domingo, diciembre 22 2024

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam 

Manuel Bartlett es un fantasma en mi vida.

Siempre, de una manera u otra, ha estado presente en mis escritos periodísticos y (presuntamente) literarios.

Sobre él escribí mi primera crónica en Puebla: la caminata de Mariano Piña Olaya y el propio Bartlett por la avenida Reforma una mañana de 1992.

Antes, en 1988, por órdenes suyas —era un poderoso secretario de Gobernación y autor, ya, de la Caída del Sistema— fui echado fulminantemente de los micrófonos de la radiodifusora XENG, de Huauchinango.

Mi delito —además de bailar el chachachá—: dar a conocer los resultados electorales publicados en las sabanas de las casillas del entonces X Distrito Federal, mismos que favorecían por muy amplia ventaja a Cuauhtémoc Cárdenas.

En la sede del área de Radio de RTC —ubicada en los Estudios Churubusco, en la Ciudad de México—, el titular me dijo que no podría estar ante los micrófonos en los próximos seis meses por instrucciones del licenciado Bartlett.

Tantas veces ha estado presente ese fantasma que hasta escribí y publiqué una novela en la que él es uno de los personajes principales.

La tarde de este lunes, el fantasma me visitó de nuevo en forma por demás escalofriante.

Vea el hipócrita lector:

Estaba viendo en Netflix una serie sobre las autodefensas de Michoacán cuando de repente se apagaron, al mismo tiempo, la pantalla y el Apple TV.

Llamé al equipo de Vigilancia del fraccionamiento para investigar si ellos tenían el mismo problema.

—No, señor Mejía, lo que pasa es que unos trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad entraron a cortar la luz de cinco domicilios.

Empecé a quejarme porque el recibo bimestral no me había llegado, o porque si llegó, alguien lo había guardado, o porque si lo guardó, había quedado oculto: lejos de la vista y de la posibilidad de pagarlo en los cajeros —normalmente inservibles— de la CFE.

Entré a la aplicación de la oficina de Bartlett y pagué.

Luego llamé al 071.

Una voz femenina tomó mis datos y me dijo que el servicio sería restablecido —»cuando mucho”— en veinticuatro horas.

—¿Es decir que hoy no me van a poner la luz, señorita? —pregunté lleno de miedo.

—Yo crío que no —respondió entre apática y burocrática.

—¿O sea que por la ineficiencia del licenciado Bartlett tendré que esperar a que la pongan mañana? —rezongué.

—Yo crío que sí… ¿Quién es ese licenciado? —dijo la ingenua.

—¡Su servicio es una basura! —rematé furioso.

—Gracias por llamar a la Comisión Federal de Electricidad, señor Mejía. Fue un gusto atenderlo —fingió la mustia.

Adivine un escenario atroz: en las próximas horas no podría seguir viendo las historias del doctor Mireles en Michoacán, mi wifi estaría indispuesto, la comida del refrigerador se echaría a perder, los hielos se transformarían en agua, el chile atole se volvería una masa nauseabunda, la falsa leche de Emilio Maurer se cortaría, la carne de Ryc se pondría sebosa, los nopales perderían su esencia mexicana, la bomba de la cisterna sería pieza de museo…

Y todo por culpa del fantasma del licenciado Bartlett.

Resignado, encendí mi iPad y descubrí el libro que Tatiana Clouthier escribió sobre el 1 de Julio: “Juntos hicimos historia”, publicado por Grijalbo.

En tinieblas, perdido en las sombras impuestas por la CFE, leí, con la prosa un poco porosa de la hoy diputada, pasajes que iban de lo idílico a lo abúlico, de lo abúlico a lo búlico, de lo búlico a lo sórdido, pero, también, de lo sórdido a lo ebúrneo, a lo bucólico, a lo platónico.

Tres cosas llamaron mi atención de entre tanta miel: la furia  que ella y su familia le guardan al licenciado Bartlett, los desencuentros que tuvo con Yeidckol Polevnsky y la trama macabra que involucra a los señores Coppel y Krauze.

