domingo, diciembre 22 2024

Por Hugo García Michel

En ese ejercicio de denuncias que es el MeToo mexicano, hay cuestiones muy graves pero también mentiras y difamación. Patricia Peñaloza me «denunció» y no puedo quedarme callado ante los falsos que me levanta. Aquí mi respuesta (es larga). Que me crea quien me quiera creer.

Ante la serie de denuncias en contra de personas, en su gran mayoría pertenecientes al sexo masculino, por parte de los diferentes #MeTooque han surgido y dado que mi nombre apareció mencionado en el MeTooPeriodistas, sin que exista la posibilidad de recoger la versión de la parte acusada, quiero dejar constancia de que no acepto las acusaciones de acoso iniciadas por Patricia Peñaloza, quien en su “denuncia” nada prueba y de hecho incurre en injurias y difamaciones. Como creo en la existencia de la presunción de inocencia, así no se trate de un juicio legal sino de un tribunal virtual, quiero comentar e ir desglosando primeramente las palabras de la señora Peñaloza, proferidas desde su página de Twitter:

Su tuit empieza de hecho con una frase difamatoria y la suelta a la ligera, sin aportar un solo argumento, dato o prueba de su dicho: “Hugo Ga Michel: acosador de chavitas”. Por supuesto que no soy tal y aquí es mi palabra contra la de ella. Pero en seguida añade:

“…no fui la excepción cuando estuve en La Mosca. Como no le hacía caso, inventaba cartas de lectores que dizque le tiraban mierda a mis publicaciones; le metía mano a mis textos para joderlos y deslucirlos”.

Va mi palabra de nuevo contra la suya: “como no le hacía caso” implica que yo quería algo con ella, cosa que jamás sucedió. Nunca me gustó y nunca le propuse que anduviera conmigo o alguna cuestión semejante. Tendría yo que haber estado mal de mi cabeza para ello. Niego categóricamente haber inventado cartas de lectores, las cartas llegaban a la redacción de la revista La Mosca, misma que yo dirigía, y lo mismo publicábamos las que criticaban a Patricia como las que criticaban a otros colaboradores y a mí mismo. Ahí están, en la Hemeroteca Nacional, los ejemplares de la revista para comprobarlo. Dice: “le metía mano a mis textos para joderlos y deslucirlos”. Otra mentira: yo me encargaba de la corrección de estilo y le “metía mano” a los textos de todos los que colaboraban.

Prosigue: “Me buleaba a través de otros: una vez hizo escribir a un colaborador que yo era una grupi (?), para demeritar mi trabajo (ardido porque me tiraban la onda)”.

La carta de marras la escribió Rogelio Garza, quien colaboraba en La Mosca y quien jamás hubiera aceptado que yo lo hiciera escribirla. Él me propuso que se la publicara y yo lo hice. Ahí está también el número de la revista en que salió dicha carta. Patricia insiste en que me gustaba al decir “ardido porque me tiraban la onda”. En serio que es cosa de risa. ¿A mí que me podía importar si le tiraban o no la onda? Lo reafirmo: Patricia Peñaloza nunca me gustó y nunca me ha gustado.

Viene otra parte interesante: “Una vez armó una reunión en su casa con puras colaboradoras; se hizo tarde y me dijo que podía quedarme en su recámara”.

A ver, eso de “puras colaboradoras” es para dar a entender que yo sólo invitaba a mujeres a mis reuniones. Totalmente falso: a esa reunión, celebrada en marzo de 2004, asistieron siete mujeres (tengo fotos, por eso lo recuerdo bien): mis amigas Karem Martínez, Claudia Sánchez, Elizabeth Gallardo y Diana Barreto, mi hermana Myrna, mi sobrina Leyla y Patricia Peñaloza. Pero también estuvieron Fernando Rivera Calderón (en ese entonces esposo de Claudia Sánchez), Danny Wakantanka (en ese entonces esposo de Karem Martínez), mi cuñado Jorge Rangel (esposo de mi hermana y padre de mi sobrina), mi amigo Adolfo Cantú, mis hijos Alain y Jan García Hellion y yo. “Puras colaboradoras” no había. Eran siete mujeres y éramos siete hombres, en un ambiente más bien familiar, ya que celebrábamos mi cumpleaños 49. En efecto, le dije a Patricia que podía quedarse en mi casa.

Sigue ésta: “en ese entonces no había Uber ni similar; era más seguro quedarse (era joven e ingenua). Él se fue a la sala, pero entrada la madrugada se metió a la recámara donde yo dormía; se sentó en la cama para ‘hacerme plática’, mientras me acariciaba la cabeza como a una niña”.

Dice que en ese entonces era “joven e ingenua”. A ver: Patricia Peñaloza nació en 1972, tiene actualmente 47 años de edad; por tanto, en 2004 tenía 32 años. ¿Joven e ingenua? ¿En serio? Dice que me fui a la sala y que en la madrugada entré a la recámara donde ella dormía (aquí es su dicho, yo no lo recuerdo pero démoslo por cierto), me senté en la cama para platicar mientras le “acariciaba la cabeza como a una niña”. Aparte de lo tonto que me vería haciendo eso, démoslo por bueno. Esa supuesta caricia en el pelo es lo más cercano a un acoso en todo el texto de Peñaloza. Pienso que más que una caricia debió haber sido una palmadita de despedida cuando, como dice más adelante, me pidió que me fuera a la sala porque tenía sueño. Cosa que hice sin el menor problema, según ella misma acepta en la siguiente y muy mentirosa y muy manipuladora línea:

“… sentí terror pero guardé la calma y le dije que me dejara dormir. Por fortuna se salió”.

