“[…] Because I don’t think dance music make you just like to get drunk and have fun. I think that’s quite stupid. To certain extent, can be fun sometimes, but not as thing that I would do… dedicate my life to […]”
Nicolas Jaar
Por Aldo Cortés
Hablando de las disidencias y discrepancias que depara seguir el destino de una vocación, recuerdo la frase que sirve de epígrafe para este artículo y pienso que, en efecto, no podemos ceñirnos a la superficialidad de las circunstancias.
Traigo en mente las lecciones que me obsequió un formidable libro: El esnobismo de las golondrinas, autoría de un español llamado Mauricio Wiesenthal. Y es que la libertad sólo tiene sentido cuando la arriesgas. Es indispensable tener espíritu de viajero en un mundo que devora cada vez más rápido el oxígeno. Bienvenidos a la dinámica y a la estética. Sobra despedirse de la estática y la imperfección.
Vocación decía, en el sentido oriental, por imperativo kármico, esa que cierne el anima a la praxis. La desmesura de un mundo globalizado, los alcances de una economía consumista, el apogeo de la indecisión millennial y un status quo que, constantemente, dispara las necesidades de sobresalir.
“El dinero no me mueve, pero tampoco me molesta” refiere otro escritor español. El dinero es lo más caro del mundo. La época en que los valores acuñados, esa sophia perennis nacida en Delfos, recorrida por Magno y perdida poco después de la Revolución Bolchevique es, sin duda, el peor de los tiempos. Querido lector, quien tiene los pies en la tierra no repara en traer los bolsillos vacíos. Después de todo, la búsqueda de la verdad nunca envejece. El destino es uno mismo. ¿Derecho a elegir? Desde luego. Pero el estandarte de tan noble idea viene precedido de una obligación más importante: construir el futuro. Queriendo o no, algún día la historia ha de recaer en nuestras manos. Sólo así, el enemigo silencioso, la llama sin brillo, el tiempo condenará los errores que decidimos dejar convertirse en fracasos.
¿Qué carrera elegir? ¿Qué trabajo encontrar? ¿Lo primero llevará a lo segundo o, sin embargo, son propósitos diametralmente inversos? El desdén al que se ven orillados las futuras generaciones no es producto de la casualidad. Entonces ocurre, esos inventos –¿descubrimientos?– griegos llamados paideia y areté; la enseñanza es condición necesaria, pero no suficiente para que exista educación. El areté como ese valor añadido, ese valor que no descifra la retórica. Es el mejor de los tiempos. También es el peor de los tiempos. El ex nihilo de la vida que evoluciona en el vacío, se transmite en silencio y se perpetúa en lo efímero.
Partamos de viaje, morir es lo último que hay que hacer en la vida. El discurso de la corrección política censurará cualquier don y virtud que contravenga el orden establecido. Hay que sacar los pies del plato, de vez en vez, recurrir a los salmos paganos, sacar las manos de los bolsillos, ceñirse a lo esencial y olvidarse de lo accidental.
Quietud no es lo mismo que pasividad. A lo primero le sobra bastante tela, a lo segundo se le confunde con conformidad. A los jóvenes del siglo XXI, a la generación invertebrada, no debe exigírseles según sus posibilidades, porque entonces permanecerá dentro de sus límites.