sábado, diciembre 21 2024

Tala/ Alejandra Gómez Macchia

La del piernón bruto me rebasó por la derecha: rozóme las regiones sagradas, me vio de arriba abajo y se detuvo en el aire viciado: cielo sucio de la Ruta 85, donde los ladrones me conocen porque me roban, me pisotean y me humillan: seguramente saben que escribo versos: ¿Pero ella? ¿Por qué me faulea, madruga, tumba, habita, bebe? Tiene el pelo dorado de la madrugada que empuña su arma y dispara sus violines.

Efraín Huerta

a Nacho Juárez, con toda mi solidaridad

A más de un año de que surgiera el movimiento #metoo contra el acoso sexual, se activó una cuenta en redes sociales creada para que las escritoras y periodistas mexicanas señalaran y acusaran públicamente casos de hostigamiento por parte de escritores y periodistas respectivamente.

Las cuentas son independientes, pero operan de la misma forma: las víctimas o quienes parecen ser las víctimas escriben su historia incluyendo el nombre real de su “monstruo” y la mandan a una cuenta de correo y posteriormente son remitidas  a Twitter de forma anónima (si es que la acusante así lo prefiere).

Al publicarse, los administradores de la cuenta incluyen el hashtag #metooperiodistasmexicanos o #metooescritoresmexicanos. A partir de ese momento la historia se desvela y es lanzada al mar como una botella con un mensaje abierto en su interior.

La idea es absolutamente legítima y plausible, pues así el “cerdo” queda desnudo frente a los compañeros y ante esa cabeza de hidra llamada opinión pública.

En dicha cuenta han aparecido relatos de lo más grotesco protagonizados por personajes que no sorprende que hayan sido señalados por una o más mujeres. Ejemplo: todo el mundo sabe que Carlos Marín es un viejo sicalíptico (además de misógino) que maltrata a sus reporteras y se traga a las chicas con la mirada a la menor provocación.

También a nadie le resulta extraño que varias hayan señalado de morboso y concupiscente al extinto Huberto Batis, ya que él mismo jamás ocultó su frenética afición al sexo y a la cortejo patanesco (cosa que anteriormente no se exacerbaba de la forma como hoy se exacerba, y nadie está diciendo que sea malo exacerbarlo).

Recorriendo la línea temporal de las denuncias te topas con historias de colegas que se las dan siempre de muy puros y correctos, como es el caso de mi paisano Jaime Mesa, quien lleva ya dos acusaciones directas en el #metooescritoresmexicanos.

En este caso en particular la mujer que lo exhibe como acosador tergiversa un poco las cosas, pues al leer su dictamen, un lector atento podría más bien tildar al autor de “RABIA”  como el malacopa de la fiesta o como el resentido literario que quiere ser Emiliano Monge pero que no puede ser Emiliano Monge, en vez de ficharlo como acosador.

La mujer que lo acusa dice que todo el embrollo comenzó cuando ella publicó una reseña nada favorecedora de alguno de sus libros. Más tarde, al toparse con él en la FIL (en donde suele ponerse zarazo con viriles amarettos), Mesa le montó un follón que parecía más un mimiki de señora despechada que una arremetida brutal de macho alfa.

Otra acusación que a mí en lo particular me suena a venganza es la que recae sobre Tryno Maldonado, quien fiel a su estilo pro-feminista contestó con una carta en la que se disculpa si es que alguna vez hizo mal uso de su condición ventajosa de macho.

Conozco a Tryno desde hace mucho tiempo y lo he tratado lo suficiente como para afirmar que las acusaciones que se vierten sobre él son falsas.

Lo que sucede es que Tryno ha “pecado” de incisivo al lanzárseles a la yugular a las “vaquillas sangradas” de la literatura “México 20”, y a los Villoros y a los Krauze y a todo a lo que huela a Letras Libres.

Tryno vive en un “mundo raro”, si así lo quieren ver. El mundo del activismo y la anarquía, lo que para muchos resulta pedantesco o impostado (tiene haters para aventar al cielo). Sin embargo, sus opiniones políticas pueden no gustarnos, pero de ahí a acusarlo de depredador sexual hay una grieta del tamaño de la Falla de San Andrés. Lo digo con conocimiento de causa, y muchas mujeres podrán salir en su defensa. Así que mejor ahí le paro.

Siguiente caso: Carlos Martínez Rentería.

Ufff.

El pecado de este brother es que actúa como infrarrealista, bebe como infrarrealista y exhibe sus excesos sin empacho alguno. Rentería se pone de a pechito, me queda claro, y puede ser que trepado en el potro del alcohol haga una que otra estupidez como lo hemos hecho todos los dipsómanos confesos… y de closet.

Podría seguir con la lista, pero de ser así este texto se volvería un parte de guerra interminable.

Lo que sí no puedo pasar por alto es un caso que me indigna: el de mi compañero y amigo Ignacio Juárez, quien fue mi jefe durante tres años en el Diario 24 horas.

