domingo, diciembre 22 2024

Un día afortunado conoces a fulanito de tal, que resulta ser encantador: un artista como tú, o un médico como tú, o un administrador como tú.

La conversación entre ambos fluye maravillosamente (tienen temas en los que coinciden, trabajan en lo mismo), toman una copa, cada quien muestra su mejor lado, saca las mejores suertes de seducción, quedan de verse nuevamente, salen otro par de días en los que las hormonas se maridan con la adulación y terminan acostándose.

Él cree que eres divina; una diosa en zapatillas con algo más en el cerebro que aire y un cereal inflado. Tú crees que es adorable: un gran amante con algo más que esperma en los testículos…

Comienzan una relación, comparten impresiones del trabajo, quizás acaben emprendiendo un proyecto juntos que será exitoso porque cada uno pondrá su mayor empeño en reafirmar que es un genio. La cosa sigue, los aplausos de los demás llegan a sus oídos como olas que rompen en el farallón. Los egos crecen simultáneamente, la gente empieza a considerarlos la pareja del año ¡del siglo! Todo es tan perfecto que un buen día, tú, mujer, decides que ya estás en edad de sentar cabeza. No temes a la pareja, al contrario, te parece el estado ideal porque sólo así se conoce a fondo al otro, y el otro parece ser ideal. No han tenido grandes diputas. Él es un tipo afable y alivianado, muy de su tiempo, que no se muere por casarse pero le agradas tanto, le gusta tanto tu compañía, que accede sin mayores contratiempos… finalmente la historia se va dando conforme uno vaya queriendo, como la narre.  La vida en pareja es una maquinaria que se echa a andar entre dos, cuyos engranajes funcionan mientras haya mutua voluntad, y la hay al principio, claro que sí.

El hombre que elegiste o que el destino te puso enfrente seguro será un buen padre; cada quien tendrá su espacio, eso sin duda. Él no es un machito recalcitrante, tú no eres una paranoica obsesa y ninguno de los dos ha dado verdaderas muestras de ser livianito, al contrario, son bastante maduros y sus respectivos oficios los llenan más que cualquier polvo que pudiera presentarse en el camino.

Se casan.

Al poco tiempo tienen un hijo.

La dinámica cambia un poco, sobre todo para ti, mujer, porque el bebé requiere de tu atención, de tu pecho, etcétera. Él es un buen padre, sigue siendo un gran amante pese a que tú te sientes acomplejada porque las carnes que deja colgadas el embarazo tardan mínimo un año en ceder, sin embargo él no lo nota, o si lo nota, no le importa porque, recuerda, está contigo puesto que tienes más que aire en el cerebro y buenas tetas; y tú estás con él porque es un gran artista o buen médico o administrador, y tiene más que una reserva generosa de esperma en los testículos, ¿cierto?

Tú tratas de no perder el rumbo de tus proyectos, a como puedas los sacas y divides el tiempo entre el taller o el teatro y tu casa, entre el consultorio o la oficina y el bambineto del crío. ¿Se puede seguir creciendo profesionalmente aun siendo mamá? Se puede. Cuesta el doble de chamba, pero se puede.

Quizás envejezcas un poco más pronto, pero no importa. Además, tienes el apoyo de él, que aparte de ser un artista o un médico exitoso que trae buena lana a la casa, se rifa con el chamaquito. Es lo que se conoce como un buen padre. No es un mandilón, pero es el papá que pensaste  y a ti no te ha desatendido como mujer. Quizás ya no te coge a todas horas como cuando eran novios o amantes o cuando recién se casaron. Ya no cogen en la sala ni en la cocina ni viendo la tele ni en el baño del restaurante, no; ahora cogen como cogen el 99% de los matrimonios jóvenes: dos, tres veces  a la semana, en la cama, menos aparatoso el tema porque no quieren despertar al bebé. Luego, cuando deje de ser bebé cogerán tantito menos porque el niño ya podrá irrumpir en la habitación y no quieres que se tope con la escena, sin embargo, no todo es coger, hay otras actividades que dan satisfacción, como salir a cenar o llevar al niño al cine o al parque.

Los años pasan y de repente añoras la vida de soltera, como él, tu señor, la añora también. Tú regresaste al trabajo, que desgraciadamente (y acá empieza el problema) ya no te acomoda tanto porque es precisamente con él, con tu esposo, con quien trabajas puesto que al principio creyeron que serían el mejor equipo. Y lo son, de una u otra forma, pero ahora se ha asoma algo que no existía antes: el celo. El celo por la jerarquía. Él es más conocido y exitoso que tú. No por eso es más talentoso, ojo, lo que pasa es que él sólo se dedica a lo suyo y no a ser papá.

Te aguantas el celo, ¡qué más da!, si todo es por el bien de la family. La familia que tú quisiste formar con ese desconocido que te gustó tanto el día que se toparon.

Sin embargo, ya no se ven como antes; tú lo admiras y él a ti, pero el desgaste en casa levanta un muro de soberbia. Ahora lavas sus calzones y él te ve levantarte con un anticlimático pants por las mañanas. Los neglillés se fueron de vacaciones hace mucho, junto con las ganas de coger en la tina, coger en la cocina, cogen en el carro, coger en medio de una cena familia dentro del baño, coger acostados, parados, sentados. Coger, coger, coger todo el tiempo porque se les antojaba.

Ahora sólo cogen una vez a la semana y a veces uno de los inventa que le duele la cabeza, aunque no le duela la cabeza.

