jueves, noviembre 21 2024

Por: Luis Conde /@luis_cond

Estadísticas, cifras y fotos de periodistas asesinados o desparecidos llaman particularmente la atención este día. Sus nombres, exigencias de justicia y el dolor de familia y amigos regresan a nuestras cabezas cuando conmemoramos el Día de la Libertad de Prensa.

Una fecha reconocida por la Organización de las Naciones Unidas desde 1993 y que surgió bajo la idea de “fomentar la libertad de prensa en el mundo al reconocer que una prensa libre, pluralista e independiente es un componente esencial de toda la sociedad democrática”, pero que dista mucho de cumplir con estos criterios, sobre todo en México, donde el periodismo se considera una profesión de alto riesgo y en donde, en zonas especialmente peligrosas, desempeñar la labor informativa equivale a jugar a la ruleta rusa.

Sin duda, el asesinado es la cara más vil y más visible de la violencia en contra de la prensa, pero no es la única. Como en toda enfermedad, los síntomas a veces son ignorados y con el tiempo, normalizados.

¿Cómo es que como miembros de las filas del periodismo (editores, reporteros, fotógrafos) tenemos alguna responsabilidad en esta enfermedad que ha sembrado tanto miedo?

Somos culpables en la misma medida en que somos víctimas.

Hemos normalizado conductas que aunque parecen estar lejos del homicidio, de la intimidación y del exilio al que otros tantos no han podido escapar, pero que crecen a un ritmo alarmante dentro del gremio.

La violencia económica es particularmente escandalosa. Sentémonos a reflexionar un momento: ¿quiénes de los que trabajamos en medios de comunicación podemos gozar de seguro social, de prestaciones de ley, de aguinaldo conforme lo estipula la Ley Federal del Trabajo? Pensemos en algo más sencillo: ¿cuántos de nosotros gozamos de un sueldo digno que nos dé para vivir sin tener que trabajar en dos o tres redacciones?

Seguramente son pocos (y sumamente afortunados) quienes gozan de uno de estos privilegios. Sin embargo, hemos naturalizado y perpetuado estas conductas que seguramente jamás aceptaríamos en algún otro empleo.

Desde siempre se nos ha inculcado que como periodistas hacemos una labor social (y maldito seas, Gabriel García Márquez) que ejercemos “el mejor oficio del mundo”, por lo tanto, “es lo que hay” y así es como debemos trabajar.

Parecieran ser cosas sin importancia, pero a gran escala estas conductas afectan a periodistas y tienen todo que ver en la forma en que aceptamos condiciones laborales enfermizas.

Esto se ha normalizado tanto que incluso dentro del gremio se tiene la creencia que si alguien está comenzando a laborar, se le debe pagar menos (cuando de por sí los sueldos son miserables), porque “debe forjarse”, porque “si yo empecé así, los demás deben hacerlo”.

Como miembros de las filas del periodismo nos hemos convertido en el primer depredador de periodistas.

Porque sí, la Libertad de Prensa (así, con mayúsculas), no es solamente poder ir a trabajar sin temor a ser asesinado o secuestrado. No es solamente poder caminar con tranquilidad por la calle sin temor a ser seguido, no es únicamente poder publicar temas sensibles sin esperar represalias por parte del poder (sea quien sea que lo detente).

La Libertad de Prensa es también poder ejercer un trabajo digno, ser reconocido legalmente como trabajador, gozar de las garantías que nos corresponden como tales y saber, sí, que nuestro trabajo es tan valioso como cualquier otro.

La búsqueda del periodismo digno es una lucha compleja en la que intervienen muchos frentes. Nosotros — editores, fotógrafos, reporteros, diseñadores, directores — somos el primer paso en la búsqueda de esta meta, no seamos el primer depredador de nuestros iguales.

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