domingo, diciembre 22 2024

Es conocida la dificultad de hacerse comprender en el microcosmos de la política poblana; en mi caso muy particular, y por rasgos de mi temperamento, el intercambio de ideas ha sido casi siempre complicado dado que los personajes con los que he tenido que convivir durante todo este tiempo suelen tergiversar de la manera más primitiva mis mensajes.

Llevo años padeciendo (si se le puede llamar padecer) los embates de ciertos grupos que, al no asumir sus respectivas ineptitudes y al pasar por alto que son completamente legos en sus áreas, buscan desesperadamente una salida a sus yerros achacándome culpas y comprometiendo mi nombre frente a situaciones en las que ni siquiera tengo tiempo en reparar.

Es condición humana endosar al fuerte las cuentas por saldar que genera el débil desde su posición desesperada. ¿Y qué es la desesperación sino la más pura forma de sobrevivencia que lleva al hombre a enredarse en una espiral tóxica en la que le es imposible resolver un problema?

Estoy acostumbrado a ser blanco de ataques y quinta columnas, ya que no he tenido empacho en demostrar que a la guerra pueden ir muchos improvisados, pero sólo aquellos que se entrenan en el oficio de la paciencia regresan a casa ilesos.

La guerra es para los guerreros, no para los que fueron convocados a engrosar las filas por falta de elementos…

La política es en muchos de los casos el mejor botón de muestra para confirmar que hemos evolucionado como especie, sin embargo, cuando no se tienen las mismas aspiraciones o derroteros similares, el proceso puede llenarse de huecos convirtiéndose en una especie de queso gruyere, y ahora que estamos viviendo un momento histórico irrepetible, decir “cuarta transformación” debe ser tomado desde la literalidad: transformar es cambiar, recomponer, mover la materia; esa que no se crea ni se destruye según la física. Lo que sí se destruye en el zipizape de la grilla son reputaciones; a lo largo de nuestra historia se han conjugado en repetidas ocasiones la falta de conocimiento con las ganas de joder, y en eso la prensa fue, es y seguirá siendo, un mórbido cómplice.

Los grupos que oxigenan sus endebles raíces mediante la estrategia del “divide y vencerás”, obtienen triunfos efímeros que tardan en desmoronarse cuando se les pone en evidencia. No me ha sucedido una ni dos veces. Desde que me zambullí en las aguas turbulentas de la política he tenido que navegar contra corriente porque jamás he estado dispuesto a obedecer la voz de la insensatez. Cuando Mario Marín se perfilaba como el próximo gobernador de Puebla, echó mano de sus habilidades (que nadie niega) para obtener mi apoyo incondicional, el cual le entregué sin cortapisas por una razón: porque siempre he sido un hombre de palabra y compromisos. Además, para ese tiempo nadie podría imaginar que Marín se iba a marear al subirse a un ladrillo. Venía, bien recuerdo, de ser calificado como el mejor presidente municipal del país. El futuro parecía prometedor para aquel que se había abierto paso ante las vicisitudes  de una infancia y primera juventud desafortunada. Era, guardando proporciones, el próximo Juárez dada su historia personal: el muchacho de extracción humilde que con base en sus esfuerzos y al hambre, se abría paso en la escena de la política nacional. Los que estuvimos con él, de pronto comenzamos a observar de cerca su metamorfosis. Pero en este caso, el gusano no se convirtió en una imponente mariposa, sino todo lo contrario. Lo recuerdo como si fuera ayer: cómo el corrillo de aplaudidores de su círculo más cerrado fue llenándole la cabeza de humo, incapaces todos de cuestionar la actitud de Mario porque a un gobernador no se le debe cuestionar absolutamente nada si se quiere continuar dentro de su buen humor.

Por eso digo que yo he sido un blanco perfecto y propicio para que los blandengues se escuden tras de mí, inquiriendo luego que lo mío es protagonismo o un súper yo exacerbado, cuando en realidad lo que me mueve es abonar para que los proyectos en los que creo den frutos.

