Por: Mario Alberto Mejía
Enrique Cárdenas no durmió toda la noche.
Iba de aquí para allá en su casa de Cholula espantando fantasmas: el fantasma de la derrota, el fantasma de los agravios, el fantasma de su regreso a la academia.
No quería volver a las aulas con el peso de haber perdido la elección extraorldinaria.
¿Qué les diría a los amigos, a los colegas, a los estudiantes?
Se sentía distinto.
No era el mismo hombre que entró a la contienda con la imagen impoluta.
Hoy su traje blanco estaba sucio.
Y algo peor: sobre él pesaban señalamientos difíciles de eliminar.
Pasó la noche anterior cenando con Gabriel Hinojosa: su par Intelectual y asesor principal.
Su otro yo.
Hablaron largamente de lo que vendría.
Hinojosa le daba ánimos y le decía que ganarían.
Él sabía que no.
Que la ventaja que le llevaba Miguel Barbosa era irremontable.
Que sólo un milagro cambiaría el orden de las cosas.
Hablaron también de la venganza.
Ambos se sentían agraviados.
No sabían cómo, pero buscarían vengarse de quienes se las hicieron.
Muy temprano buscó a Cárdenas su mentora: Amparo Espinosa Rugarcía.
Ya tenía lista una carta con decenas de abajofirmantes para lo que se ofreciera.
Desayunó solo.
Su esposa dijo que no tenía apetito, pero sí lo acompañó a votar.
Como durante toda la campaña, los reporteros lo hicieron enojar.
Chintoles.
Regresó cansado a su casa.
Bostezando.
Una imagen le dio vueltas todo el día: la imagen de la derrota.
Ese momento triste en el que hay que reconocer los resultados.
Las primeras encuestas le dijeron que perdería.
Pensó en refugiarse en Oxford para no ser el blanco de las burlas académicas.
Algunos de sus colegas lo odiaban y no dudarían en burlarse de él.
Qué mejor que el exilio académico para enfrentar la danza de la derrota.
Los Mastretta le hablaron para darle ánimos.
Lugares comunes, frases hechas.
Ufff.
No estoy para pésames, se dijo.
¿Qué hicieron realmente por mí?, pensó.
Fuera de su verborrea, nada absolutamente.
Ni recursos, ni vehículos, ni oficinas.
Un buen número de esos apoyos sólo fueron morales.
¿Sirve de algo ese tipo de adhesiones?
Eso se preguntaba cuando su jefe de prensa le llevó una encuesta hecha a modo para levantarle el ánimo.
“¡Por Dios, Jorgito, no estoy para mentirijillas!”, rezongó.
A las tres de la tarde supo que el barco había hecho aguas.
Ni la guerra sucia patrocinada por Enrique Alfaro ni las palmaditas de apoyo de Marko Cortés sirvieron para nada.
Recordó entonces las palabras de su alter ego Hinojosa:
“Ana Tere y todos los panistas te usaron, mi Quique. Siempre quisieron tu derrota, Van a estar felices si pierdes”.
¿Qué hora es, jorgito?, le preguntó a su jefe de prensa.
Entre bostezos, escuchó que eran las seis.
¿Hubo violencia?, preguntó.
¿Podemos acusar de fraude a Barbosa?
Jorgito murmuró algo que no escuchó.
Hizo el intento de preguntar “¿qué me dijiste?”, peor ni siquiera para eso tenía fuerzas.
Recordó las palabras de Barbosa: “fichita”, “poluto”, “hipócrita”, “defraudador fiscal”.
Una mosca prieta se posó en su frente.
Quiso espantarla.
Ni para eso tenía ganas.
Con los hombros caídos y la mirada triste salió a reconocer que había perdido.
A lo lejos escuchó la carcajada de Ana Tere.
Pensó otra vez en las palabras de Hinojosa, en las palabras de Barbosa y en la mosca prieta atada a su frente.
Bostezó tres veces.
Era el candidato más triste de la jornada con un vaso de whisky en las manos.
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Luto en el PRI
Vía WhatsApp, Alberto Jiménez Merino recibió un mensaje singular: “Ayer me habló el licenciado Marín, Beto. ¿Y qué crees que me dijo, Beto? Que no vas a ganar, Beto”.
—¿Dónde está Mario? —preguntó.
—Más cerca de lo que te imaginas, Beto, pero bien escondido, Beto. Te manda sin embargo mucho ánimo, Beto
—Ay, amigo, qué días.
—Dice que si puedes mandarle un mensaje al Preciso te lo va a agradecer, Beto. Pide que lo perdonen, Beto. Jura que se retirará de la política, Beto.
—Yo no puedo hacer eso, amigo. No tengo interlocución con ellos.
—¿Por qué no vas y le levantas el brazo a Barbosa, Beto? Te ayudaría mucho, Beto. Y por ahí le mandas el mensaje al Preciso, Beto.
—Caray, amigo, dame el beneficio de la duda. Apenas acaba de empezar la votación y ya quieres que me doble.
El día transcurrió sin novedades.
El PRI se fue cayendo a lo largo del día como era previsible.
Los priistas sí estaban votando, pero no por él.
A eso de las seis de la tarde, recibió otro WhatsApp.
—Dice el licenciado Marín que salgas a declarar que ganó Morena, Beto. Dice que eso le puede ayudar en su proceso judicial, Beto.
—No la chingues, amigo. Mario ya me tiene hasta la madre. Por su culpa es este resultado. No se vale.
—Pinche Beto. Piensa en todos los favores que te hizo cuando fue góber, Beto. No seas malagradecido, Beto. Busca al Preciso en sus mañaneras y habla con él, Beto. Dice que es una chinga ser prófugo, Beto.
La noche cayó y en el patio del PRI de la 5 todo era desolación.
Beto Jiménez Merino dijo algunas palabras que pocos entendieron.
Las matracas y el confeti nunca aparecieron.