Por: Mario Alberto Mejía
Una de las claves más significativas y emblemáticas durante la toma de posesión de Miguel Barbosa Huerta como gobernador del estado de Puebla fue Santiago Nieto, titular de la Unidad de Inteligencia Financiera.
Llegó discreto —la prensa, ya se sabe, perdida en los Ebrard, las Yeidckol, los gobernadores—, y discreto se mantuvo.
Desde su lugar en la primera fila escuchó la advertencia del gobernador en el sentido de auditar las administraciones de Antonio Gali Fayad y Rafael Moreno Valle.
Y con esa misma parsimonia, oyó que la cantidad a auditar alcanza los 44 mil millones de pesos.
Vaya tarea para un fiscal.
El gobernador Barbosa le mandó un guiño al presentarlo de la manera en que lo hizo.
Y es que ambos mantienen una relación de años que data de los tiempos en que nuestro personaje era senador de la República.
En su libro “Sin filias ni fobias. Memorias de un fiscal incómodo”, Santiago Nieto cita una frase que le dijo en tono de reproche el entonces senador: “Te faltó grandeza”.
Nieto venía de renunciar a la lucha iniciada en contra del aparato— a raíz de su ilegal destitución como titular de la Fiscalía Especial Para Delitos Electorales— pese a contar con el apoyo incondicional de Barbosa, Manuel Bartlett y otros senadores ligados a López Obrador.
El propio Miguel Barbosa —admite Nieto a lo largo de su libro— lo había ido llevando por sus diversos cargos y buscaba convencerlo de no ceder a las brutales presiones del gobierno de Peña Nieto.
Fue inútil.
La esposa de Nieto le puso un ultimátum: “Si algo les pasa a mis hijas por tu culpa, Santiago Nieto, te vas a arrepentir”.
Eso fue suficiente para ceder ante la embestida.
El tema de la grandeza no es fácil.
Hoy Nieto lo sabe mejor que nadie.
Es el hombre detrás de los casos Lozoya Austin, Juan Collado, Rosario Robles y otros más.
El mismo que desde su lugar en la primera fila sabe de los servicios que le prestará a su amigo: el gobernador Barbosa.
Imagine el hipócrita lector a Santiago Nieto ayudándole a cuadrar a su amigo y protector —en algún momento fue esto último— una trama corrupta de la Puebla levítica.
El olfato de Nieto es brutal, tanto o más que la sagacidad para cuadrar los números.
Metido en esa búsqueda de grandeza, Miguel Barbosa pronunció su discurso sin teleprompter ni apuntes: discurso improvisado, con el disco duro cerebral como único —solitario— apoyo.
Fue en ese contexto que dijo que en Puebla todo sería nuevo.
Y vaya que lo fue.
Nuevo, por ejemplo, fue el traje a la medida de Claudia Rivera Vivanco, fallida presidenta municipal de Puebla, quien lo escuchó decir que aquéllos que crean que la inseguridad es un asunto de percepción —como lo dijo hace unos días—, que mejor digan que no pueden.
Le faltó agregar: “Que agarren sus discos de Joaquín Sabina y que se vayan”.
Todo Puebla estuvo en el Auditorio Metropolitano.
Y buena parte del país.
Todos atendidos por dos edecanes que hasta hace poco eran del PRI y el PAN.
Por ahí andaban —además de los Ebrard—, los particulares que se sienten diputados, los diputados que se sienten particulares, René Bejarano, Alejandra “Cielito Lindo” Frausto y el tal Fernández Noroña, vestido ahora a la usanza de la tehuana de los antiguos billetes de diez pesos.
Qué arranque, valedores.
Qué señales.
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Final de Fiesta
Ocurrió en El Desafuero.
Ahí comían tranquilos Jorge Kawaghi padre y Eduardo García Casas, hijo de El Pichón, cuando a su mesa se acercó un desencajado Fernando Treviño, presidente de la COPARMEX.
Lejos de la cordialidad, el porro empresarial casi se le va a los golpes a Lalo García Casas tras reprocharle su apoyo al gobernador Barbosa y al nuevo líder del Consejo Coordinador Empresarial.
Finísima persona.
Faltaba menos.