No es por pararme el cuello, es la verdad; pocos, muy pocos fuimos los que tuvimos arrojos para sentarnos frente a Marín y encender la luz ámbar de alerta cuando se aproximaba la hecatombe, sin embargo, algo tiene el poder de demoniaco que seduce a quien lo detenta hasta hacer añicos todo aquello que un día fue (sobre todo en tiempos de campaña). Y dentro de esa marejada de confusión que sobrevino a la embriaguez del triunfo, reinó la maledicencia y el poco sentido común de sus más cercanos contra mí, todo esto, por supuesto, desde la sombra; como se fraguan las grandes traiciones: desde las cloacas, puesto que nunca se atrevieron a confrontarme cara a cara so pretexto de que yo era beligerante, ¿y cómo no ser beligerante ante la eminente debacle que se llevaría entre las patas no sólo la reputación de Marín, sino del proyecto inicial de un estado?

Es en este punto en donde suele medirse la verdadera estatura de los hombres, la envergadura de los políticos. Los gobiernos no son tan diferentes a las relaciones interpersonales o de pareja: después de los días de vino y rosas, llega el momento de hacer madurar esa relación mediante el arte de la negociación, pero aquí pasó todo lo contrario; los intrigantes, seres menores por antonomasia, suelen ser quienes se salen eventualmente con la suya al fungir como incondicionales del que ostenta el poder, aunque el poder se le esté cayendo a pedazos.

Mi labor en el marinismo fue precisamente exhibir a cada uno de los Yagos que contribuyeron a que Marín y su proyecto se descarrilara. Jamás he tenido pelos en la lengua, y en su momento, ya como presidente del PRI municipal, me enfoqué en desvelar los desaciertos que culminaron en la derrota de López Zavala contra Rafael Moreno Valle; otro que en su época pudo haber reivindicado al Estado, sin embargo, lo que vimos durante esa administración fue una mascarada perfectamente elaborada en laboratorios comandados por una caterva de tecnócratas malcriados en Harvard.

También el morenovallismo “prometía” después de que el PRI se fuera a la bancarrota por culpa del “Juárez que no fue”.

Jamás he negado que mi escuela fue en el PRI, sin embargo, las generaciones de impresentables que llegaron después del Barttlismo (una panda de hambreados que no hizo otra más que darle el tiro de gracia al partido en Puebla) , mismas que no se cansaron de lanzarme petardos cebados para desactivarme porque siempre me vieron como una amenaza ante sus tropelías, hicieron que un buen día declarara sin rubor que estaba completamente decepcionado del PRI porque el PRI también una mañana amaneció convertido en una cucaracha karfiana. Fue en ese instante cuando quemé mis naves.

Para nadie es desconocido que Moreno Valle se crio en Revolucionario Intitucional, pero no fue sino hasta que se creo esa mega alianza surrealista (las nupcias de la izquierda más degenerada con la derecha más pestilente) cuando pudo llegar a Casa Puebla. A Rafael yo lo conocí siendo parte del coro desafinado que dirigía Melquiades Morales, a quien siendo yo diputado también me le enfrenté por querer hacer del Congreso un lupanar a su servicio con meretrices que se vendían por una camioneta del año. Por lo tanto, en cuanto me percaté que el PRI estaba más podrido que Dinamarca, y cuando vi el poquísimo respeto que le tenía el entreguista Marín a su candidato, vaticiné la derrota de Zavala y no lo hice desde los basureros o desde radio pasillo, sino en plena plaza pública, en cada entrevista que me pedían.

Mi relación con Moreno Valle, ya como novel gobernador, no era estrechísima, pero se presentaba lo suficientemente sólida como abogado que asesora a un gobierno. Nunca lo he negado y hasta quedó escrito en varios artículos que, en un momento de crisis personal, cuando necesité el apoyo de la fuerza del Estado para auxiliar a un familiar que había sido secuestrado, Moreno Valle sacó su verdadero yo y sobrevino mi ruptura con todo lo que oliera a su gobierno, y lo hice mediante una carta que el propio Fernando Manzanilla tuvo en sus manos en donde le escribí a Rafael que, a partir de ese momento y en lo que restara de su administración, yo daría por suspendida toda actividad profesional con él, incluyendo también la incipiente relación de “amistad” entre ambos.

