viernes, noviembre 22 2024

por Alejandra Gómez Macchia

Figuras oscuras, caras y lenguas geográficas.

Sombras que hacen sobrecogedora a la luz… como es la propia vida: un contraste.

Todo lo que se teme es en realidad lo que te confronta. Nos muestra las posibilidades de fugarnos y ser otros.

Sus cuadros están alejados  de lo cosmético y de lo estéticamente normado con los parámetros occidentales de lo “bello”, o más bien lo funcional o accesorio.

La obra de Gerardo Coyac se oxigena del instinto, de la raya callejera, el mural con aerosol que nada y todo tiene que ver con sus ancestrales abuelos: los frescos.

El artista nace y con el tiempo se rehace, se define.

Y el espectador se vuelve sólo cómplice absorto y silencioso.

No sé acuerda muy bien en qué momento germinó su curiosidad por el dibujo.

Si el juego es de las pocas actividades humanas que se satisfacen a sí mismas, Gerardo comenzó a pintar desde el juego. Copiando las cosas que le hacían bien a sus sentidos.

Existen profesiones y oficios que se heredan, no así las pasiones.

Éstas son una pulsión personal.

En la casa familiar se hablaba de comercio de productos y mercancías, no de la belleza o el tremor que provoca un cuadro de Goya, Rembrandt o Francis Bacon, que son tres de los grandes maestros a los que recuerdan las formas y las emociones en su obra.

Gerardo empezó a dejar correr el lápiz por travesura, como un mecanismo para no dejar ir ileso al tiempo que se va.

Sus trazos han pasado de la espontaneidad del Grafiti a la severidad y la disciplina del caballete.

Y son desconcertantes, brutales.

Cuentan historias, esconden secretos.

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