jueves, noviembre 21 2024

Sí, sí, sí, ya lo sabemos; no hay que pedirle a un árbol de peras que dé olmos.

Sabemos que el mexicano es adicto al lugar común y a las bromas de pastelazo, pues finalmente crecimos viendo programas de Televisa en vez de leer a los hermanos Grimm.

En ese tenor, y gracias al poder de las redes sociales, ha quedado de manifiesto la poca inventiva de nuestros compatriotas, que usufructuando su legítimo derecho a ofender, ponen apodos tontos a los políticos sólo porque se parecen o le dan un aire a ciertos personajes de la televisión o de historietas cómicas. Sin embargo, lo que es más burdo es que comunicadores que se las quieren dar de “muy leídos” (como el pobre de Francisco Zea) den sus noticias en un tono dizque muy irónico y burlón y recurran a insultos tan básicos como decir : “el idiota anaranjado”, para referirse a Trump.

Aberraciones por el estilo surgen día a día. Lo malo es que ese tipo de chunga facilona es el maná de la picaresca nacional.

Lo jodido es descalificar a un político por su apariencia física y no por su ineptitud intrínseca o su falta de compromiso, así pues, decirle “Copetón” a Peña Nieto, “Clavillazo” a Ochoa Reza, “El nene consentido” a Luis Miguel Barbosa y “Duvalín” a Meade, es la confirmación de que algo anda mal en nuestra medida universal de ponzoña.

Para que un insulto sea efectivo debe tener un ingrediente básico: inteligencia. Y si se puede, una buena dosis de lecturas para no hacer de él un chistorete chafa que en vez de herir, dé risa.

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Dorsia Staff

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