miércoles, diciembre 18 2024

Tala/ Alejandra Gómez Macchia

Tu mujer será como fecunda vid en el interior de tu casa; tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa

Salmo 128:3

A Héctor Hugo Bustos, por sus logros

La primera vez que uno escucha la palabra ginecólogo es, sin saberlo, desde el vientre materno. En la inconsciencia absoluta.

Siendo embrión (y luego feto) nadamos ingrávidos entre  líquidos ricos en nutrientes. El bebé, apacible, capta los ecos de las voces exteriores, y algo en sus células le dice: esas voces me acompañarán el resto de la vida… y será bueno. Serán un lugar seguro.

Los padres (o la madre sola) asisten puntuales al médico que monitorea la vida. El médico, que es un ginecólogo, será parte toral del proceso: un centinela. Luego entonces pasa a ser no sólo el Virgilio que lleve a buen puerto a la madre que padecerá, quizás, jornadas dantescas, sino que él, el ginecólogo, se vuelve un personaje de importancia CAPITAL en el duro oficio de hacer seres humanos.

Pero vayamos más lejos. O mejor dicho, cambiemos de escenario.

Dicen que la mujer debe ir al ginecólogo inmediatamente después de tener su primer periodo, sin embargo, en países subdesarrollados y machistas como el nuestro, esta cita se emplaza generalmente hasta que la mujer se ve obligada a asistir a un consultorio de este tipo: cuando aparece una molestia o persiste un trastorno que el médico general (o familiar) no puede resolver. Es hasta ese momento cuando el encuentro se da, y no de muy buena manera.

La mujer va zozobrando al pensar que alguien, un desconocido, la hará pasar a un cubículo en donde una camilla con perneras la espera para así mostrar abiertamente todo aquello que desde niña le dijeron que debía ocultar.

Es el tabú.

Se llaman prejuicios.

Se conoce como temor a confrontar a nuestro propio cuerpo; pánico al lenguaje y a las palabras que rondan esa ceremonia de exploración que se evita, pues los problemas de índole sexual suelen agravarse cuando se teme al lenguaje: cuando el falso pudor soslaya a la necesidad, a la prevención.

Hace poco hice un paralelismo entre visitar al dentista y las idas al ginecólogo, y concluí que el dentista (aunque es más socorrido y se acude a él sin tanto empacho) es un personaje que debería infundirnos una generosa dosis de temor pues en la boca comienzan casi todas nuestras dolencias (hasta las del alma, si se tiene un discurso ponzoñoso).

El dentista es testigo mudo de nuestros excesos, de nuestras carencias, de cuánta basura consumimos, o en conclusión: el dentista exorciza nuestro demonios con su fresadora y su airecito lastimero. Y sin embargo, es al ginecólogo a quien más evitamos. A veces no es voluntariamente, sino un tema cultural (que por fortuna va cambiando).

Por eso es importante contar con un ginecólogo que sea un virtuoso no sólo del tacto, sino de la psique femenina, pues será quien entre a ese ashram sagrado, tan vedado para los demás. El punto de inflexión en el que el nuestro microcosmos se expande y se contrae. La única reserva natural en la que la vida se crea o se destruye.

¡Oh, la ciencia! Es también, como la inteligencia, soledad en llamas.

Gracias a ella persistimos como especie… y a millones de años de ser y existir, o de vivir en la ilusión del ser y del existir (o del ser y el tiempo de Heidegger) hace unos días se captó por primera vez la imagen de un agujero negro, que no es otra cosa más que un ¿sitio? singular en el espacio que succiona, que atrae hacia sí lo que hay a su lado. No se sabe si es donde nace o decae lo que llamamos vida. Es energía pura que hipnotiza, que es misterio y duda… como la vagina, ese otro agujero perfecto en su irregularidad; fascinante e imantado.

Héctor Hugo Bustos es un estudioso de este microcosmos: de la fuente vital, del espacio –casi orográfico– donde convergen y se solazan el placer y el más inaudito dolor.

Hablemos de endometriosis, ¿qué ruido es ese?

Ruido de tejido desprendiéndose.

Hermana cruel de la esterilidad, cómplice y alcahueta de la dispareunia.

Miomas, adherencias, quistes, menopausia, entuertos, eclampsia, menarca.

La narrativa  del ginecólogo es un canto de amor disonante, caótico, sincopado,  pero sin él, seríamos ya materia extinta.

Todo esto viene al caso porque la Federación Mexicana de Colegios y Asociaciones de Endoscopía Ginecológica premiará en los primeros días de mayo a este poblano ejemplar con la Medalla Carlos Walther Meade y la estatuilla a la excelencia médica.

¡Felicidades, Héctor Hugo!