domingo, diciembre 22 2024

Por: Mario Alberto Mejía

Frente al músculo de Miguel Barbosa Huerta, la delgadez extrema —enferma—de Enrique Cárdenas Sanchez.

Y frente a éstos: la locuacidad de Alberto Jiménez Merino.

Son los cierres de campaña de los tres candidatos a la gubernatura de Puebla.

El de Barbosa tiene los tres “ivos”: festivo, masivo, activo.

El de Cárdenas también: pasivo, reactivo, depresivo.

Jiménez Merino optó por negar tres veces a su mentor —Mario Marín—, al que ni siquiera mencionó a lo largo de su anticlimático discurso.

Marín ahora se llama simplemente “Administración 2005—2011”.

Eso sí: Melquiades Morales Flores volvió a ser la inspiración y el ejemplo de los priistas.

Demasiado tarde.

Tanto elogio desbordado hacia Marín hizo el candidato —tanto lo presumió en público, tanto lo placeó—, que nadie le quita el sello del ex gobernador a esta triste campaña.

Cárdenas se refugió en Tehuacán.

Menos de mil personas se acercaron al mitin.

Cómo hacerlo si sólo había caballos cansados y señoras en situación límite.

Ana Teresa Aranda, esa gran perdedora, aplaudía con esmero ante el vacío de aplausos.

Y Lalo Rivera sólo parecía preguntarse: “¿Qué chintoles hago aquí?”.

Con un desangelado Marko Cortés al lado —así ha sido su periodo en el CEN del PAN—, el poluto candidato del albiazul —que resultó una “fichita”— pronunció un discurso frío, apagado, fiel al estado de ánimo que lo ha acompañado en las últimas semanas.

(Dicen que los días recientes fueron un infierno de explicaciones vanas y sombras de divorcio).

No podía ser de otra manera.

La suya es la campaña más triste con un whisky en la mano que se ha visto jamás en el estado.

Todos sonreían, sin embargo, con esa mirada amarga que delata frustración.

Faltaba menos: el traje blanco del candidato terminó lleno de lodo.

Bastaron casi dos meses para que eso ocurriera.

Los mensajes de honestidad y de honradez perdieron el brillo que los acompañaba.

Nunca pudo entusiasmar a nadie.

No hubo barca para él.

Una lancha mal pintada fue su único transporte.

Pocos —muy pocos— la abordaron.

¿Quién quiere cargar con un derrotado a cuestas?

Del otro lado, el bullicio.

Ante una Plaza de la Victoria repleta, Miguel Barbosa ofreció su discurso más libérrimo.

Y lo mismo habló de proyectos de gobierno, que del amor que no se atreve a decir su nombre.

Lo mismo de una gran reforma constitucional que cambiará el orden de las cosas, que de los grupos tradicionalmente marginados.

No siguió un guión serio y cuadrado.

Un fenómeno lúdico se apoderó de él.

Y hasta llamados a hacer el amor hizo.

Y hasta cantó, a coro, una canción dedicada al Che Guevara.

Si el discurso es el hombre, Barbosa rompió cánones, prejuicios y blasones.

El suyo fue un mensaje de quien ha llegado finalmente a la meta.

Cómo olvidarlo.

Su arranque inició las últimas semanas de 2017.

Más de un año y medio después continúa con un optimismo desbordado.

Y una condición física envidiable.

(Fue el único que recorrió todo el estado. Dos veces lo ha hecho en catorce meses. Cárdenas y Merino no salieron de su primer cuadro mental).

¿Cómo se comerán sus dichos quienes lo han descalificado por temas de salud?

(Sobra decir que después de sus giras —todos los días— presidía dos o tres reuniones de trabajo con sus grupos compactos).

Es la diferencia entre ganar y perder.

De un lado, los brillos.

Del otro lado, las terribles nubes negras.

.

.

¿Y el senador Armenta?

Alejandro Armenta Mier aprendió la lección.

Este domingo, junto a Barbosa, sumó sus estructuras y sacó la sensatez.

Fue de los primeros en felicitar al candidato de Juntos Haremos Historia.

Hay voces que le reconocen haberse sumado a la campaña.

Fue, también, de los más saludados.

La vida sigue su curso.

Las estatuas de sal no entienden que no entienden.

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