martes, noviembre 5 2024

Solo para abogados
Por Carlos Meza Viveros

Si la muerte pisa mi huerto, quien firmara que he muerto de muerte natural? …Quien pondrá  un lazo negro entre el abierto portal? Quien será ese buen amigo que morirá conmigo aunque sea un tanto así? Quien vaciará mis bolsillos, quien rezará a mi memoria, ¡dios lo tenga en su gloria¡ y pensara para Sí?…¿quién pondrá fin a mi diario, al caer la última hoja en mi calendario?. A saber.

J.M SERRAT.

Si como dice Borges, “la muerte es una vida vivida, y la vida es una muerte que viene”, hoy simplemente no la vimos venir. 

A salvador Toscano la muerte lo ha tomado por sorpresa, considerando que siempre fue un hombre sano (no solo físicamente); él pudo presumir, hasta el día de hoy, pertenecer al selecto grupo de esos extraños seres que no necesitan ni artilugios ni máscaras para ser aceptados. A Chava lo queríamos bien todos aquellos que tuvimos la fortuna de conocerlo. 
La noche de anoche me la pasé pensando en él; en estos días funestos desde que, así de la nada, un médico le dio la mala noticia: ¨Tu enfermedad es muy grave¨. 

Intentaba imaginar la sensación del golpe al enterarse que algo en su cuerpo (que fue una máquina perfecta a la que cuidó con denuedo evitando los excesos) andaba mal. 

Escuchar de la voz de un experto que su organismo, por una suerte de azar, perdía la materia vital, y que poco a poco, la salud, -esa que siempre se procuró- iría mermando. Imaginé a Salvador teniendo que disimular el horror de una noticia a sí para proteger a los suyos. A su Carmen su amada esposa, a sus hijos, por la que dio más que la vida, por quien luchó y se desveló con un amor que sólo un padre puede sentir. 

Lo imaginé saliendo de la consulta, estoico. Ahíto de una seguridad que debía contagiar a los suyos en aras de evitar el pánico, el desmoronamiento. Sonriendo ante la incertidumbre. Llenando de confianza un camino que generalmente la ciencia ve como un campo minado.

Salvador y muchos amigos comunes compartimos muchas cosas: desde el salón de clases en el Benavente, comidas, charlas, cenas, llamadas telefónicas, pero sin duda lo que más nos unía era la preocupación de ver felices y plenos a nuestros respectivos hijos.

Tanto él como nosotros  coincidíamos que ser padre es abdicar un poco de nuestra propia vida, pero esa renuncia bien vale la pena (más bien la alegría) cuando uno ve a sus muchachos crecer y enfrentarse con valentía a todas las adversidades, contra cualquier mal pronóstico. 

Salvador fue ingeniero, sin embargo, aunque esa profesión le auguraba aún más fortuna, tuvo la sabiduría de no dejar morir el negocio familiar de bombas hidráulicas que su padre le heredó. 

Eso habla mucho de la lealtad, del sino de un hombre agradecido. Con esa acción, Salvador derrumbó la tesis del brillante Karl Krauss, en la que afirma que cuando los padres han construido todo, a los hijos sólo les queda derrumbarlo. 

Nada más alejado a la realidad de mi querido amigo. Él siempre construyó. Se construyó hasta una forma de ser inédita dentro de los círculos de hombres que constantemente dedicamos horas y horas al estéril juego del machismo y la picardía como método infalible de seducción.

Ahora que están tan de moda los chats colectivos vía telefónica, en donde el común denominador es compartir bulos y hacer escarnio del lenguaje, Salvador fue una especie de “rara avis”. Todo, absolutamente todo lo que aportaba al grupo, era algo bueno, positivo, edificante, de buen gusto. Y poseía además un don casi extinto en esta era en donde la cibernética ha borrado casi por completo la cortesía: Salvador era hombre atento que recordaba y recopilaba los nombres y los teléfonos que todos los ex compañeros de la generación 76-81, para así enviar la felicitación puntual o el mensaje reconfortante de despedida. 

Nadie imagino que el día hoy no estaría él para convocar -con un tacto finísimo-  a los demás para orar, o simplemente reflexionar, sobre la propia fragilidad de la vida. 

Salvador solía visitarme en mi casa como otros amigos más, pero sin duda sus visitas siempre dejaron huella. Con él no se hablaba, se conversaba. Él no te oía, escuchaba. 

Querido Salvador: creo que existe un lugar mejor adonde transmigran nuestras almas una vez que el cuerpo se rinde. Recibe hasta allá un abrazo. Ten la certeza de que tu paso por este mundo no fue en vano: fuiste un hombre bueno, que no es lo mismo que “un buen hombre”. 
Los hombres buenos construyen y dejan memorias imperecederas. La tuya seguirá iluminando como una zarza el centro de tu hogar.

Ayer coincidía con quienes te fuimos a dar el último adiós de cuerpo presente que hasta el final de tus días lograste una gran convocatoria, la más importante para todos, porque todos te admirábamos y te queríamos, no hubo llantos ni tristezas, ni simulaciones por parte de ninguno, por el contrario, todos coincidieron en que te fuiste quedamente, pero sin sufrimientos, mientras paciente esperabas la muerte. Los bisbiseos de todos nosotros tenían un punto de vista común. La certeza de que ahora mismo estas gozando de la gloria de nuestro Señor y charlando con los muertos de tu casa. Diría el gran Octavio Paz.    

No faltaron, en estos días de angustia, que pasamos con los tuyos, mensajes y pensamientos hermosos de tus amigos, en ese chat maravilloso de nuestra generación, que se inundó de flores premonitorias para tu cita con la muerte creando una gran ofrenda que te llevas a otra dimensión de verdadera vida y paz porque solo los hombres buenos como tú tienen derecho a ese bendito placer.

En nombre de todos querido ¨Chava¨ te pedimos que:  te claches un poco de ese celestial espacio que algún día compartiremos juntos. ¡AMEN¡

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