Tatiana Clouthier asegura que Agustín Coppel —uno de los dueños de los almacenes— ha patrocinado desde hace años al historiador e ingeniero Enrique Krauze y que los más recientes comicios no fueron la excepción.

Según la diputada de Morena, Krauze diseñó e instrumentó la guerra sucia en contra de López Obrador con dinero de Coppel.

Y peor aún: puso al ensayista Fernando García Ramírez —yerno de del poeta José Emilio Pacheco— a operar todo..

La historia da para una novela y todavía no ha recibido la respuesta —que imagino airada— de Coppel, Krauze y García Ramírez.

Cuando la pongan a circular será un escándalo.

(En esa parte también aparecen León Krauze y PejeLeaks).

Con la dirigente nacional de Morena Clouthier tuvo sus desencuentros.

Tres casos.

Polevnsky se sorprendió de encontrarse a la autora del libro minutos antes de que López Obrador la nombrara coordinadora general de campaña.

“¿Tú qué haces aquí?”, le preguntó asombrada.

Cuando AMLO la presentó públicamente se enteró.

En otro momento, Yeidckol le pegó una “santa regañada” a Clouthier por andar diciendo “voten por AMLO, pero no por Cuauhtémoc (Blanco)”.

Y, finalmente, le quiso corregir la plana en el tema de los voceros que iban a radio y televisión.

Tatiana Clouthier la acusó con César Yañez y ganó la partida.

Con Bartlett la animadversión es histórica y data de 1988, cuando Manuel J. Clouthier —su padre— y Cuauhtémoc Cárdenas fueron víctimas del autor del fraude histórico.

En varios momentos, la autora evidencia su fobia antibartlista.

Incluso relata cómo en un acto público el propio López Obrador se dio cuenta de que Clouthier se movió de lugar para no aparecer en las fotos al lado de su odiado enemigo.

Ya aparecerán.

No tardaremos en verlos juntos.

Terminé el libro como lo empecé: completamente a oscuras.

Pensé en Bartlett y en la Comisión Federal de Electricidad.

Aquilaté el servicio de energía eléctrica que normalmente ignoramos.

Nunca le damos a las cosas la dimensión que tienen.

Basta con hacer click en la pared para que se encienda el mundo.

Cuando ese click no responde, inicia el drama.

¿Qué servicio es más necesario: el agua o la luz?

La falta de agua trae consigo la sequedad del alma.

La falta de luz nos lleva a la oscuridad.

No a la noche tibia de San Juan de la Cruz: a las sombras tenebrosas de monsieur Bartlett.

Sin luz no hay Netflix ni wifi.

No hay cerveza fría en la nevera.

No hay un poco de luz en nuestra aurora.

Bartlett y la CFE castigan al moroso.

No está mal.

Pero aunque el moroso pague, el licenciado y su oficina alargan la tortura.

El “yo crío que no” de la señorita que atiende el 071 es una señal ominosa que indica que cuando menos estaremos sin luz las próximas veinticuatro horas.

No hallo forma más abyecta de maldad.

En España, Podemos evitó que el corte de la energía eléctrica sea la cereza del pastel del régimen en contra de los más pobres.

En el México de la Cuarta Transformación tendría que haber un poco de piedad no sólo para el que sufre: también para el que no tuvo recibo en la mano para pagarlo.

Nunca había maldecido a Bartlett durante tantas horas.

Al cierre de esta columna terminé por resignarme: fui a comprar unas velas a un bazar religioso de las Carmelitas Descalzas.

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El Alcalde de Acatzingo: un Punto Negro

En tanto que los presidentes municipales de Ciudad Serdán, San Salvador El Seco, Tepeaca, Los Reyes de Juárez y San José Chiapa entienden a cabalidad el impacto social y de desarrollo regional que representa la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, José Norberto Rosales García, alcalde de Acatzingo, actúa en sentido contrario y no en sintonía con la Cuarta Transformación.

La duda mata.

¿Qué pasa por su cabeza si lo que esa región requiere es educación para abatir la violencia?

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