viernes, noviembre 1 2024

Por Alejandra Gómez Macchia

La narrativa pandémica de las redes transportada a memes (nueva educación sentimental de jóvenes y adultos que no abandonan la adolescencia del todo) dice que este año “no contó” porque casi ni salimos de casa, porque nos la pasamos confinados; porque tuvimos que cambiar la oficina por la casa, porque nos dejamos las camisas para usarlas frente a la pantalla, pero abajo anduvimos en calzones y chanclas; porque los niños dejaron de asistir presencialmente al colegio, porque no celebramos nuestros cumpleaños con camaradas y tragos  alrededor de un pastel, etcétera.   

Sin embargo, la evidencia prueba que es al revés: 2020 fue el año quiebre, el parteaguas, la bisagra, el paradigma, la muerte, la desintegración y la resurrección de nuestra especie.   

Palabras nuevas entraron al quite e invadieron el horizonte: resiliencia es una de ellas, que es algo así como la capacidad del ser humano para adaptarse a nuevas realidades (quiera o no).  

Resiliencia es la forma políticamente correcta de decir “Apechugar”.  

La prueba no ha sido superada.  

Seguimos en crisis y no queremos aceptarlo.  

Nuestro mundo no ha dejado de girar, pero sí ha desaturado su carga de oxígeno.  

Foto: Alejandra Gómez Macchia

Muchos de los que comenzaron ese año no lo terminaron. No llegaron ni a la mitad. Y en medio de una cápsula acrílica y en una soledad de mosca, no se enteraron de que el otoño no llegó.  

La fiesta del 20 nos sorprendió desnudos, ebrios de soberbia y sin cubrebocas.  

Nuestro bello país volvió a ser nota de ocho en periódicos de circulación internacional gracias a aquellos de quien se espera sensatez y cobijo, y que en cambio nos dejaron expuestos y friolentos.  

En nuestro estado la crisis del COVID ha visto caer y cerrar muchas puertas. La nueva normalidad no llegó como anillo al dedo y, muy por el contrario, nos ha puesto a prueba como ciudadanos, como vecinos, como familiares.  

Ética es una palabra clave, pero poco ponderada. 

¿Recuerdan eso que se enseñaba en clases de la primaria, el civismo?  

Hubo que rescatarlo, sin embargo, el pueblo está enfermo de confusión y de aprensión. Y de fritanga y de mentira y de diabetes y de valemadrismo.  

¿Seguir o no seguir las reglas? Esa es la cuestión.  

Vivir confinados, famélicos, enloquecidos, sin amor, sin roce… o morir intubados después de el último gran reventón.  

Para mediados de año el semáforo fue cambiando de color hasta que llegamos a un rojo que se cayó de morado. El momento en el que aparentemente penetrábamos a una zona más segura. El dinero tenía que volver a fluir; abrieron comercios, restaurantes, negocios de todo tipo.  

Las grandes marcas se treparon al tren de la oportunidad e hicimos del cubrebocas un artículo, sí, de primera necesidad, pero también de lujo.  

Extrañas maneras de relacionarnos se afianzaron. Jeff Bezos ha visto engrosar su billetera a una velocidad que desafía la propia cibernética.  

2020 quedará inscrito en los anales de la historia como una grieta que se deberá estudiar a profundidad por una nueva estirpe de espeleólogos.  

¿Cómo afectó a nuestra psique? ¿Cómo a nuestras relaciones?   

Los parasiempres son, y lo hemos sabido siempre, flores imaginarias.  

El cuerpo humano secreta una sustancia que nos hace olvidar trances dolorosos. Esa sustancia, por ejemplo, brota a la hora del parto… por eso las mujeres vuelven a embarazarse pese haber pasado por un trance de horas y que las acompañará de por vida, pero sin la sensación física de aquel pasmo, de aquellos minutos horror vacui.  

La magia de la química cerebral borra la sensación; el dolor no es algo que se pueda replicar o reproducir con precisión, sin embargo, y debido a la importancia de este año capital, lo mejor será retener el recuerdo para vivir nuestra propia porción de eternidad.  

Foto: Alejandra Gómez Macchia
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