La Quinta Columna
Por Mario Alberto Mejía
Hundido en su silla en Palacio Nacional, Rodrigo Abdala de Bartlett escuchó las palabras del presidente López Obrador y dibujó una mueca en lugar de una sonrisa.
Frente a él y los demás “súper delegados”, el Jefe Máximo de la Cuarta Transformación amenazaba con despedir de manera fulminante a quienes, abusando de sus cargos públicos, desviaran recursos para apoyar a alguno de los candidatos a la dirigencia nacional de Morena.
Las palabras “simulación” y “marrullerías” salieron de la boca del presidente, y Abdala pasó de su color cera —muy tradicional en él— a un rojo inusitado.
Esto ocurrió este martes a eso de las dos de la tarde.
El presidente les leyó una carta a Abdala y sus colegas, quienes a todo decían “sí, señor”, “entendido”, “faltaba más”.
Aunque en el fondo, Abdala de Bartlett se sentía culpable por las denuncias que en su contra se han multiplicado.
Y es que la propia Yeidckol Polevnsky ya reveló que en lugar de trabajar, Abdala dedica todo su tiempo a impulsar la candidatura de Bertha Luján, madre de la secretaria del Trabajo.
Abdala es un cínico —ya se sabe—, pues tiene tiradas las delegaciones y los censos de las becas.
Todo en aras de desviar recursos físicos, económicos y materiales en favor de Bertha Luján.
Justo lo que el presidente no quiere.
La misiva que AMLO les leyó dice entre otras cosas:
“Aunque sé que ustedes son mujeres y hombres con convicciones, tengo el deber de comunicarles que se pedirá la renuncia al cargo a quienes lleven a cabo cualquier práctica antidemocrática.
“Asimismo, les recuerdo que el fraude electoral, por iniciativa nuestra, ya está tipificado en la Constitución como delito grave.
“Les pido abstenerse de actuar, en su carácter de funcionarios públicos, en asuntos partidistas. También está prohibido utilizar bienes, imágenes, programas sociales o cualquier otro recurso público que deben destinarse, sin ninguna distinción, y exclusivamente, al beneficio de los ciudadanos”.
Todo esto se lo pasó Abdala de Bartlett por el arco del triunfo.
Y es que en cuanto se subió a su camioneta empezó a dar instrucciones por teléfono en el sentido de que todo sigue igual.
En efecto: la Operación Luján goza de cabal salud.