richards no salía con el arpón clavado en la vena, pero todos sabíamos que estaba perfectamente drogado.

De entre todos los cuadros de Newton uno me sobrecoge. Uno en particular: Hugh Hefner con mujer fumando.

Es una toma reveladora: el padrote más grande de la historia que no toca teta, que no babea frente al largo palmito de la dama, al contrario, la ignora, ahíto, indiferente, harto de tanto coño 24/7. Tanto así que prefiere apurar su trago (es alcohol o una vulgar Cocacola). En tanto, la modelo deja consumir su cigarrillo.

¿Y la pipa de Hefner?

No está.

Ha desaparecido de la escena. Se perdió.

Quizás entró en huelga esa misma tarde… junto con el deseo.

Lo que no extravió fue la bata; esa segunda piel que lo hacía diferenciarse entre los proxenetas barriobajeros.

Qué hastío el de Hefner. Qué tiricia.

Qué soledad tan bien acompañada.

Por eso digo que en el caso de Newton, el medio no es el mensaje. (¡Chíngate, McLuhan!).

Vogue es la publicación más feliz entre los infelices: sedas, cabritillas, esmeraldas, cotas de malla. Las mujeres que toda mujer quiere ser por un solo día.

Newton no retrató el glamour, sino sus consecuencias.

No contó historias rosas: cada toma es un drama camuflado, una calumnia enmascarada de elogio.

Los modelos de Newton creían que posaban, pero no: desvelaban su otredad.

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