Por: Claudia Luna
El Madison Square Garden, catedral del boxeo mundial, fue testigo de una noche que quedará para la historia. El mexicano Andy Ruiz venció por knock out técnico al inglés, Anthony Joshua, triple campeón mundial de peso pesado tras mandarlo cuatro veces a la lona.
El boxeador mexicano, quien remplazó de última hora al contrincante original de Joshua, sólo contó con seis semanas de preparación, tiempo insuficiente en este deporte. Antes de la pelea, había sido objeto de risas y burlas por parte de los comentaristas y expertos en el deporte, quienes, al compararlo con el campeón inglés, de físico impresionante, lo encontraban ridículo. Al parecer, nadie se percató de que Ruiz, bajito y gordo, poseía la combinación perfecta: un corazón de león y un puño de hierro.
Ruiz entró a la batalla como un verdadero gladiador. Miraba al coloso inglés de frente y sin miedo. Le lanzaba golpes sin reparo ni respeto. En el tercer asalto, tras una caída brutal, el mexicano se levantó con ánimo renovado. Aquí vale la pena hacer un alto. Es normal sentirse derrotado o amilanado tras un percance de la vida. Ese no fue el caso de Andy, quien declaró después de la pelea que se levantó y se sintió poderoso. Es ahí donde empieza lo extraordinario del logro porque claro, cuando las cosas van bien, es fácil y lógico divisar el triunfo. Este hombre no dio tiempo a que los pensamientos negativos poblaran su mente.
Joshua le propinó una combinación brutal de golpes pero no logró derrumbar su espíritu. Unos minutos más tarde, Ruiz mandó al número uno del mundo dos veces a la lona y éste quedó afectado psicológicamente. Aquí valdría la pena hacer otro alto. El inglés era el monarca absoluto de los pesos pesados, sin embargo, cuando el mexicano se percató de que, frente a él, tenía a un campeón lastimado y de que lo podía vencer, no dudó en tomar la oportunidad. No permitió que sus miedos lo detuvieran. Como él mismo lo dijo: “Vi una puerta”.
En los asaltos siguientes, observamos a un peleador más bajito que literalmente saltaba para alcanzar el rostro de su contrincante, asentándole puñetazos certeros. Su físico había provocado el escarnio de los profesionales que tuvieron que tragarse sus palabras cuando su fortaleza no dejó duda de que estaban frente a un ganador.
En el séptimo asalto, ante un Anthony Joshua que lucía perdido e incapaz de reaccionar, el réferi detuvo la pelea a favor de Andy Ruiz, el nuevo y primer campeón mexicano de peso pesado. A miles de espectadores se nos calló la quijada, nos dio un brinco el corazón y contuvimos la respiración. Fue tal el espectáculo que el mexicano logró emocionar hasta a los más escépticos. Uno de los cronistas gritó: “Ahora sí creo en los finales de película”. Otro más lo llamó: “El nuevo Rocky mexicano”.
Después de la pelea, el entrevistador le preguntó al mexicano: “¿Cuándo te diste cuenta de que tenías el poder para vencerlo? Su respuesta no pudo sino emocionar aún más a sus fanáticos recién adquiridos. “Yo tengo sangre mexicana y vine a probarlo”. En ese momento se escuchó en los televisores de todo el mundo un: “Arriba México”.
Este evento, que pareciera de película hollywoodense, nos conmueve a todos los que lo presenciamos, pero nos toca especialmente a los mexicanos que sabemos cuánto necesita nuestro país de más ciudadanos que levanten la voz y demuestren con sus acciones lo que significa tener sangre mexicana.