¿Sintió terror? ¿De verdad se puede creer? Una mujer de 32 años que era mi amiga, que nos contábamos muchas cosas, ¿aterrada porque yo estaba sentado en la orilla de la cama platicando? Me parece ridículo. Tanto que se durmió y al día siguiente se fue a su casa despidiéndose de mí como si nada, seguimos siendo amigos y siguió colaborando en La Mosca. Aunque dice:

“…pero desde entonces fue cada vez más tortuoso publicar. Ya no contestaba mails, siempre había un pedo con mis textos, hablaba mal de mí con otros colaboradores, hasta que me harté y dejé de publicar”.

Todo eso es falso. Siguió publicando casi cada mes y se fue cuando me dijo que no podía perdonarme que yo hubiese publicado la carta de Rogelio Garza y que no la hubiese defendido de los lectores que la “atacaban” (debo decir que las cartas eran respondidas por “Mamá Mosca”, un personaje que creamos para ello y que en realidad era yo).

Así pues, me pregunto en dónde está el acoso, donde está la violencia o incluso el contenido sexual del asunto. He leído testimonios gravísimos en los que se habla de violaciones, golpes, chantajes, mujeres forzadas, toqueteadas, etcétera. Aquí lo más cercano a eso es que le toqué el cabello como si fuera “una niña”. Si es que lo hice y eso le molestó, me disculpo. Pero no le veo la gravedad y mucho menos demuestra su frase inicial y difamatoria en la que me llama “acosador de chavitas”. Si estuviéramos en un país en el que existiera el estado de derecho, eso sería motivo suficiente para una denuncia por difamación. Pero esto es México.

Aquí no termina la cosa. Por desgracia, algunas otras mujeres se sumaron a Patricia Peñaloza. El testimonio de la primera es muy curioso e incluyo aquí el diálogo en Twitter entre ella (@clauenlaestepa que no sé quién sea) y Peñaloza:

Dice Clauenlaestepa: “En mi breve y efímera carrera de periodista, tuve cuando mucho 5 participaciones en La Mosca, y bueno la historia ya la contaste. Entendí, cuando se atrevió a besarme, de qué iba, guácala…

Responde Patricia: “uff. fatal. Pero desgraciadamente, de esperarse de él. ¿Puedo darle RT a lo que comentas?

Clauenlaestepa: “Yo realizaba una columna de recomendaciones, y aunque inexperta, tuve el apoyo de otros colegas para ejercitar la escritura, pero al señor Limón no le gustaban las imágenes que entregaba, me hacía esperar afuera de la revista para que entregara el material…”.

¡El señor Limón! Es decir que ni siquiera se refería a mí y creo que incluso se confundió de revista, porque en La Mosca no teníamos “columnas de recomendaciones”. Por supuesto, al ver que no se trataba de mí, Peñaloza ya no le siguió la plática.

Más adelante, charlando con alguien que la apoya, dice Patricia:

“Hugo es súper fan de Lolita de Nabokov. Cada que puede lo dice sin pudor”.

Tengo un ejemplar de Lolita en casa y espero leerla algún día. Aún no lo he hecho; por tanto, no puedo decir si soy fan o no de la novela. ¿De dónde sacó Peñaloza esa paparruchada? Ni idea.

Como comentaba al principio, me parece muy bien que se denuncie a quienes realmente han acosado (a pesar de lo resbaladizo y subjetivo que es el concepto de acoso), pero creo que al equiparar el galanteo o el intento de ligue o una simple invitación a cenar con cuestiones como la violación o la violencia física o psicológica, se desvirtúa la idea básica del #MeToo y abre las puertas a los desquites, las revanchas, las venganzas por cuestiones que tienen más que ver con rompimientos sentimentales, celos o problemas laborales (como el de “publicaste una carta en la que hablaban mal de mí”, de mi caso que es el verdadero fondo del asunto de Patricia Peñaloza conmigo). Una amiga mía le comentó que no tenía la menor queja de mí y Patricia le dijo primero: “es que seguramente no le gustaste”, mi amiga insistió en abogar por mí y súbitamente Peñaloza comenzó a insultarla de una manera terrible. Tengo los screenshots de esos insultos tan poco feministas o sororidarios (si es que existe la palabra).
Y no mencioné el componente político que también podría subyacer en la “denuncia” de Patricia Peñaloza, conocida simpatizante de Morena y hoy con un cargo en la Secretaría de Cultura de la CDMX. Nunca ha tragado mis cuestionamientos a su partido y al hoy presidente López Obrador y me considera un opinólogo vendido a la mafia en el poder y a todo eso que ya sabemos. Me odia literalmente por eso. Quizá por ello Rafael Tonatiuh, de la misma tendencia y quien yo aún creía mi amigo, no sólo publicó en su Facebook el enlace a la “denuncia” de Patricia, sino que comentó que Milenio me pagaba “un lanal” por escribir en contra de AMLO. Tampoco me resulta casual que cuando publiqué desde mi blog mi más reciente columna “Cámara húngara”, me llegaran mensajes de trolls (cuando tienen menos de 30 seguidores son trolls o bots), casi todos anónimos, en los que me llamaban “acosador”. No descarto, pues, que también exista ese componente político.
Para mí sería muy fácil ponerme revanchista y contar todas las historias que conozco sobre Patricia Peñaloza (muchas de ellas conocidísimas en el gremio del rock mexicano y del periodismo musical de esta ciudad) y que involucran a gente muy conocida que tiene la peor de las opiniones acerca de esa persona. No lo haré, pero tampoco aceptaré que se me acuse de acosador, porque no lo soy y porque tengo una trayectoria que defender. Es mi palabra contra la suya, lo sé, pero es lo único que puedo usar.

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