domingo, diciembre 22 2024

por Mario Alberto Mejía

En una película de Buñuel, Arturo de Córdova mira los pies de una mujer llamada Gloria (Delia Garcés). Él no lo sabe en ese momento, pero esos pies pertenecen a la novia de su mejor amigo.

Arturo de Córdova, pues, mira los pies de Gloria en una iglesia. Los pies están desnudos. El lector se preguntará: ¿Qué hacen los pies desnudos de una mujer en una iglesia? Buñuel, que conocía los resortes del mal, los incorporó para filmar el célebre pasaje del lavatorio de pies en el Jueves Santo.

Quien tenga bien leído su catecismo ha de recordar el momento en el que, antes de la última cena, Jesús lava los pies de los apóstoles.

Uno de ellos, Simón Pedro, le dijo: “Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?”
Jesús le respondió: “Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.”

(Eso mismo le pudo haber dicho el presidente López Obrador a Marcelo Ebrard hace unos días).
Simón Pedro le dijo: “No me lavarás los pies jamás.”
Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.”
Simón Pedro le dijo: “Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.”
Jesús acotó: “Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.”

(Eso mismo pudo haber dicho hace unos días el presidente López Obrador en alusión a su apóstol Noroña).

Disculpe el lector esta larga cita, pero es indispensable para entender el contexto que Buñuel quiso dar en su película “Él”.

Estaba, pues, Arturo de Córdova en la iglesia cuando vio los pies desnudos de la novia de su amigo. El personaje de este mal actor de sus emociones era un hombre devoto con los bolsillos llenos de dinero. (En México, la devoción no está peleada con la chequera). 

A partir de ese momento, Arturo de Córdova se enamoró de los pies de Delia Garcés, y ya entrados en pasiones le quitó la novia a su amigo y se casó con ella.

Con el paso del tiempo, Arturo de Córdova empezó a realizar un ritual muy mexicano: pegarle a la esposa con la mano o con un cinturón o con lo que tuviera enfrente.

Justo en el momento mismo del brutal acto, Delia Garcés se tiraba en la cama gritando “¡ya no me pegues!”, y dejaba sus pies desnudos al descubierto, mismos que ponían loco de erotismo y ardor (más ardor que erotismo) a Arturo de Córdova. Éste, en consecuencia, le besaba los pies, se bajaba la bragueta y consumaba esa operación quirúrgica denominada coito.

Para que haya lavatorio de pies se requieren tres cosas: agua, vasija y pies. El padre Maciel, por ejemplo, era muy dado a lavar los pies de los jóvenes seminaristas que le frotaban el pubis (y más abajo) todas las noches, porque (recordará el lector) el amado padre solía ser visitado en la oscuridad por el demonio, un dealer de cocaína y mucho ardor angelical.

Cuentan que cuando el padre Maciel lavaba los pies de sus adolescentes alumnos sufría una erección. No cualquier erección: una señora erección. Entonces les frotaba los pies lascivamente a sus futuras víctimas.

Recuerdo una escena imborrable: 

Estaba el asqueroso obispo de Ecatepec Onésimo Cepeda lavando los pies de los ancianos pobres de un asilo un Jueves Santo. Como andaba crudo —y era racista, clasista y fascista—, al reverendo le dieron asco esos pies llenos de ampollas y juanetes. Fue tanto el asco, mezclado con la cruda, que lanzó un vómito asqueroso sobre los ancianos pies: un vómito parecido a una birria rancia.

Esto nos lleva a una moraleja: no todos los pies son como los de Delia Garcés, o los de los discípulos del padre Maciel, que generaban una elevación de la lascivia. Algunos pies poseen las huellas del tiempo y de la erosión. Por eso hay pies que parecen patas de dinosaurio o tiranosaurio rex. O patas de sapos o de rana, o de lagartijas. 

A eso se le llama también “cuotas de eternidad”.

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