Felipe Patjane fue lo que se dice un hombre afortunado, un hombre con suerte. Gracias a la Diosa Fortuna y a un fenómeno de masas llamado AMLO (y su inercia) el tehuacanero llegó a una posición que nunca pensó ocupar. Se volvió alcalde de su pueblo.
Antes de que esto sucediera, Patjane era empresario; un empresario hasta eso modesto, con un apellido que en Tehuacán es de tradición, sin embargo, dicen, entre los Patjanes también hay una escala de castas…
Quienes forman parte de la vida pública de la ciudad de las granadas dicen que meses antes de que rindiera protesta, sabiendo casi de antemano que MORENA arrasaría en las urnas, y por ende, consumaría sus sueños, Patjane comenzó a pergeñar descaradamente sus planes de “hacer bisnes” invitando a gente que le parecía interesante; perfiles frescos, muy distintos a él, es decir, gente confiable, gente honesta. Esas personas rechazaron categóricamente las regidurías. El que estaba a punto de ser edil quería rodearse de gente bonita, gente influyente para enmascarar sus tropelías venideras.
La historia universal y también la literatura nos han dejado como enseñanza que para ser maquiavélico hace falta algo más que el deseo de serlo. Los grandes antihéroes y villanos brillan por su sagacidad, por su inteligencia que, cebada en los venenos de la ambición, dan como resultado la postergación del castigo. Pero Patjane pasó por alto esos pequeños requisitos en el arte de la uña y sus torpezas lo llevarían muy pronto a un lugar que jamás creyó visitar.
Para el día de su primer informe, Patjane ya era una figura repudiada en Tehuacán. Las promesas de campaña desaparecieron en el mismo helicóptero donde hizo una ostentación absurda y vulgar de su riqueza inexplicable, además de ser el escenario en el que le pediría matrimonio a su novia, quien también formaba parte de su equipo.
Mientras el tiempo pasaba y los weddings planners iban y venían a Morelos con enormes cajas de recuerditos cool para la nueva boda fifí, la inseguridad en Tehuacán no paraba, como tampoco se detenían los negocios que el presidente hacía en lo oscurito, y es que contratar a Ximena Sariñana para amenizar la pachanga cuesta caro, y había que dejar un guardadito para la luna de miel.
El que se presentó meses atrás como una joven promesa de la 4T, entraba y salía del Palacio Municipal como aquellas domésticas que van sacando su botín en cajas de Roma-Fab. Guarecido bajo una barba de mirrey de La Condesa, los personajes del cosmo mural pintado hace décadas por los hermanos Carpinteyro miraban con desaprobación el proceder del alcalde que, a dos meses de haber rendido su des-informe de gobierno hoy se encuentra tras las rejas.