Por: Mario Alberto Mejía
Al casi, inminente, gobernador Miguel Barbosa Huerta le gusta de modo muy particular la historia de México.
En las sobremesas suele narrar algún pasaje de la vida de Juárez o de Porfirio, o de la ruta que siguió Carranza desde Aljibes hasta Tlaxcalantongo en su encuentro con la muerte.
Suele encontrar enseñanzas morales en esas historias, pero también enredaderas que lo llevan a un pasaje actual.
En esas mismas conversaciones suele destacar el papel histórico de la izquierda pensante en México.
Y le emociona hablar de algunos personajes —algunos ya desaparecidos— que marcaron su vida y la de muchos mexicanos.
En esas reflexiones se cruzan también pasajes de hombres y mujeres actuales, quienes forman parte de lo que él llama la novela poblana.
A unas horas de que rinda protesta como gobernador de Puebla no es gratuita esta reseña, pues inevitablemente bañarán su primer discurso, sea de manera abierta o metafórica.
El próximo gobernador de Puebla saldrá de la estrecha habitación del hotel Crowne Plaza Hermanos Serdán —en el que sólo cabe una cama y ningún sillón— la mañana del jueves 1 de agosto para encontrarse con un futuro largamente acariciado.
La ruta —como la de Juárez o Carranza— no ha sido fácil, pues a su paso se enfrentó con gárgolas, águilas furiosas, monstruos de dos cabezas y serpientes voladoras.
A su paso, en ocasiones, se fue quedando solo, y junto con su mujer y sus hijos enfrentó esas noches oscuras del alma que son tan usuales en la guerra.
Pocos, contados, estuvieron con él al final de la primera batalla.
Y es que cuando todo parece perdido —cuando la noche es más oscura— sólo quedan la esperanza y el amanecer.
Por momentos, su teléfono dejó de sonar.
Algunos de sus camaradas lo olvidaron.
Otros se mantuvieron firmes.
Y ya en la antesala de la nueva batalla, descubrió que las puertas que antes se cerraron hoy se abrían, y que nuevos aliados —incluso algunos enemigos— se empezaron a sumar a la tropa.
Un músculo inaudito e inédito cobró vida.
El olor a la victoria se fue a vivir a su mesa.
El final con trompetas terminó siendo inevitable.
Hoy, a unas horas de la toma de posesión, seguramente hará el recuento de los daños, sí, pero también, y sobre todo, el recuento de los triunfos.
Porque fueron muchos los triunfos para llegar al momento culminante de la vida de un político que siempre soñó con ser gobernador de su estado.
Esos triunfos, ay, se volvieron uno solo.
Uno indubitable, poderoso, llamado “triunfo personal”.
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Don Pepe Estefan. In Memoriam
Lo conocí en tiempo de Manuel Bartlett.
Jorge Estefan Chidiac era contralor del estado.
Quedamos de vernos para cenar en el Chimichuri.
Así ocurrió.
Jorge llegó con su padre: Pepe Estefan.
La conversación giró en torno de él toda la noche.
Jorge era para entonces un orgulloso hijo de su padre.
Cada dos minutos lo presumía.
Don Pepe, envidiablemente delgado, era el centro de la plática.
Hace unas horas, Jorge y yo hablamos del infarto que invadió a don Pepe.
Hay noticias terribles como un rayo.
Descanse en paz el gran padre que tuvo un orgulloso hijo.