jueves, noviembre 21 2024

Por Alejandra Gómez Macchia

Es sólo una foto. ¿Una mala foto?

Es de esas fotos que uno borraría al instante si algún dedo malhechor la subiera a las redes, o en caso de ser presidente o funcionario, ordenar a su jefe de prensa para que interfiriera con los jefes de información de los medios… “bájenla”, suele ser la consigna.

Pero salió. Las redes funcionan así. La entronización de lo inmediato. Para bien y para mal son una coladera por la que se filtran grumos y gorgojos. Ni modo, uno ya no se puede esconder fácilmente de sí mismo y de los demás morbosos desde que cada teléfono tiene su propia cámara.

Por eso vivimos en la era de los lords y las ladies, que casi siempre son el monumento vivo de la beligerancia y la prepotencia.

La foto que rodó ayer por todos los medios, en donde la pareja que vive en Palacio Nacional luce más bien desencajada, fue quizás, seguro, una mala toma.

Desde que tengo una cámara y me he dedicado a explorarla, entendí lo difícil que es obtener una buena instantánea. El objeto se mueve, como el mundo se mueve. El que captura el momento se mueve también pues respira. Fotografiar es, literalmente, disparar, oprimir el botón para que entre la luz y de ahí, ¡oh milagro!, sobreviene el más preciso acercamiento de la realidad.

Cuando fotografías objetivos vivos, en movimiento, te sientes como si fueras francotirador. En eso he pensé últimamente: en la destreza del que debe poseer quien utiliza un arma, y creo que lo más justo sería (en caso del francotirador) tener una sola bala; una, no dos ni una ráfaga, para cumplir su tarea.

Así el que toma la foto, el que captura el instante glorioso o la hora aciaga. Hay que tener suerte con la luz, pero también pulso y tacto.

Somos adictos a la sangre ajena.

A todos los miembros del club de opinólogos de redes nos gusta, nos satisface, nos excita estar ahí para abonar al debate con nuestra critica puntual.

La foto en la que sale Beatriz Gutiérrez Müller vestida muy clericalmente no debería ser motivo de chunga por el hecho de que si el vestido era bonito o feo, si le quedaba chico o grande o si la Gaviota se vestía mejor o si Margarita Zavala tenía al mismo estilista demodé.

Lo que habla no es sólo la forma, sino el fondo.

López Obrador va tomando del brazo a su mujer como se toma del brazo a un lazarillo o a una nietecita.

En el rostro de ella se vislumbran unas marcadas notas de hartazgo, de preocupación. Su rostro, en otro tiempos afable y pícaro, hoy desvela el peso de llevar a cuestas ser la compañera de un hombre al que el proyecto se le desmorona.

Tantos años de campaña, tantas caminatas, tantos sinsabores tantos plantones cansan, sí, pero debe ser mucho más demoledor haber alcanzado la cima y ver que, bajo sus pies, aguardaba el derrumbe.

Dejemos por un momento fuera todos los problemas que ya estaba enquistados en nuestro país y enfoquémonos en los últimos seis meses.

Ni López Obrador ni nadie en este mundo imaginamos que el COVID llegaría a ser el aguafiestas máximo.

No han sido sus detractores, ni la crítica, ni las comparaciones ni las pasiones que levanta con su egocentrismo, no; un virus invisible, inoloro e insípido fue el encargado de exhibir sus carencias a la hora de dirigir un territorio caótico.

Ambos rostros son la radiografía exacta del ánimo colectivo: se ven preocupados, irritables, distantes, encabronados.

Sobre todo, ella, la doctora Müller. La geografía de su cara traduce el ánimo colectivo con una agravante: el zoom in, el acercamiento del foco capta con mucha más nitidez las fisuras, los huecos, los desvelos.

Esa foto le robó cámara a todo el informe.

Muchos mi siquiera se tomaron la molestia en escucharlo o leer los resúmenes ya que esa es la imagen que pinta de cuerpo entero el espíritu mexicano de estos días.

Por supuesto que es una pésima foto (para ellos), pero para el resto es “LA” foto.

La disección de estos dos años en la que la transformación ha pasado a ser un rumor que sólo escuchan quienes los acompañan en el retrato.

La autopsia rápida del desastre.

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About Author

Alejandra Gómez Macchia

Truncó su carrera de música porque se embarazó de Elena. Fue bailarina de danzas africanas, pero se jodió la rodilla. No sabe cómo llegó al periodismo (le gusta porque se bebe y se come bien). Escribe para evitar el vértigo. En el año 2015 publicó “Lo que Facebook se llevó” (Penguin Random House), y en unos meses publicará un libro de relatos, “Bernhard se muere”, en la editorial española Pre-Textos.

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