domingo, diciembre 22 2024

por Alejandra Gómez Macchia

Ya no tendría porqué ir a consulta con el médico que me trató de COVID, sin embargo, las secuelas que deja esta penosa enfermedad van asomándose paulatinamente. COVID no te deja en paz. Es una bestia que corre junto a ti; de pronto se esconde, y cuando menos lo esperas, te sale detrás de un poste.

Cada vez leo más y más artículos y reportajes sobre el síndrome post-covid en todas sus variantes. Parece que el bicho tiene una suerte de inteligencia. Lo malo de todo esto es que los médicos están tan angustiados en sacar adelante a los pacientes activos, que los quejosos en el after-trauma tenemos que aprender a vivir con las molestias y no rumiar demasiado nuestro dolor porque finalmente (y esto es cierto) sobrevivimos para contarla y debemos estar agradecidos.

Ya habrá tiempo, cuando la ocupación hospitalaria baje y las vacunas surtan efecto y los científicos tengan apoyos y los médicos y enfermeras se recuperen de la refriega, para analizar a fondo la magnitud de la tragedia personal de cada paciente que, aun dado de alta, persiste en las dolencias como si el virus siguiera activo.

Como la mayoría de los mexicanos hoy por la mañana sintonicé la transmisión de la mañanera para ser testigo del retorno del presidente luego de pasar algunos (pocos a mi parecer) días confinado y en reposo desde que dio positivo al COVID.

Haber transitado por el pequeño limbo mental de la enfermedad es un suceso que te trastoca, que te debe cambiar.

Sea leve, moderado o grave, COVID no pasa sin dejar huellas o cicatrices por una simple razón: nada te asegura salir ileso. Ni ser rico, ni ser poderoso, ni ser joven, ni ser atleta ni ser mujer o ser santo.

Me impresionó la actitud del presidente, y no para bien.

Claro que no soy de las que festejó que cayera enfermo, pues esa ausencia en vez de sumar pone en vilo a todo un país.

Fue muy desconcertante confirmar que la fuerza del presidente reside, sobre todo, en perpetuar su fuente inagotable de soberbia.

AMLO no parece regañado por el virus que ha matado a cientos de miles en México.

AMLO regresó de la crisis de salud completamente crecido ante la adversidad, pero no para reconsiderar el rumbo, sino para restregarles en la cara a sus críticos lo mismo que ha venido diciendo desde el inicio de la pandemia: que él va a seguir saliendo a cuadro y a sus giras sin usar cubre bocas.

En lo personal me parece una burla, una falta de respeto, desinformar a un pueblo adormilado que lo ve como a un beato incorruptible.

Los que ya pasamos por el trance, y los que perdieron a sus familiares, sabemos que la COVID no se va en cuanto el médico te da el alta clínica.

Esa cosa se queda en tu sistema y te recuerda a diario lo vulnerables que somos como especie.

Ser tocado por el virus crea una bifurcación. Hay un antes y un después del COVID.

Está muy bien que el presidente, como jefe de Estado y cabeza de una nación, no demuestre debilidad, pero de eso a continuar con la negligencia de no usar mecanismos de barrera en aras de no transmitir la enfermedad, es muy triste.

Más que triste, es grave.

AMLO repite siempre que su misión es ser un ejemplo para los mexicanos.

Y sí que lo es: es el mejor ejemplo de lo que NO se debe hacer.  

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