Entonces una de las dos partes, que seguro serás tú, Dulcinea, comenzará a dudar si ese déficit de cogedera no se debe a que el señor ya anda cogiendo por otro lado, y puede ser que sí, o puede ser que no, pero el caso es que la duda se injertó en tu cerebro y esa duda comienza a pervertir todas las actividades en conjunto.

El tiempo sigue su curso y él, ¡uta madre!, es premiado, aplaudido, laureado, mientras tú recibes casualmente una buena oferta de trabajo, pero eso sí, muchas flores y manualidades del niño en el 10 de mayo.

Se llama vida conyugal. Se llama matrimonio. Y, ¡hey, comadre! Tú decidiste embarcarte en ese tren que ya no va hecho la mocha, ahora va lento, pesado, tanto que, ¡ufff!, ya, ya te quieres bajar. Y así lo exiges el buen día que confirmas tus sospechas: el marido se anda recetando a la secretaria o a alguna compañera de trabajo con la que coge en el coche, coge en la cocina, coge en el cine, coge en los aviones y en los baños del restaurante mientras tú te has hecho experta en la puñeta y en los polvos furtivos con aquel que un día fue tu príncipe azul.

El sueño terminó. Comienza la pesadilla.

Van a terapia. No sirve porque te sientes en desventaja ya que el loquero es un macho como tu marido que te tilda de neurótica y te repite sesión tras sesión que las decisiones fueron en gran parte tuyas. Mandas a la mierda la terapia, en tanto tu hijo está pegando al iPad. El niño sabe perfectamente que sus papitos se alucinan y que están en guerra, sin embargo, los sigue amando por igual, pero los comienza a preferir por separado. Calma, no pasa nada, estamos en el siglo XXI y es la era de los divorciados y el niño no padecerá tanto como quizás lo padeciste tú si tus padres también se mandaron al demonio.

¿Se acabó el amor, reina? ¿De verdad ya lo ves y vomitas? ¿O hay mucha nostalgia y quisieras regresar el tiempo para hacerlo de otra forma?

Eso te preguntas por las noches, y lloras.

Ves ahí, junto a ti, al hombre que tanto amaste; dormido, taaan vulnerable. Lloras más quedito y hasta lo abrazas, pero al día siguiente tienes una cita que habrá de cambiarlo todo. Irás con un abogado para que la cosa sea “justa”. Esperas no tener que pelear. Ruegas que el divorcio que pedirás sea tranquilo por el bien del niño, pero también por el bien de ustedes. Fueron buenos años, aunque se acabó. Quieres volver a ser tú, la independiente y no la “esposa de”.

Si todo resulta como lo prevés, en unos días serás libre. ¿Ya sabes que harás con esa libertad? No, pero seguramente todo será mejor que tener que coger de ladito y vestidos porque hay niños en casa. Además, el cabrón se metió con una golfa y quién sabe que bichos traiga pegados en ese maravilloso pito que hace años, ¡oh carajo!, era sólo tuyo y te hacía flotar.

Los abogados harán su chamba. Si tú contrataste al más perro, ganarás fácilmente y no sólo eso; él, tu abogado, es tan bueno en lo que hace que igual y podría dejar en la calle al pobre pendejo que ves ahí, dormido a tu lado. ¿Eso es lo que quieres? ¿Quieres vengarte de él porque se portó como un cretino al irse a coger con otra mientras tú te arrastrabas en el piso armando Legos con tu retoñito?

Si quieres eso, el abogado lo hará. El abogado te defenderá y sacará sus mejores argumentos para demostrar que tu marido es un ojete que no merece ni que su hijo pase con él más de dos días a la semana porque puede ser una mala influencia: un pedote (aunque no beba), un drogonazo (aunque lo máximo que se auto recete sea un Pepto Bismol).

Pero tú sabes que eso no es verdad; el hombre que conociste hace años sigue siendo el mismo pese a que se subió en un ladrillo y la fama lo mareó. En realidad, es bueno y lo quieres. Sigues creyendo que es un gran papá, y sabes que un día tu hijo cuestionará esa decisión; el día que el niño deje el iPad que le has puesto enfrente para que no sienta el madrazo de la realidad. El desamor.

Lo demás es silencio.

El proceso no fue tan rudo porque tu esposo jamás fue un malasangre y acabó aceptando lo que el abogado pidió para ti. Ahora eres libre. Ahora también él es libre. Un poco más pobre él, y un poco más rica tú, pero libres al fin.

Despiertas. Ya no está el sujeto que te cuerneaba. La paz reina en la cima. Sigues sin coger en la cocina, sin coger en la alfombra ni en el auto, pero al menos te consuela saber que el que estaba junto ya no te ve la cara de paisana.

Él quizás siguió cogiendo con las otras o coge con una nueva amante. Tú, que no eres fea, eres joven y no eres de palo, pronto volverás a coger. Te sentirás deseada de nuevo por un hombre al que creerás el príncipe encantado, y lo será, mientras no te distraigas y decidas que “ese es el bueno” y te vuelvas a ir al bar y la gente diga que son lo máximo, y extrañes esa vida que dejaste por aburrida, y, y… te vuelvas a juntar.

Entonces las cosas serán distintas, pero igual.

Vivir en pareja es una suerte de variación sobre el tema.

¿Y qué es la variación sino una mera suerte de repetición que se da hasta que uno acaba por salirse de la pauta original?

Es la historia de un matrimonio. De muchos, de casi todos.

*Texto inspirado al ver «Marriage Story», no se la pierdan en Netflix

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