Por: Mario Alberto Mejía
Qué patéticos se ven los ex compañeros perredistas de Miguel Barbosa Huerta acusándolo de haber censurado a la periodista Carmen Aristegui.
Escuché la entrevista varias veces y no hallé un solo gesto de censura.
Hallé, sí, un reclamo legítimo —fuerte pero legítimo—de haber metido a la polémica sobre su casa en Coyoacán a un personaje menor que no venía al caso.
Pero eso no es censura.
Es una acotación.
Y de acotaciones está hecho el mundo del periodismo.
Dos acotaciones inolvidables en mi carrera periodística provinieron, en distintos momentos, de Carlos Castillo Peraza y Porfirio Muñoz Ledo.
Políticos experimentados, hombres letrados, inteligencias vivas de este país —aunque Castillo Peraza ya haya muerto—, estos personajes me hicieron puntualizaciones válidas que lograron que mis entrevistas con ellos tuvieran un mayor peso periodístico.
Y lo hicieron en su estilo: con firmeza y cierta dureza.
Con rigor.
Nunca me sentí censurado por ellos, y con el tiempo entendí que sus acotaciones eran necesarias.
La historia del periodismo está llena de esas tramas.
Y hasta hoy no veo que ningún reportero se haya sentido censurado por algo semejante.
Sólo en las aldeas mentales se rasgan las vestiduras.
Recuerdo a un furioso Manuel Bartlett contestándome malhumorado una pregunta que le hice en el Salón de Gobernadores del antiguo palacio de gobierno.
La mirada que me clavó fue amenazante, lo mismo que el dardo de sus palabras.
Siendo el gobernador de Puebla quien me hablaba así —delante de otros reporteros— pude haberme tirado al suelo y llamarme víctima de censura.
O algo más:
Pude haber recurrido a las organizaciones en defensa de los periodistas para que me protegieran de su ira.
Ni lo uno ni lo otro.
Esto es como el toreo.
Uno conoce los riesgos y sabe a qué se expone.
Bartlett mismo lo decía:
“Quien le tenga miedo al fuego que no se meta a la cocina”.
¿Qué decir de Mario Marín?
Era intolerante, amenazante y seco.
¿Cuántas veces no les corrigió la plana a los reporteros?
Y aunque a algunos les temblaban las piernas, nadie lo acusó de censurarlos.
Regreso al affaire Barbosa-Aristegui.
Esto le dijo el candidato a la gubernatura de Puebla a la periodista cuando hablaban del debate poblano:
(Y todo surgió cuando la periodista le recordó una lámina que Enrique Cárdenas exhibió sobre su casa en Coyoacán armada con una declaración que el perredista Guadalupe Acosta Naranjo le hizo a ella, precisamente).
“Se me hizo un exceso, la verdad, que se lo permitieras. No era parte del debate y lo metiste al debate diciendo esas cosas, ¿eh?”.
(Acosta Naranjo había declarado que, si era tan barata su casa, él haría una vaquita para comprarla).
Aristegui rebatió a su manera, entre risas.
Barbosa continuó:
“No era noticioso y tú se lo permitiste… Entró la comadre Guadalupe Acosta Naranjo”.
Por ahí se fue la entrevista.
Desde este lunes empecé a ver reacciones furiosas sobre todo de perredistas y panistas que no saben cómo darle respiración artificial a Cárdenas, su candidato.
Hoy encontraron un pretexto para acusar de censor a quien sólo hizo acotaciones necesarias.
Acosta Naranjo no era un actor desinteresado en el tema poblano cuando habló.
Y Aristegui lo sabía.
La premeditación es mala consejera.