Por: Luis Conde
Si algo hizo este terrible 2020 fue recordarnos que somos vulnerables. No importa si hacemos ejercicio, si pecamos de gula más de tres veces al día; si hacemos 30 minutos de cardio o si corremos sólo cuando nos persigue un perro. Un virus de orígenes todavía imprecisos puso al mundo de cabeza los últimos 365 días, a sus economías, su forma de ver las cosas y lo peor de es que se llevó consigo a millones de vidas, trabajos y sembró incertidumbre sobre el futuro.
¿Cuántos de nosotros nos hemos quemado las pestañas pensando en la pandemia y sus consecuencias? ¿Cuántos aquí despiertan de pronto invadidos por el miedo de ser anfitriones del incómodo y temido huésped?
Pero, si algo es cierto, es que si yo estoy escribiendo esto y usted está leyéndolo, es que fuimos afortunados en llegar –aunque sea por relevos—al final de este annus horribilis.
¿Qué quiere decir esto? Que no es momento de bajar la guardia y que es momento de repensar cómo vivimos, qué haremos para cambiar el panorama y que debemos resistir todavía un camino incierto.
Use la tecnología a su favor
Trabajos, estudios, reuniones y hasta fiestas encontraron en el terreno digital un nuevo respiro ante el caos que impera en el mundo físico. La tecnología nos ha facilitado muchas cosas y así será en los meses consecuentes, seamos inteligentes y aprovechemos estos avances para nuestros beneficios.
¡Consume local!
Sé que no soy el único que se enoja y bajonea cuando lee que la pandemia hizo más pobres a los pobres y llenó (más) los ya de por sí llenos bolsillos de los más ricos del mundo. Y no es para menos, el consumo de dispositivos electrónicos, contenido en streaming y redes sociales alivianaron un poco el encierro que aún no tiene fecha de término. Y aunque seguramente tu vecina o amigos del barrio no producen series para Netflix o Prime, sí generan otro tipo de servicios: pensemos en la tienda de la vecina, que se levanta a las 5:30 para abastecer a los clientes que olvidaron hacer las compras; pensemos también en el panadero de la colonia, que se desveló preparando tortas y bolillos para el desayuno de los menos fitness como yo. Pensemos también en el campesino que llegó a vender jitomates y otras verduras al mercado local y que de esa cosecha depende el sustento de su familia. Quizás no podemos hacer que los ricos repartan su fortuna entre los menos afortunados, pero sí podemos cambiar nuestros hábitos de consumo para hacer que el pobre sea menos pobre, al menos en nuestro barrio.
Saca tu segunda mano
El consumo de ropa de fast fashion (como Zara, o Zeeeera, como dice una supuesta influencer en Tiktok) es de las industrias más contaminantes y menos duraderas en el planeta. Los desperdicios de tintas, tejidos y esmaltes de la fast fashion duran más en el planeta que los productos que se exhiben en los aparadores cada temporada. Y la moda no es el único mercado de ética cuestionable, pues los electrónicos (celulares, tablets y computadoras) producen enormes cantidades de residuos que ensucian y acaban con el agua que debería estar destinada al consumo humano, por más que Apple diga que es ecofriendly.
¿Qué podemos hacer? Intercambiemos nuestra ropa con amigos, acudamos a mercados de segunda mano (en línea o físicos), reparemos a nuestros aparatos en vez de cambiarlos cada año. Piénsalo como una inversión a largo plazo, un respiro a tu economía y, lo más importante, una batalla contra el consumismo.
Emprende
Quizás sea momento de que busques monetizar tus hobbies. ¿Sacas fotos? ¿Reproduces plantas? ¿Escribes o reparas computadoras? Con el auge de las redes sociales tener una tienda virtual es más sencillo de lo que pudimos imaginarnos. Aprovecha eso para tu beneficio o el de tus amigos. Si está en tus posibilidades, págales por una sesión de fotos para actualizar tus redes sociales o currículum, cómprale plantitas a quien dedique sus ratos libres a cuidarlas…recuerda: no compitas, haz compitas.
¡Cree en la ciencia, por Dios!
