viernes, noviembre 22 2024

por Alejandra Gómez Macchia

Viendo el documental “Rompan Todo, la historia del rock en Latinoamérica”, concluyo que, en efecto, el rock no ha muerto, no morirá mientras lo sigamos replicando y reproduciendo en nuestras tornamesas o en nuestros teléfonos.

No está muerto, pero sí está intubado, en coma inducido desde hace muchos años.

 

Tengo varios amigos (así con o, no con e) a los que les fascina la música igual que a mí.

A unos les gusta decir que son melómanos, a otros no.

Unos son músicos profesionales, otros no.

Unos soñaron con ser ejecutantes y se quedaron en la raya de salida y ahora se dedican a otra cosa (como yo). Gente con oído, pero, ante todo, con mucha curiosidad y ganas de ponerse hasta la madre rompiendo decibeles.  

La música, en mi caso, me ha salvado la vida de varias formas.

Yo creo que una de las razones por las cuales no me suicidé en mis crisis existenciales es porque sospechaba que siempre habría algo que escuchar, algo nuevo, algo de algo que no me quería perder.

No creo que haya un más allá, y sí lo hay, tendrá seguramente sus propios sonidos, sin embargo, no sabemos en qué estado llega uno a ese limbo o a ese vacío (ojalá llegue uno mareado o puesto); no se sabe si uno podrá captar sonidos, o quién sabe, igual y uno se vuelve música. Puede ser, sería un premio maravilloso después de haber sido miserable toda una vida terrenal.  

El caso que el documental citado me generó muchos sentimientos encontrados; el más fuerte, la nostalgia.

Acabo de salir de una crisis de salud tremenda. El Covid cambió radicalmente mi forma de ver la vida, de sentir, de moverme. Esa inflamación severa y sistémica removió tejidos y fibras que tenía adormiladas. Sólo la memoria me fue salvando y ayudando a pasar del otro lado del acera sin que mis pensamientos atroces me arrollaran como un tráiler a un vendedor de nueces en medio de la calle.

Este documental llegó al final de mi confinamiento.

Pensé que sería otro programa en el que acabaría mentado madres porque “es que no metieron a tal u olvidaron a fulano o ¿por qué madres incluyen a perengano?”.

Estoy convencida que la sensibilidad del artista, y del ser humano en general,  está siempre supeditada al contexto histórico y al momento que se vive. Para mí, recién salida del limbo covideano, que “Rompan Todo” haya sido producida por Santaolalla y que se hable más de los argentos que de los mexicanos no me afecta en lo más mínimo. En otro momento, hace unos meses o el año pasado, hubiera salido a despotricar a Twitter como lo hacen muchos para quejarme y desgañitarme y rasgarme las medias y las vestiduras junto con ese corro de resentidos en aras de hacer pedazos a Netflix y su línea “tan comercial”.

Pero hoy no.

Si bien el rock en español nunca ha sido mi hit, debo decir que, gracias a este documental, el cerebro hizo lo propio y me remitió a escenarios que tenía completamente borrados.

Como buena obsesiva y reina de los tocs, conforme fueron pasándolo capítulos fui accionando el engranaje y bajando las canciones y buscando más referencias.

La pataleta más grande de los puritanos que se creen autoridades morales en la materia es que hayan metido a Maná y le den tanto juego a Alex Lora.

A mí el TRI nunca me gustó, pero es parte de… y se joden, carnal.

A mí Maná me servía para ligarme a los más fresas del salón que no querían saber nada de King Crimson, y créanme, cantarles “oye mi amor, no me digas que no”,  surtía un efecto chingón.

Queramos o no, y como bien lo dicen ahí, Maná es el único grupo de “Rock-pop” mexicano que llena estadios; cumple con una función. Es como las Zucaritas, coño; sabemos que no nutren un carajo, pero te las comes para no salir de tu casa con el estómago vacío.

Ir mencionando a cada un de los personajes que figuran en el documental está de más. Sólo puedo añadir que me conmueve Javier Batiz. Me conmueve cómo se convirtió en el abuelito buempedista al que acaba gustándole todo lo que hacen sus nietecitos, aunque sus nietecitos sean unos pránganas que dedican sus tiempo a cosas innobles como la política, el malandrinaje de campo de golf, etcétera.

El rock en español, y también el rock en inglés, están intubados desde mucho antes de la irrupción del reguetón, que pese a todos los vaticinios sigue vivito y culeando, con una fuerza sobrenatural.

Creo que, a esta generación –como dicen los Babasónicos– no le importa nuestra opinión.

No les interesa que condenemos su mal gusto, la degradación de las letras y el simplismo de las composiciones manufacturadas con autotunes y loops.

Hay un meme que circula en redes: aparecen los  Milli Vanilli con lagrimitas superpuestas lamentándose de haber nacido en ese tiempo en el que se debía medio cantar para ser una súper estrella. Ahora los reguetoneros son portavoces de los deseos y las necesidades y la falsa y pírrica rebeldía de la juventud, y lo hacen con toda impunidad y con la venia de esta generación (la nuestra) que los repudia, pero en el fondo envidia el grosor de sus billeteras.

Pienso que el rock en español es intransitable ya (también) por un tema del híper corrección política y  feminazismo (que no el feminismo real).

Al reguetón no se le censura porque las seguidoras del reguetón no abren un libro ni en defensa propia, sin embargo, las hinchas del rock dicen abrir libros de feminismo y son activistas y sí se fijan en las letras y… hacen feo.

Sólo pongamos dos ejemplos: Los Tacubos tuvieron que cambiarle la letra a “La Ingrata” porque le daban un par de balazos, y los Molotov son repudiados por ese sector fundamentalista que no sabe separar la creación de las creencias, pues es ofensiva la portada de la colegiala con los calzones abajo, y es terrible que nos digan perras arrabaleras a las damas.

(Acá yo me pregunto: ¿Qué hubiera pasado si mi abuela hubiera censurado “Rosita Alvires” porque Hipólito era un hijo de puta?).

¿Qué pensar entonces de Julissa con su “consentida del profesor”?

¡Milagro que Lydia Cacho no haya saltado para decir que es una incitación a la pedofilia!

Por eso el rock es imposible ahora.

Porque hoy te lapidan si le escribes a una morra, como decía Rockdrigo, “por qué no me las das si yo ya puse lo las chelas y te invité a cenar”, o algo así.  

Si el rock no es irreverente (lo que sea que eso signifique en un país al que se le tiene que poner subtítulos a la ironía), no jala; pues el sector  de jóvenes que lo escucha está sumamente contaminado por el puritanismo, el activismo de buró y los TODES  y los AMIGUES.

¿Por qué el reguetón sí?

El masaje que lo escucha no reparan en si las letras contiene o no bajezas y apologías a la violación. En ese respecto, nuestros hijos, no es que sean más libres, sino que simplemente no se cuestionan casi nada. Y como dicen ellos ¡ALV! (ah porque eso sí, abrevian las groserías y les da pena decir “A la verga” así completito).

Me acuerdo, no me acuerdo… cuando los Iliya Kuryaki saltaron al plató  para abarajarnos la bañera, y los dizque rockeros de cepa se abrieron y dijeron que eso era vil pop, que era una vergüenza para Spinetta…

Uy, pues les tengo noticias: así como el naco es chido y el chido es chale y el chale es cool  está comprobado que el rock es pop.

Por una sencilla razón: porque desde Bill Halley (ese pobre gordito del reloj, defenestrado de la historia por Elvis y sus caderas calientes) llegó a la radio y se hizo pop-ular.

¡Pisanlob, hermanos!

 

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