sábado, diciembre 21 2024

Memorial
Por Juan Manuel Mecinas

Justo cuando lo más conveniente es centrarse en las medidas y en las rutas adecuadas para que los efectos de la pandemia arrasen a la menor cantidad de mexicanos, los bandos ideológica y políticamente opuestos insisten en debatir sobre lo superfluo.

Por ejemplo, este lunes el debate ha sido sobre si López Obrador le incomodó o no el acuerdo entre empresarios y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). ¿Tiene algo de trascendente la incomodidad del presidente? Desde cierta perspectiva, qué bueno que le incomode: eso les da razones a sus opositores para subrayar que existe margen de maniobra para lograr cosas que beneficien al país, que no necesitan de la venia presidencial y que no todos los actos importantes que surjan desde la sociedad deben pasar por el despacho presidencial.

Pero los tiempos que vivimos reflejan que buena parte de los opositores del presidente quieren su atención. Es una reminiscencia del autoritarismo priista en el que la política, los empresarios y los grupos de poder eran dominados por quien despachaba en Palacio Nacional. Nadie se movía porque no salía en la foto. Para estar ahí y sonreír, había que tener la gracia del “jefe”.  Y algunos opositores a AMLO parecen añorar esas épocas.

A veces no entienden (también ellos) que discrepar es esencial para que este país se convierta en una democracia y, sobre todo, para que las decisiones y las iniciativas importantes dejen de centralizarse en el despacho del Ejecutivo. Muchos opositores a López Obrador se empeñan en que el presidente les dé la razón, voltee a mirarlos y apruebe lo que dicen o hacen, aunque su espera es infructuosa: el presidente tiene su plan y tiene sus métodos. Discutir si el convenio con el BID le incomodó es inútil. ¿Es un buen logro para las empresas mexicanas? Ojalá que así sea, y que eso no dependa del aval presidencial. La oposición no ha entendido que el presidente tiene sus opiniones sobre sus opositores, lo quieran estos o no: la prensa que no lo quiere es conservadora, las noticias que no le gustan son un complot, sus críticos son empleados de Salinas (el malo), el empresariado que no está de acuerdo con él es rapaz. Pero habría que cambiar invertir la fórmula para mirar el otro lado de la moneda. Según muchos de sus críticos, AMLO es torpe porque no hace caso a los “consejos” de los especialistas de redes sociales y televisión, es un necio porque quiere seguir con sus planes, es un conservador porque no quiere pedir préstamos, es corto de miras porque no acude a ninguna cumbre, y quiere convertir a México en una dictadura.

En uno y otro lado confunden la discrepancia con la maldad.

Las posturas de un bando y otro son irreconciliables, y ese el punto de partida de sus desavenencias. El presidente quiso terminar un aeropuerto iniciado al amparo de la corrupción (que beneficiaba a un puñado de empresarios) y sus opositores no estaban de acuerdo. Por supuesto que lo llamarán necio, torpe y demás. La realidad es que aspiran a algo que AMLO no quiere. Unos quieren X y otros quieren Y. Unos creen que X es lo mejor para el país y el presidente cree que lo mejore es Y. En ese sentido, se impone el que manda y entonces no queda más que las descalificaciones. Nada mejor que las obras del presidente para ejemplificar: López Obrador pretende imponer su punto de vista y sus detractores aspiran a lo mismo. Uno quiere Dos Bocas y el Tren Maya, y otros aprovechan cualquier oportunidad para pedir que se paren esas obras.

¿Cómo se acaba esta guerra estéril sin tregua mediática y de contenidos vacíos para la sociedad? Solo terminará el 1 de diciembre de 2024 cuando AMLO deje de ser presidente. Entonces unos dirán que han triunfado y otros asegurarán lo mismo. Mientras, el país se dispone a seguir presenciando una batalla en un campo enlodado donde nadie tiene la razón, porque lo que tienen son puntos de vista distintos.

Algunos han afirmado que el presidente tuvo 18 años para prepararse para ser presidente y aun así no lo hace bien. En ciertos aspectos tienen razón, pero podría decirse lo mismo de muchos de ellos: tan mal lo hicieron en el pasado, que llama la atención que hoy quieran indicar cómo deben hacerse las cosas y mejorar las condiciones de vida en este país, cuando durante las últimas décadas ellos y sus partidos (o los partidos y personas a los que aplaudieron) fueron incapaces de hacerlo. El escenario actual lo han construido unos y otros. Aunque lo nieguen o aunque no lo adviertan.

No se trata de liberales, conservadores, populistas, derechas o izquierdas. Se trata de que uno y otro bando cree que solo ellos pueden tener la razón; que a ellos corresponde la verdad y a nadie más. Y ese escenario está lejos de la democracia. En el peor momento, en el peor escenario, unos y otros cavan zanjas que están lejos de ser puentes de democracia. Son trincheras en un combate donde lo importante no es ganar terreno, sino aniquilar al enemigo.

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