Memorial
Por Juan Manuel Mecinas / @jmmecinas
Los ojos de la oposición se orientan hacia el 2021 y ahí comienza su Gólgota. Enfocarse en la elección de 2021 puede ser un error: reduce sus problemas a tener una mayor cantidad de diputados o mantener el gobierno de los estados (esos territorios feudales) en los que hoy manda, cuando las razones del desprecio mayúsculo sufrido en 2018 son más profundas. Hace un par de años, el lopezobradorismo encapsuló a sus opositores bajo la etiqueta de mafia del poder y no tuvieron el discurso y las ofertas políticas suficientes para convencer a los electores.
Por eso estaba equivocado el desplegado firmado por 30 intelectuales: reducía la pluralidad democrática (la fortaleza opositora) a contar con una mayor cantidad de diputados de filiación priista, panista o perredista; en otras palabras, “la pluralidad es el antilopezobradorismo”, lo cual es falso. Si se entiende mejor, la fortaleza de la oposición tendría que ser ofrecer discursos y políticas atractivos para los votantes queines apoyaron a AMLO y, sobre todo, a votantes que quieren una vida democrática mejor, lejos del elitismo, la corrupción y de clientelismos –característicos de los regímenes del año 2000 a la fecha (y para eso no necesitamos el espectáculo de las declaraciones de Lozoya).
Tres temas pueden ayudar a entender los problemas de la oposición, fuera de la órbita de las elecciones, aunque en ellas desemboquen: el feminismo, la democracia de los partidos y las élites partidistas.
A pesar de que la clase política en su conjunto se declara feminista, ningún partido asume la agenda feminista de manera integral, porque les espanta su “radicalismo”, que en realidad confronta un sistema patriarcal protegido por algunos partidos (sobre todo Acción Nacional y el próximo partido de Calderón -vía la sumisión de Margarita) y no solo por los evidentes problemas de feminicidios, la reivindicación de derechos sexuales y la exigencia de una verdadera igualdad entre hombres y mujeres. Los partidos tienen miedo a arropar a los movimientos feministas y así se convierten en obstáculos y no en vías de solución. Por eso, si el lopezobradorismo no es precisamente feminista y ningún partido de oposición está dispuesto a arropar toda la agenda feminista, se deja pasar una oportunidad única en la que no solo discursivamente, sino también en una agenda transformadora, se ponga en jaque al partido en el gobierno.
Con relación a la democracia interna de los partidos políticos y a las élites dominantes, la oposición no enfrenta al lopezobradorismo con una oferta distinta traducida en el acercamiento de los partidos a la ciudadanía, ni con una revisión crítica a los grupos que históricamente se han apropiado de marcas partidistas y aportan poco a la idea de renovación de la vida política. Por eso, no se entiende esa gran “alianza democrática” propuesta por algunos intelectuales. Una gran alianza que integre al PRI actual significaría incluir al PRI de los Gamboa, Beltrones, Paredes y Murat como continuación de un partido identificado con el caciquismo; igual de inaceptable es que Movimiento Ciudadano tenga el mismo líder durante dos décadas o que Fernández de Cevallos, Creel y Romero Hicks sigan siendo personajes con influencia en Acción Nacional, cuando su momento más importante fue el foxismo y nunca hicieron algo más que aprovechar sus posiciones para obtener beneficios personales. Y de la democracia interna ni hablamos: todos los partidos son exactamente igual: reciben financiación pública, pero son incapaces de tener al menos un listado confiable de sus afiliados. Así es la política partidista en México: un club de élites fijas donde se desconoce quiénes conforman sus bases. Ningún partido de oposición parece dispuesto a dejar atrás este sistema de élites arcaicas y elitismo, y encarar una transformación interna tortuosa, aunque democrática.
Si la oposición quiere ser una opción al lopezobradorismo deberá renovarse, lo que significa dejar atrás a sus grupos de élite (y elitistas) y a sus discursos arcaicos. No importa cuál sea el resultado de 2021: mientras la agenda, el discurso y élites de los partidos sigan inmovilizados en un modelo político viejo (y una visión vetusta de su modelo de familia, de Estado y de partido), poco podrá ofrecer de cara a una mejor vida democrática. El lopezobradorismo es el menor de sus problemas y la elección de 2021 debería ser la última de sus preocupaciones.