Como podrá ver el atento lector, mi tránsito en la vida pública poblana se ha dado en un ambiente en el que reinan los dobleces y las más altas traiciones. ¿Cuál ha sido mi pecado? No andarme con rodeos entre los carniceros que en futuro se han vuelto reses de matanza.

De mi temperamento se dicen muchas cosas. Algunas ciertas, algunas falsas.

El juego de la política requiere de movimiento precisos; no de blofeos. El que blofea en la mesa de póker termina por mostrar el juego, y cuando lo abre generalmente no trae nada.

El escenario actual se presume distinto, o al menos eso quiero creer. Soy un hombre de fe, soy un hombre cuya vocación requiere tener una fuerte reserva de empatía y esperanza hacia la especie humana. Creo, como El Quijote, que la justicia debe ser ponderada antes que cualquier ley, porque las leyes cambian, mutan, son entidades que como el propio hombre tienden a moverse al compás del espíritu de los tiempos.

Un abogado que desconfía de la causa de defiende es un pobre abogado, pienso.

Asimismo, me sucede cuando he estado en el plató de la política o cerca de ella. Por eso sopeso a cada instante los nuevos embates que surgen desde la prensa autocomplaciente y limosnera. Si bien el periodista forma parte de la así llamada clase política, en Puebla sólo podemos confiar en dos o tres plumas, las demás engrosan las filas de los vendedores de silencio y el sesto de chayotes que intercambian por favores personales, precisamente con actores equiparables a su escaso nivel intelectual.

Sólo hace falta pasar revista a la famélica historia de los medios que sólo sirven para pasar por las sillas de la cosmética a impresentables que, a falta de talento y ética, grillan desde el patíbulo de un pasquín a quienes afectan los torvos intereses de quienes les pagan.

¿Quiénes resultaron beneficiados en el marinismo?

Todos lo sabemos. Sólo es cuestión de hace memoria y ver quiénes estrenaron ranchos o se volvieron constructores cuando a duras penas terminaron la licenciatura en comunicación en la Cuauhtémoc. Lo mismo que sucedió en el morenovallismo…

Sin embargo, creo que la cuarta transformación no es sólo asunto del presidente ni de los gobernadores afines ni de los fieles seguidores del movimiento; para que esto se pueda sacar adelante hace falta contar con gente que genere ideas, no gente que siga con el rancio credo del “divide y vencerás”, que es lo que están intentado hacer muchos dentro del gobierno de Miguel Barbosa, en quien he depositado –no de hoy, no de ayer– mi confianza como el estadista que es.

Pero un gobierno no lo saca avante un solo hombre; se necesita equipo y ante todo lealtad entre los miembros del grupo.

Las grillas, catalizadas por supuesto con el poder de la prensa sicaria, han generado a últimas fechas una serie de malentendidos que sólo existen en las mentes funestas de quienes, como ayer, urgen en ponerme en jaque por considerarme un peligro.

Esto ya lo he pasado. Parece una variación sobre el tema orquestada por aquellos que vienen arrastrando una larga lista de pecaditos que creen haber expiado al cambiar súbitamente de bando el día que el helicóptero se desplomó el 24 de diciembre del 2018.

La diferencia radica en la calidad de los personajes que hoy gozan de mi confianza y mi lealtad. Sin embargo, tampoco uno debe olvidar que, en el pasado, otros actores se dejaron influir por sus huestes infieles.

Creo que la 4T abomina esas prácticas. Y creo también que Miguel Barbosa no cruzó en balde los infiernos dantescos y que es un político, pero ante todo un hombre, que antepone sus ideas por encima de cualquier sentimiento de mezquindad.

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