jueves, noviembre 21 2024

… Es alto dejando fuera el costo del metal y el tabaco.

Oro es lo que sobra en la ciudad de los franceses; esas extrañas criaturas que se rumora no existen.

El verdadero precio de vivir en París es que de repente París se vuelva cotidiano.

Que la gente enfundada en gruesos abrigos de poliuretano le de la espalda a la ópera.

Que en la comedia se formen los imbéciles para ver si alguien, algún actor despreciado en Broadway los haga sonreír montando a un tal Molière.

Pocos saben reconocer a todos los bustos que custodian la Garnier y todos salen frustrados de Galleries Lafayette.

El precio es alto cuando hay un Starbucks dando un mal café cuando se tiene frente a La Paix o el célebre Flore.

Es alto, muy alto, cuando el mejor espectáculo es ver a un par de blogueras de moda apuntando con el índice la pirámide del Louvre para alcanzar su punta, sin saber quiénes viven entre sus rancios muros.

El precio de vivir en París es tan alto que el Moulin Rouge decrece ante un impresionante putero llamado sexodrome, listo para recibir al tailandés.

Por las callejuelas de Montmarte ya no se ven Lautrecs ni Gauguins ni Cezanes; una horda de hípsters-Louis Vuitton es la nueva intelectualidad del barrio de los artistas que sí trabajaban y morían por hambre.

Es alto, oneroso, innecesario, si en tu mente no habita otra imagen que la del americano infiel que te rompió el corazón al mismo tiempo que te secaba el alma y te bajaba las bragas haciéndote creer que por ser París la Ciudad del amor, iba a permanecer tu lado en Montparnasse.

El precio de vivir en París se paga a réditos exponenciales cuando tienes que vivir en la penumbra, dentro de cubo de dos por dos, siendo esta la ciudad donde nace la luz.

El precio de vivir en París se sufre al pasar por Vendôme trepada en unos Prada made in Senegal que has cambiado por tres boletos del metro a Pigalle.

Es alto si en vez de pedir un croissant en perfecto francés ordenas pizza en un mal inglés.

El precio de vivir en París es alto cuando te contagias de un orgullo engreído hediondo a amoniaco y a productos para aniquilar la última plaga de ratas que hubo en Batignolles.

El precio de vivir en París es tener que ponerte unas calcetas para ir al trabajo, botas para llegar temprano, gorro, pullover, andrajos…

Es usar pijamas de felpa en vez de neglillé.

El precio de vivir en París es alto, ridículo, degenerado, cuando has tenido que cambiarle el sexo al un río que nació y que toda la vida ha sido masculino.

El precio de vivir sólo vale la pena si has de morir por alcohol en París.  

El precio de vivir en parís es alto, ¡oh, el precio de vivir en París!

Ohlalá, je t’aime, moi non plus…

El precio de parís es alto cuando sientas a París en tus rodillas, y en vez de dulce te sabe amargo.

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