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Por: Mario Alberto Mejía
Luego de mi columna publicada el jueves por la noche, en la que daba cuenta de las irregularidades, fallas, omisiones y excesos de José Armando Rocha, coordinador de Comunicación Social del Ayuntamiento de Puebla, el hígado del susodicho me reviró en dos tuits idénticos:
“¿Qué se puede esperar de quien al calor de su horfandad política, acusó al presidente Andrés Manuel @lopezobrador_ de un crimen?”.
Quedé pasmado.
Más por la falta de ortografía que por la mentira absoluta.
¿Cómo es posible que un universitario que presume diversos posgrados en Comunicación Política escriba en dos ocasiones seguidas la palabra orfandad con h?, me pregunté al tiempo de checar la hora: 23:28.
La hora del diablo.
La hora en la que los demonios del analfabetismo asaltan las redes sociales.
La hora en que Dios jala las patas del puerco.
Antes de corregirle la calumnia, le corregí la ortografía.
¿Resultado?
Borró el primer tuit.
Y escupió:
“Te lo escribo correctamente: ‘orfandad’, pero tu vileza no cambia”.
Los tuiteros despiertos se empezaron a burlar de él.
No era para menos.
Si el coordinador del Área de Limpia comete una falta de ortografía, no es cosa grave.
Lo grave aquí era que el dueño del doble gazapo cobraba como titular de Comunicación Social y se jactaba de ser uno de los mejores consultores de México
Revisando su tesis de la UNAM entendí que su mala ortografía provenía de una pésima redacción y una peor asociación de ideas.
Basta leer las primeras líneas de su tesis para saberlo: “La aparición de un texto es resultado de una interconexión entre varios textos y adquiere significado gracias a su relación con éstos”.
Pensé de inmediato en esa frase inmortal de Cantinflas: “De generación en generación las generaciones se degeneran con mayor degeneración”.
(Me quedo con la de Cantinflas, pensé).
En su impotencia, en su ira acumulada, el consultor Rocha tergiversó un tuit mío soltado en el momento en el que me enteré del siniestro en el que perdieron la vida la gobernadora de Puebla y el coordinador de la bancada panista en el Senado:
“No pudieron por las buenas con Martha Érika Alonso y Rafael Moreno Valle. Ahora los mandan matar. ¿De qué se trata, señor presidente @lopezobrador_? ¿No que el país había cambiado? Esto huele peor que Dinamarca”.
Leí y releí mi tuit y comprobé que el dicho de Armando Rocha era un infundio hecho y derecho, y que además no había leído a Shakespeare.
(No es novedad: los clásicos de una buena parte de los consultores políticos son Paulo Coehlo y Gaby Vargas).
No es lo mismo acusar de asesinato a alguien, que reclamarle por el cambio prometido a partir de su llegada al poder.
Presuroso, buscó otro de mis tuits para demostrar que yo había dicho lo que él juraba, y lo acompañó de la siguiente frase:
“Pues, aquí dice otra cosa. Acepta lo que escribes”.
Y puso la foto de otro de mis tuits de aquel 24 de diciembre de 2018:
“Felicito a los Barbosa, a los Manzanilla, a los Josejuanes, a los Biestro, a Yeidckol Polevnsky. Martha Érika Alonso y Rafael Moreno Valle fueron víctimas del odio que sembró @lopezobrador_”.
Qué duro tuit, me dije, pero aquí tampoco acuso de asesinato al presidente, como asegura Rocha.
No es lo mismo sembrar odio que matar a alguien.
Eso lo sabe hasta un niño de seis años.
Lleno de sí, sitiado en su epidermis, el consultor Rocha siguió vociferando otro tipo de cosas al tiempo de mandar a hacer, con un empleado suyo, un video que decía lo mismo que sus tuits: que yo acusé al presidente López Obrador de algo que jamás escribí, aunque ahora ya no dijo que lo hice en unos tuits sino en mi columna de 24 Horas Puebla.
Dejó los rastros, dejó las huellas, dejó la mala ortografía.
Y usó a un sindicalizado —Fedro— que trabaja en Comunicación Social.
Es decir: utilizó recursos públicos para defenderse de lo indefendible: su voraz apetito por las galletas y los garrafones de agua.
Qué triste.
Qué patético.
Qué ruin.