El Elefante en la Habitación
Por Hugo Manlio Huerta / @HugoManlio
Las muchas horas libres que nos han dejado la pandemia y el encierro nos orillan a pensar el futuro y tratar de adivinarlo. Adicciones y paranoias aparte, todos tememos que los pesimistas tengan finalmente la razón y que en unos meses terminen convirtiéndose en realidad nuestras peores pesadillas, más allá del infierno presente.
La reciente resolución del Instituto Nacional Electoral en el sentido de negar el registro a México Libre por ser el partido de los Calderón, pero concedérselo a Encuentro Solidario como reencarnación del PES, nos permite entrever la pesadilla que se nos viene para el próximo año, a partir de una votación muy cuestionada en la que sólo cinco consejeros fueron consistentes a la hora de votar, tres al hacerlo en contra (Lorenzo Córdova, Ciro Murayama y Norma de la Cruz) y dos al votar a favor (Roberto Ruiz Saldaña y Beatriz Zavala), mientras que de los otros seis, cuatro votaron en contra de México Libre y a favor de Encuentro Solidario (Carla Humphrey, José Martín Fernando Faz, Jaime Rivera y Adriana Favela) y dos votaron al revés (Uuc-Kib Espadas y Dania Ravel).
México está atrapado en varias crisis que se alimentan mutuamente: salud, economía, seguridad, democracia y justicia. Un componente común de todas estas crisis es que en parte son producto de nuestras propias acciones u omisiones, en lo individual y como sociedad. Más allá de factores exógenos como la pandemia, la contracción mundial o el mercado global de las drogas, los mexicanos hemos contribuido en buena parte al descontrol y agravamiento del problema, al actuar irresponsablemente o replegarnos por indiferencia, dejadez, temor o franco amedrentamiento.
Pero lo peor es que en medio del embate pantagruélico, los últimos reductos de la participación ciudadana estén cediendo a la colonización desde el poder político en todos los niveles, como ha sucedido en la CNDH, el INAI y ahora el INE, donde la votación referida permite entrever la posible sumisión de cuatro consejeros a la línea presidencial y la medrosa colusión de al menos otros tres, en aras de tratar de preservar una tibia autonomía.
Las resoluciones en sí y su utilidad política deben analizarse aparte, puesto que con independencia de que el Tribunal Electoral pueda revertirlas, es evidente que la negativa definitiva al registro del partido calderonista favorecería flagrantemente al PAN de cara a las próximas elecciones al no competirle su voto duro, en tanto que el registro del partido evangélico en nada ayuda a sus impulsores y sólo ahonda la desconfianza ideológica al interior de la izquierda anidada en Morena y el PT.
En ese sentido, la idea de que dicha resolución pudo deberse a la convicción de que México Libre representaría mayor peligro electoral que el PAN, carece de lógica en un escenario presto al linchamiento mediático y social de Felipe Calderón. ¿Estamos entonces ante una vendetta? Pudiera ser. Sin embargo, lo único cierto es que, si la negativa se confirma, el PAN se beneficiará enormemente, pues se convertirá en la opción a vencer en el 2021 y otros partidos como el PRD y hasta el PRI seguramente querrán sumarse al carro ganador, en tanto que sobre el régimen pesaría la sospecha del autoritarismo y el repudio a una democracia plena. Y esto resta todo sentido a la utilidad política de la decisión, más allá de dividir y debilitar al emisor.
Por supuesto que las reglas electorales son una madeja indescifrable, un nudo gordiano diseñado para imposibilitar la participación de verdaderos candidatos ciudadanos e independientes, dificultar el surgimiento de nuevos partidos políticos y obligarnos a elegir entre las mismas opciones insulsas y desprestigiadas, cuando deberían ser todo lo contrario.
¿De verdad alguien cree que en el siglo pasado el PRI, el PAN, el PPS, el PARM y otros partidos perdidos en la historia habrían obtenido sin problemas su registro si al tramitarlo hubieran existido estas reglas extremadamente complejas y quisquillosas?
En este escenario contrario a la participación social y que tiene sus reflejos en los estados, la única democracia aceptable para el poder termina siendo la que se hace a mano alzada o mediante consultas infundadas, en las que de antemano se sabe que no habrán de participar quienes disienten o piensan diferente, de modo que el resultado termina siendo más predecible que cualquier comedia romántica hollywoodense.
De esta manera, los mexicanos que por ejemplo coinciden en que es un absurdo someter el deber constitucional de procuración y administración de justicia a una consulta popular y que son mayoría, finalmente rechazan sumarse a algo que consideran ridículo, sin advertir que al replegarse dejan el camino libre a una gran minoría, que a base de verbenas pretende legitimar cualquier bufonada o cortina de humo.
A ellos les pregunto: ¿qué pasaría si esa mayoría decidiera seguir las reglas de este extravagante juego y a manera de protesta acudiera en masa a votar en sentido contrario a lo que se espera? ¿acatarían el mandato del pueblo rebelde? ¿insistirían en consultarle cualquier cosa a las y los mexicanos?
Lo cierto es que si no nos decidimos a actuar y empujar organizadamente para que las cosas se reencaminen como debe ser, con ideas, propuestas y acciones efectivas, sin violencia ni antagonismos estériles, nuestras pesadillas nos van a alcanzar antes de lo que suponemos y de nada servirá echarle la culpa a los demás. El elefante está en nuestra habitación.