Alguien escribió que un día (en la peda) Nacho se puso imprudente y repartió besos y abrazos, para después pasar al escenario virtual y rematar mandando mensajes incómodos, cosa que sinceramente dudo mucho que haya sucedido así. Conozco a Nacho, hemos bebido copiosamente juntos y jamás lo he visto pasarse de lanza.

Si bien uno no puede meter las manos al fuego por nadie (yo no las meto ni por mí misma cuando se me han pasado las cucharadas), es injusto que un movimiento legítimo se pervierta y pierda legitimidad a causa de vendettas personales; todo con la finalidad de causar daño a otra persona sin siquiera darle el beneficio de una réplica formal, es decir, fuera de ese patíbulo llamado Facebook.

Lo jodido de este tipo de movimientos es que en el plano de lo virtual el asunto se degenera ya que la mayoría de los usuarios de las redes suelen ser, o cazadores de Fake News, o bien odiadores de oficio que no tienen algo mejor qué hacer más que denostar a otros partiendo del blindaje que otorga el anonimato.

Regresando al tema de Nacho Juárez:  quiero decirte, caro amigo, que desde acá te defiendo y te conmino a no darle más entrada ni carnita a esa horda de chacalas que se te han lanzado encima. Quienes te conocemos sabemos que puedes ser apasionado y flamígero en la tertulia, pero sin duda eres un hombre que conoce de límites. Si estás volando por este pantanito, hazlo sin mancharte y deja que los hechos (y no tu tripa) hablen por ti.

MEA CULPA

Leo el “Manifiesto” que lanzaron algunas escritoras mexicanas como bandera del movimiento.

Me solidarizo con las víctimas REALES que han sufrido acoso por parte de (en este caso) colegas escritores y/o editores.

Sé perfectamente que lo que muchas relatan es cierto.

Vivo también dentro de ese microcosmos execrable  y pestilente a testosterona voraz.

Creo que el mundillo literario sigue y seguirá siendo un club de amigos (de bragueta fácil) que abusan de su posición para ponernos la pata en el cogote a la hora de aspirar a una publicación.

Entras y te ven las tetas.

Te sientas y te miran las piernas.

Sales y te devoran el culo.

Si traes falda creen que es para provocarlos.

Si traes pantalón es porque seguro eres una zorra mustia.

Total que lo que menos les interesa es echarle un vistazo a tu manuscrito porque, ¡ay!, primero hay que pasar revista por el bulto, o como sí es cierto que decía Huberto Batis: hay que hacer escala en el diván.

El nuestro es un ambiente de lo más machista y desigual. Lo compruebo a diario.

En mi caso la violencia no ha sido frontal, sino velada: se forman juicios a priori porque no visto de pantaloncitos ñoños con pinzas ni me peino con chongo a la Virginia Woolf.

Para que seas una “buena escritora” en México, es necesario abandonarse, engordar o enjutarse, afearse y hablar la jerga tepiteña de “chin chin el teporocho”. Si no, eres pendejita.

O putita.

O putita y pendejita al mismo tiempo.

Y si no, eres una hija de puta a la que conviene mejor segregar por tener más cojones que ellos.

Sin embargo, y pese a todas las desventajas que tenemos al ser mujeres, me niego a linchar a cuanto hombre se me acerque borracho e intente sacarme una cita.

Tengo maestría en mandar al diablo a los malacopa. Mientras no se pasen de listos, los confronto como me enseñó mi tía Engracia: una vez se acercó un imbécil a decirme: ¡chúpamela!, y en lugar de huir u horrorizarme exhibí sus complejos diciéndole: ¡Pues sácatela, a ver qué traes!

El tipo se agazapó y se escabulló entre la gente.

No estoy justificando al macho. No estoy (de ninguna manera) alcahueteando su brutalidad.

Lo que me preocupa es que paguen justos por pecadores y que se acuse de degenerado a alguien por causas ajenas al verdadero acoso.

Tengo sentimientos encontrados respecto al @metooescritoresmexicanos y al #metooperiodistasmexicanos, porque amenazan con transformarse en un tribunal parcial en el que se van colando muchas oportunistas que por puro resentimiento o mala leche pueden destruir vidas y reputaciones.

El acoso, repito, es condenable a todas luces; sin embargo, denunciar desde la “marabunta” da pie a que se cometan terribles injusticias.

Por cierto: el dichoso Manifiesto no parece escrito por escritoras, sino por un grupo de fundamentalistas rabiosas.

Para finalizar haré una aportación al #metooescritoresmexicanos: Me declaro culpable de acercarme demasiado a dos o tres escritores mexicanos. Sucedió hace ya varios años. Hubo copas de por medio y quizás dije uno que otro improperio que pudo haberlos ofendido. Fui agresiva en mi ataque, sin embargo, no me señalaron como una potencial acosadora, sino todo lo contrario: de ese ataque surgieron cosas muy buenas: dos amistades que conservo hasta la fecha. Amistades verdaderamente invaluables.

Defendamos nuestros derechos y pongamos límites. Denunciemos, pero no desde la misma posición incendiaria en donde hemos sido las víctimas propicias históricamente.

No radicalicemos un movimiento que nació sano.

No se puede andar cortando pitos como en otros tiempos se cortaban cabezas.

O se quemaban brujas…

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