sábado, noviembre 2 2024

Tala/ Alejandra Gómez Macchia

Se puede soportar cualquier verdad, por muy destructiva que sea, a condición de que sea total, que lleve en sí tanta vitalidad como la esperanza a la que ha sustituido

(Cioran)

Solté un vómito brutal en Facebook. Lo hice desde la tripa porque me impactó leer la carta suicida de Armando Vega Gil. Arremetí contra el movimiento #Metoo en todas sus modalidades. Sé que no es una posición justa de mi parte ya que en este país la única forma de ser escuchado es exponer a los abusivos en plena plaza pública, sin embargo, la plaza pública ahora tiene su sucursal más concurrida en las redes sociales, que es un circo romano sin ley al que cualquiera se puede meter para propinar golpes bajos.

Solté un vómito brutal y me le fui a la yugular a las “feminazis” sin detenerme a pensar siquiera si los dichos de la mujer que acuso al músico-escritor por acosarla a los trece años pudieran ser ciertos.

No me detuve a pensar qué haría yo en un caso así. Si me pasara a mí; que un hombre violentara mi cuerpo o mi intimidad. No lo pensé porque quizás soy mala. O no. Tal vez es que me ha tocado estar del otro lado de la historia: la parte en donde predomina la calumnia y acaba con vidas inocentes.

Apenas hace unos días escribí sobre el tema. Defendí a un compañero que había sido señalado desde el más cobarde de los anonimatos. Salí a decir que dudaba mucho que Ignacio Juárez hubiera sido capaz de hostigar a alguien. También metí la manos al fuego por mi amigo Tryno Maldonado. Luego, horas más tardes, seguí navegando por el timeline de la cuenta #metooescritoresmexicanos y descubrí más nombres de hombres (escritores y editores) que conozco, y huelga decir que uno de ellos lleva años viviendo en el extranjero, sin embargo, una mujer los señala como acosador (a menos que el acusado tenga el don de la ubicuidad no entiendo cómo es que pudo acosarla con kilómetros cúbicos de agua de por medio).

Y sucedió lo que nadie esperaba: Armando Vega Gil anunció su muerte en el mismo medio que fue su cadalso; lanzó a las redes una carta explicando el porqué de su radical decisión.

Si bien la mente de un hombre, de todos los hombres, es un paraje misterioso e impenetrable, el “Botellito de jerez” no pudo transitar por la senda del descredito que presupone un escándalo así.

Puede ser que la gente que lo conocía y lo quería negaran los hechos. Puede ser.

Puede ser también que la denuncia haya sido la gota que derramó el vaso, es decir, el detonante para concluir un plan que quizás hubiera estado urdiendo desde hace tiempo.

Siempre he dicho que el suicida que cumple su cometido, no avisa. Planea en lo más oscuro de su alma “el momento”. Y sólo él sabe los porqués ulteriores. Así lo hizo también el gran Luis González de Alba.

¿De verdad no había salida?

¿En verdad un tuit maledicente (o no) puede arrastrarnos a tal grado de desesperación como para no intentar si quiera defendernos?

Pienso en el futuro de un músico-escritor como Vega-Gil. Lo veo llegando a la editorial o a la presentación o al estudio de grabación sintiéndose observador por los demás (aunque no sea así porque muchos ni se enterarían de la acusación virtual), pensando que los otros piensan: “ahí viene este hijo de puta que se pasó de verga con una chavita de 13” (uso esas palabras porque así habla la banda roquera y los escritores).

Lo veo imaginando que los demás imaginarán la escena y le habrán puesto – in situ- una etiqueta invisible en la frente. Lo veo constreñido, avergonzado, no porque sean ciertas las acusaciones, sino porque en Twitter el que acusa tiene la razón y párale de contar.

Sin embargo, ¿cuántos colegas están siendo expuestos en la cuenta? Y de ellos, ¿cuantos se sienten verdaderamente afectados?

Algunos jugarán con la ironía (son escritores, saben hacerlo).

Otros lo negarán y ofrecerán disculpas sin tener por qué hacerlo … (como lo hizo Tryno).

Algunos irán más lejos y podrán jugar el papel de Roman Polanski, quien le dio un revés al escarnio capitalizando la infamia, y sigue ahí tan campante, impune y feliz; millonario y (oh, qué contrariedad) rodeado de mujeres hermosas.

El escritor austriaco Thomas Bernhard amenazó toda la vida con suicidarse. Desde que tenía siete años se encerraba en el cuarto de los zapatos del internado para ensayar sus lecciones de violín, ahí dentro miraba las agujetas de los zapatos como si le coquetearan para ponérselas alrededor del cuello, sin embargo, su obsesión por sacar avante la lección de música fue su tabla de salvación.

Bernhard, pues, fue un aspirante eterno al suicidio. Ese fantasma recorre toda su obra, pero fue en “Corrección” en donde expone con mayor puntualidad el tema.

Para Bernhard, suicidarse es corregirse.

Armando Vega Gil murió de una forma trágica. El contexto, por turbio, vuelve esta muerte aún más traumática.

¿Qué pasa con el movimiento después de este lamentable evento?

Dos fenómenos: los acosadores se guarecen creando una narrativa equívoca y ventajosa. Una verdadera apología del acoso, y las víctimas reales quedan estigmatizadas gracias a las víctimas ficticias que claman sangre ajena sin pensar en el alcance de las consecuencias de sus dichos.

Armando Vega Gil encontró en esta acusación el sentido de un final.

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