Una de las ¿ventajas? de que la pandemia de Covid-19 haya sucedido en el siglo XXI es que la ciencia ha crecido a pasos agigantados. En la antigüedad, cuando la peste negra mermó a la población europea, los médicos usaban hierbas de aroma y una máscara con aires de cuervo como su mejor arma. Afortunadamente ya no es así, y lo que sucede en los laboratorios entre científicas, médicas y personas que desde inicios del brote de coronavirus buscaron descifrar la estructura del bicho es lo que hizo que en tiempo récord tengamos más de una vacuna y varias más en ensayos avanzados para hacer frente a esta enfermedad. ¿Qué es lo malo? Que la gente prefiere creer más en videos de Youtube que en la ciencia misma, que emplea métodos rigurosos y cuyo único fin es el de generar beneficios para la humanidad.
¿Plan de dominación mundial? ¿El nuevo orden? Mejor confiemos en la ciencia, en sus avances y celebremos que la comunidad científica ha sabido responder a esta emergencia. Las teorías de conspiración dejémoslas para Miguel Bosé, Paty Navidad y Jair Bolsonaro, por favor.
¡Usa la bici!
Uno de los enormes desafíos para el control de esta pandemia radica justo en uno de los sectores más vulnerables a nivel mundial: la clase trabajadora. ¿Cómo podemos pedirle a alguien que se quede en casa cuando su alimento y el de su familia depende del trabajo del día a día? ¿Cómo podemos hacer que más personas dejen de viajar hacinadas en el transporte público porque es su único medio de transporte?
Un invento de 1817 es la respuesta más viable. La bicicleta fue recomendada por organismos internacionales como un medio de transporte eficiente y seguro durante esta pandemia, ¿por qué? Porque se usa al aire libre, propicia mantener una distancia segura entre usuarios y porque además se hace ejercicio. Además de usar más este maravilloso invento (para mí uno de los más revolucionarios), debemos exigir más espacios seguros para ciclistas, abogar por una mejor distribución del espacio urbano y pedalear cada que podamos. Tómalo como una pequeña batalla en contra del sistema, si te gusta ser revolucionario, claro.
¡Resiste!
En 1974 Mohammed Ali y George Foreman regalaron al mundo la más grande y memorable pelea de box en la historia. Y, sin entrar en más detalles de este duelo de titanes, hay algo que llamó mucho la atención en esa pelea:
Alí, de edad ya avanzada y tras un retiro obligado de tres años, había perdido agilidad en las piernas y en los puños. Ya no era el peleador que podía desplazarse entre el cuadrilátero con movimientos veloces y certeros. A pesar de ello, ganó el combate. Durante siete rounds, Ali se encapsuló y resistió los golpes propinados por el entonces campeón e invicto en 40 peleas (37 por K.O), se apoyó en las cuerdas y no hizo más que resistir. Al inicio del octavo round, con los puños de Foreman agotados, Mohammed decidió terminar el encuentro con un golpe preciso, fuerte y contundente.
No somos boxeadores, pero podemos tomar el ejemplo del legendario peleador: en estas circunstancias tan complejas, lo mejor que podemos hacer es protegernos de los embates de la pandemia, guardarnos como él lo hizo contra las cuerdas y esperar nuestro momento. Ya llegará.
Abandona toda esperanza
Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate («Abandonar toda esperanza, quienes aquí entráis») son las palabras escritas en la puerta del infierno que narra Dante Alighieri, autor y personaje, en su Divina Comedia, un consejo sabio si lo trasladamos a estos tiempos.
Tenemos la esperanza de que cuando el reloj se reinicie este fin de año el mundo cambiará para bien, dejaremos atrás este horrible 2020 que tanto nos ha quitado y por obra divina, todo empezará a mejorar. No podríamos estar más equivocados: los efectos de la pandemia aún serán largos, como advierten científicos. A pesar de las vacunas y los avances de la medicina moderna, el panorama de 2021 no parece ser mejor que el que estamos dejando este año, recordemos, pues, que el tiempo humano es insignificante si se compara con el universo, así que es lógico hacernos a la idea que los tiempos de la naturaleza, y sus virus, no entienden de calendarios, de rituales de fin de año y menos de “vibrar alto” para mejorar las cosas.
Ojalá que la analogía del infierno de Dante no se haga realidad, pero abandonar falsas esperanzas quizás nos ayude a afrontar con más madurez el futuro que se nos viene.