lunes, noviembre 25 2024

por Carlos Meza Viveros

Para Hilda Torres Gómez: la mujer que me regaló los dos tesoros más grandes de mi vida

Todos los días escuchamos historias cuyos protagonistas son hombres y mujeres que el establishment considera “exitosos”. Gente que gana carretadas de dinero, que engrosa las listas de los 10 más empoderados, que sale retratada en revistas tipo Hola!, donde si bien no aparece la realeza (porque en México no existe esa casta), sí figuran entre los personajes “que hay que seguir”, de los que hay que estar pendientes por su magnetismo.

Gente “bonita” que se pavonea de logros que, sin temor a equivocarme, han obtenido mediante un equipo que nunca posa en esas fotos retocadas, y es gracias a ese equipo que se difumina entre la parafernalia del glamur, que los así llamados emprendedores son laureados y conocidos por todos.

Ese México es el México de unos cuantos. El país que anhela competir con un primer mundo que no alcanzará si continúa vetando de reflectores a otro tipo de protagonistas heroicos que a diario transitan por la senda del trabajo y el esfuerzo.

Héroes que una sociedad abúlica e ignorante pone de lado porque simplemente desconoce quiénes son.

Hace 27 años mi vida cambió radicalmente. Un 30 de agosto nació Carlos, mi primogénito: la persona que con el tiempo se convertiría en el eje central de mi existencia. Y ahora, junto con mi amada Fernanda, son mis motores doble turbo.

Antes de ese día, el tiempo me había dotado de alegrías inmensas, de placeres agudos, de dolores graves, de ruidos estridentes y silencios profundos. De las mieles que manan del trabajo duro, pero desconocía esa otra parte del éxito, del verdadero: la inconmensurable sensación de engendrar un ser que me enseñaría a diario el milagro de amanecer con ganas, de no perder nunca la capacidad de asombro, de no claudicar pese a los malos pronósticos.

Desde la primera noche que pasé observándolo supe que eso era el amor, el más puro y desinteresado; y que con cada latido de su nuevo corazón se moverían mis pasos hacia un futuro con un propósito ulterior; no solo en busca de la gloria personal y efímera.

Cuando Carlos nació comprendí algo: por más yerros que un hombre tenga a lo largo de su biografía, nunca estará solo, jamás será un huérfano, y es menester de padre barbechar el terreno para que esa nueva vida, lejos de malograrse, madure y dé frutos generosos…y el pasado fin de semana me engolosiné con esos frutos: mi hijo, que es ya un hombre, me regaló el día más feliz. Un día fuera de toda convención; las ocho horas más aleccionadoras para un hombre con mi oficio, que vela y pugna porque la justicia se conorone frente a la desigualdad.

Carlos, junto con un gran equipo de verdaderos guerreros, me reafirmaron que el mundo es un lugar menos hostil cuando se mira con ojos nuevos, desde la mirada curiosa de los otros: niños y jóvenes que una sociedad acostumbrada a etiquetar ha nombrado como “discapacitados”, cuando en realidad poseen capacidades que van más allá de lo humano: personas que luchan sin tregua y desconocen la palabra temor. Niñas y niños, jóvenes artistas y deportistas movidos por una voluntad férrea que ya quisiéramos tener aquellos a los que esa misma sociedad–censor ha metido en el utópico conjunto de la “normalidad”, cuando la realidad es otra: son ellos, a quienes les faltó un brazo, o quien no ve, o el que no oye, y aun así viven sin regatearle nada a sus sircunstancias; los únicos seres que llegan a conocer el verdadero significado de la palabra “libertad”, tomando en cuenta que la libertad no es más que el triunfo de la alegría sobre el miedo.

“Enruédate” es una organización que nace a partir de la imperiosa necesidad de un grupo que trabaja en aras de la inclusión, con el objetivo de que esa sociedad ahíta de barreras mentales, abra sus propios muros y derribe mitos absurdos en torno a la discapacidad tendiendo puentes hacia el respeto.

Jóvenes que ofrecen conferencias cuyo fin no es otro más que sacar de la tinieblas del miedo a quienes –por fortuna– han nacido con todos sus sentidos en orden. Sentidos que muchas veces son desaprovechados pues, es parte de la condición humana no valorar lo que se tiene cuando se tiene; y esa, queridos lectores, es la verdadera discapacidad del hombre: la ingratitud, el recelo. Quienes no comparten, quienes no incluyen y segregan a los demás, son los auténticos ciegos, los sordos, los mutilados de espíritu.

El sábado que pasó, Enruédate tomó las instalaciones del CRIT Puebla y presentó en un foro maravilloso a artistas, deportistas, pequeñas bailarinas y emprendedores que contaron sus respectivas historias.

Fue una experiencia sin parangón escuchar a Bosco Gómez, pintor extraordinario que ha llegado tan lejos como se lo ha propuesto gracias a sus talentos y a la confianza en sí mismo.

Bosco, por ejemplo, no ha temido acercarse a personajes que admiró desde niño, y hoy posee una obra pictórica fuera de serie que lo ha llevado ese lugar sin límites que él proyectó para sí, asumiendo sus debilidades para luego convertirlas en la fuente de sus fortalezas. Viendo la crisis como el punto de inflexión en donde muere la incertidumbre y nace el poder.

También, dueño de un humor y un dominio extraordinario del escenario, Enrique Guajardo dejó en claro que los grandes problemas de la humanidad se oxigenan de pretextos.

Quique sabe algo que a veces pasamos por alto: el éxito real radica en la actitud, y todo lo que en determinado momento parece desgracia, puede convertirse en oportunidad.

Asimismo, Christian Ayala nos llevó –literalmente– a nadar entre aguas profundas.

¿Qué somos en medio de una mar que desde lejos, desde la aparente comodidad parece en calma?

Solo quien nada entre tiburones con la corriente en contra llega fortalecido al otro lado.

La vida de Christian ha sido como un cuento de suspenso, y vencer todos los obstáculos que se le han presentado dentro y fuera del mar lo han convertido en un Titán.

Junto con Carlos Meza Torres (mi amado hijo) se encuentra un hombre que, solo porque no le he visto las alas, juraría que es un ángel.

Víctor Espinoza es más que un entrañable amigo de esta casa: Carlos lo reconoce como “un hermano de sangre”, lo que lo convierte automáticamente en parte de mi familia.

Sin la disciplina, la pasión y la visión de Espino, a Enruédate le faltaría la mitad de su alma. He visto crecer a Víctor como uno de esos gigantes que se rumora que existen en alguna parte ignota del mundo. Su participación en el foro tuvo un título que lo define, que lo revela: eres lo que sueñas.

¿Y qué son los sueños, sino la parte más libre, más salvaje y mágica de la vida?

La gran lección de este foro se sintetiza con la siguiente frase: se puede soñar despierto todo el tiempo, sin embargo, si uno no pinta sus sueños, no nada tras sus sueños, no baila entre sus sueños y no trabaja por sus sueños, esos sueños desaparecen al despertar.

El éxito, tal como se conoce, camina, oye y corre.

Pero no olvidemos algo: el éxito también hace destino mientras rueda.

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