La amiga, la esposa y la amante (tres casos de complicidad de alcoba)
por Alejandra Gómez Macchia
Hoy que detuvieron a Emma Coronel, mujer de “El Chapo” Guzmán, pensé en otras tantas esposas de otros tantos hombres presos, impresentables o señalados.
Ser esposa es una de las labores más complicadas que hay, porque los maridos (no todos, pero la mayoría) sólo empiezan a respetarlas plenamente hasta el día que se separan de ellos.
Son muchas las razones por las cuales el hombre deja de ver y de confiarle cosas a la mujer dentro del matrimonio, así como la mujer empieza a alucinar precozmente a la parte contraria.
Creo que deben ser pocos los ingenuos que se preguntan cómo Emma Coronel acabó liándose con un hombre como El Chapo.
Es evidente que, con el historial y las limitaciones intelectuales del narco, Emma Coronel no tuvo que hurgar muy a fondo para encontrarle un poderoso atributo al delincuente más perseguido y famoso del mundo.
Ahora bien, si ser esposa de un simple mortal es riesgoso para la salud mental, imaginemos el peso de estar ligada a un sujeto como Joaquín Guzmán Loera.
La situación de la mujer que goza de las bondades económicas de un capo debe ser, lejos de una orgía perpetua, una condena muy cara que se paga a réditos exponenciales si es que no participa directamente en el negocio y se vuelve su mano derecha.
Nada de lo que haga la familia de un delincuente o de un sospechoso pasa desapercibido. Ser la compañera de un malandro te otorga un pasaporte instantáneo de desprestigio y sospechas.
Poniendo un poco de lado el tema de la señora Coronel, pienso en las esposas de otros hombres de poder que han caído en desgracia al ser pillados en actos delictivos, como el caso de la mujer del abatido Dominique Strauss Kahn, a quien literalmente le arrebataron de la bolsa la presidencia de Francia cuando fue acusado de violar a una mucama guineana dentro de la suite de un hotel neoyorquino.
Anne Sinclair fue pareja del entonces presidente del FIM por más de quince años. Ella, hay que decirlo, le entró al toro de llevar una vida en pareja con Strauss-Kahn a sabiendas que el gordito era un donjuán consumado y plenamente identificado.
Sinclair no necesitaba del foco de su marido: era una mujer famosa por sí sola.
La pesadilla de la periodista comenzó cuando su marido no controló la bragueta y presuntamente violó a la mucama.
Antes de ese escándalo que descarriló la prometedora carrera política de Strauss Kahn, la señora pasó muchas veces por alto los devaneos de su pareja, incluso recién estrenada la trama de la violación en NY, Sinclair se presentó en todos los programas franceses a defender el honor de aquel que no había sido un ejemplo de lealtad conyugal.
El caso Strauss Kahn se prestó a demasiadas especulaciones; estuvo demasiado manoseado y el principal beneficiado de sus parafilias tiene un nombre y apellido: Nicolás Sarcozy, y fue cosa de tiempo para que la complicidad de alcoba de Sinclair y Strauss Kahn se disolviera, no por una aparente falta al pacto que suele darse entre parejas liberales, más bien porque la humillación pública fue tal que ella tuvo que desligarse del hombre al que, por un lado amaba, pero por el otro (se rumoró) alcahueteaba.
Guardando proporciones, el asunto de ser pareja de un acusado de violación, pone necesariamente a la mujer en una posición bochornosa y compleja, como hoy es el caso de Pamela Cortés, la joven poblana que hace algunos años se casó con Andrés Roemer cumpliendo un sueño que parecía culminar en la historia de las hadas Disney.
Una de las supuestas víctimas de Roemer asegura que Pamela sabía y consentía los descalabros del periodista y cónsul.
El señalamiento a la “Chica Almodóvar” se me hace demasiado arriesgado por parte de la víctima.
Finalmente recordemos algo: si hay alguien que nunca llega a conocer del todo el dark side de un hombre, esa es la esposa.
El lado tenebroso, por lo general, lo descubren y se lo quedan para sí las amantes.