Por Alma Delia Murillo / @AlmaDeliaMC
«Pero hay otras desnudeces que el encierro ha ido provocando: la inseguridad, los pensamientos inconfesables en torno a la posible muerte, propia y ajenas; la ansiedad, la intolerancia a las interrupciones rayana en furia instantánea…»
Hoy me levanté temprano, le gané al despertador.
Soy de esas personas a las que despierta el silencio más que el canto del gallo, vayan ustedes a saber por qué.
Apenas despuntaba la luz de la mañana cuando caminé hasta la sala para ver si por fin habían abierto los botones de la orquídea altiva que hace conmigo lo que le da su chingada gana y vi al vecino de enfrente, desnudo.
En pelotas, completito, como llegó al mundo.
Y me conmovió su desnudez, vaya cosa que hacen el tiempo y el encierro; de pronto, al menos para mí, todo tiene la mirada del origen, de la filiación; todo se aleja de la conquista y da paso a la ternura, a algo parecido a la hermandad.
Me conmovió su cuerpo imperfecto, la barriga desbordada, las piernas gruesas sobre esas pantorrillas flacas, las nalgas más blancas que el resto de la piel, el desorden en el pelo. El anti erotismo que esa imagen reflejaba.
Regresé a la habitación para no seguir mirando pero la foto ya estaba ahí, nítida, en mi memoria. Cuando más tarde me senté para tener una videollamada con una locutora de un programa de radio, nos vimos las caras lavadas, desnudas a su manera, luego de los saludos y el instantáneo desahogo, me dijo “estoy en calzones, que sepas”, se levantó y en efecto, vi que estaba en calzones y playera. Me hizo gracia.
He pensado todo el día en la desnudez que este encierro poco a poco ha ido sacando de nosotros. El color original de quienes se tiñen el pelo, el interior de las casas que vemos en los programas de tele que se graban en la intimidad cotidiana de los presentadores, las cocinas y los platos, los miedos, las miserias del alma, también sus grandezas. Poco a poco, aunque suene paradójico, el encierro nos ha ido desnudando. Estamos guardados pero expuestos.
Quizá me llama la atención porque yo, misterio de misterios, soy un ser pudoroso.
Me desnudo con dificultad y lo sufro casi bajo cualquier circunstancia, desde el vestidor del gimnasio hasta las pijamadas con amigas y hermanas, me cuesta mostrarme desnuda. Estando sola soy incapaz de deambular sin ropa por la casa.
Así que toda la desvergüenza y exhibición que hago a la hora de escribir, poniendo en palabras los recovecos más íntimos de mi alma; me los guardo en el cuerpo, en la convivencia cotidiana.
No trabajo en calzones ni en pants. Yo me visto, cada mañana, para sentarme frente al escritorio a abordar el guion o la columna o el relato del día. Busco una blusa que vaya bien con los jeans, unos tenis del color adecuado, unos aretes, incluso.
Pero hay otras desnudeces que el encierro ha ido provocando: la inseguridad, los pensamientos inconfesables en torno a la posible muerte, propia y ajenas; la ansiedad, la intolerancia a las interrupciones rayana en furia instantánea, un estado infantil que se pasea a sus anchas en mi psique; las ganas de comer dulces, el recuerdo de relaciones pasadas, el arrepentimiento por haber sido mala, el arrepentimiento por haber sido una reverenda pendeja, las ganas de llorar por todos mis muertos, las ganas de abrazar a todos mis vivos… resumiendo: el amor y el miedo.
Pareciera que va quedando lo esencial, que la casa como símbolo del interior, la casa emocional y mental; están horadando sin tregua en la psique ahora que las habitamos 24 x 24.
Según Gastón Bachelard, en “La poética del espacio”, la casa representa el ser interior, el sótano corresponde a lo inconsciente, los aposentos revelan la relación con el refugio, con la madre que es una casa-útero; incluso es atinado decir que la forma y estado de nuestro espacio revela la forma y estado en que alguna vez nos relacionamos con nuestra madre, ese primer refugio, esa primera casa que tuvimos. Qué narra nuestra relación con el espacio: ¿abandono o cuidado?, ¿armonía o caos? ¿todo funcionando o ene reparaciones pendientes?
En fin, que los espacios de la casa están en nosotros, así como nosotros estamos en ellos: así como el orden exterior refleja el orden interior y el desorden lo mismo; lo que nos ha provocado estar en la casa durante esta temporada de encierro, tendrá un mensaje personalísimo para cada uno. Yo sigo pensando en mi desnudez y la incapacidad para lidiar con ella.
Que cada uno escuche, y sienta. Que estar encerrados y desnudos, nos conecte con el cuerpo, y con el alma.